El etnólogo y folklorista don Fernando Ortiz,  sitúa a Remedios como protagonista de su reveladora Historia  de una pelea cubana  contra los  demonios.

Quien escribe es un remediano por más de cuarenta años ausente de su natal ciudad y confiesa que lo atizaba una cierta aprensión en la medida misma en que el ómnibus interprovincial lo acercaba al terruño. El panorama que al paso ofrecen algunas de las poblaciones cubanas del interior de la Isla es el de una postal descolorida cuyos bordes comienzan a ser pasto de las trazas. Mas lo cierto es que no es tal el caso de San Juan de los Remedios.

Aunque en el Nuevo Mundo –que ya no lo es tanto– perviven antiguas ciudades que atestiguan el desarrollo cultural de los pobladores autóctonos del continente, es necesario si se quiere rastrear la huella original del conquistador en América, detenerse en las primeras villas fundadas en Cuba. El español llegó al extremo oriental del país tan pronto dejó atrás la vecina isla de Santo Domingo. Atravesó el mar y plantó bandera, Evangelio y espada.

Aquellos asentamientos primigenios celebran ya su medio milenio de existencia. Pero sucede que desde chicos, durante años y años, aprendimos en la escuela a memorizar los nombres de las siete primeras villas y después los repetíamos de carretilla, sin que a nadie se le ocurriera preguntar por la octava, o por las subsiguientes.
Y esa octava villa olvidada, o más bien ignorada, fue San Juan de los Remedios, con título de ciudad desde 1874, pequeña urbe en que los estilos constructivos impuestos por las etapas colonial y republicana se entremezclan para deleite de moradores y visitantes.

Su centro histórico esplende, y tal fulgor será mayor cuando se termine el remozamiento de algunas construcciones hoy sometidas a intensa restauración. Retazos de historia y costumbres, también luz y frescura, emanan en la localidad del incesante cotilleo de los vecinos, el vaivén de los vendedores ambulantes y el tránsito de los coches tirados por caballos, bicitaxis y por supuesto automóviles, que sin ser tantos pueden dejarnos un susto.

San Juan de los Remedios llega a nuestros días celosamente conservada, y aunque las shoppings y el correo electrónico ya son un hecho, se cuentan las leyendas de güijes y aparecidos. Cuantos allí nacieron o viven narran estas historias convencidos de que, cuando menos, pueden ser ciertas, ¿y por qué no? Quiere esto decir que es pueblo de tradiciones, de cultura, de embrujos y de techos artesonados, donde conviven lo real y lo maravilloso.

Sin percatarse mucho del paso del tiempo, Remedios –así simplemente, cual si todos la nombraran por su apellido– entra en el quinto centenario de su existencia, dato corroborado por documentos e investigaciones. Los remedianos viven el orgullo de que su pueblo sea la octava villa... ¡y cuidado si no algo más, porque el historiador Rafael Jorge Farto Muñiz ha conseguido documentar que si bien es la octava por su fundación, fue la segunda en jerarquizar su condición de pueblo!
Hoy los turistas visitan la ciudad y la llevan consigo en sus cámaras fotográficas. Se detienen y entran a la Parroquial Mayor de San Juan Bautista, vetusta y elegante, que constituye el monumento nacional más notorio de los remedianos. Esta iglesia, cuyo altar mayor es de madera laminada en oro de 22 quilates y posee un esplendor que deslumbra cuando se ilumina en la noche es, según los vecinos conocedores, la Capilla Sixtina cubana y del Caribe por la belleza de sus techos artesonados, con decoraciones policromáticas. Se afirma que es esta la única ciudad cubana en cuya plaza central se alzan dos iglesias, porque a la anterior se suma la Ermita de Nuestra Señora del Buen Viaje, más pequeña y modesta, aunque igualmente querida por los feligreses.

Las parrandas de cada 24 de diciembre, tradición que se remonta a 1820, constituye en la actualidad  un suceso que ocupa espacios en las enciclopedias y guías turísticas. Para los tradicionales festejos los vecinos se preparan con entusiasmo febril, en fraternal disputa entre sansarices y carmelitas, o gallos y gavilanes –según prefiera– que así se denominan los seguidores de los barrios en concurso: San Salvador y El Carmen. Cada uno embiste al contrincante con sus respectivas carrozas; trabajos de plaza; faroles y tandas de ruidosa pirotecnia, que tiñe de colores y explosiones lumínicas la noche del 24 hasta bien entrada la madrugada del 25. Al final, y pese a las argumentaciones de unos y de otros, ninguno de los dos barrios en disputa aceptan otro veredicto que el triunfo sobre el oponente.

Ciudad de personajes populares célebres, cada uno recordado por un mote; de biógrafos e investigadores que no se cansan de hurgar en sus raíces. Quien se detiene en Remedios, o quien sencillamente la redescubre para sí al cabo de una larga ausencia, se percata de la majestuosidad de sus viviendas, del abolengo de sus familias centenarias y de la hospitalidad de sus moradores.

Si el novelista mayor de los cubanos, Alejo Carpentier,  pudiera hoy día darse una vuelta por Remedios, recorrer el trazado irregular de sus calles instalado en alguno de sus muchos bicitaxis, o contabilizar las viviendas destinadas al alquiler de habitaciones para nacionales y extranjeros, no dudaría en sobrenombrarla la ciudad de los hostales. La cifra de estas acogedoras moradas se aproxima ya al centenar. La decoración interior, mobiliario y lámparas –que compiten en lujo y buen gusto– dejan escapar por sus puertaventanas entreabiertas un esplendor que permite escoger al visitante entre los más diversos matices de un estilo casi siempre colonial o cuando menos, de la república temprana.

Llegada pues, ¡al fin!, la hora de la octava villa fundada en Cuba por los conquistadores, solo resta encontrarnos por allá. Este remediano ausente se lo propone.

1.  Luis Machado Ordetx: “Farto, el incansable”, 5 de octubre de 2009, versión digital.