Un río, el bosque y la ciudad
Gran parque metropolitano de La Habana, Cuba
Dos cosas pueden ser comunes entre los habaneros que tuvieron una adolescencia o juventud felices: haber jugado béisbol en alguno de sus parques arbolados y vivido un romance a la sombra del más simbólico bosque de la ciudad.
Nueva York tiene al Parque Central y Basilea regala al viandante la amabilidad del tradicional pacifismo suizo, pero a las dos urbes les faltó el poeta que elevara a dimensiones universales de grandeza fluvial, a las mansas corrientes del Hudson o del Rin. Con la pasión desbordada de los enamorados de su terruño, el cubano José Lezama Lima, una de las altas voces literarias del siglo XX americano, inflamó el orgullo de los habaneros cuando se mofó de conocer «los cuatro grandes ríos: el Ganges, el Sena, el Amazonas y el Almendares». A nadie con tanto crédito se le había ocurrido que con sus 49,8 kilómetros de extensión y una anchura de salto de sapo, el humilde curso fluvial de la capital cubana podía unir su nombre al de los colosos y célebres ríos del planeta. Pero esa creencia, si bien escondida, parece haber existido en muchos hijos de la ciudad desde antes de tomar forma en la imaginación alucinada del escritor.
Casiguaguas Siempre el Almendares ejerció un poder subyugador en quienes lo conocieron. Los aborígenes de la Isla lo llamaban Casiguaguas y todo parece indicar que en sus márgenes realizaban ritos religiosos para invocar a sus deidades. Los colonos españoles, acostumbrados al Ebro, al Duero y al Guadalquivir, lo bautizaron como La Chorrera cuando se asentaron en sus márgenes, quizá por lo inofensivo de su caudal; y así lo llamaron hasta que alguien perdido en la memoria del tiempo le puso para la posteridad, el nombre con el que se le conoce hoy, en memoria del obispo Almendariz, antiguo prelado de la diócesis habanera.
Naturaleza viva en medio de la ciudad Si el portentoso Amazonas tenía como entorno la selva mayor del planeta, ninguna razón justificaba que el Almendares careciera de la suya. En los pasados años 30 germinó la idea de crearle una que, en lugar de «selva», se denominara «bosque», con lo que la iniciativa debía tener mucho más credibilidad. Su historia más sólida comenzaría a tejerse a partir de entonces, pero a la altura de esos tiempos el río ya se había armado de sus propias leyendas. Las mujeres hermosas tienen la virtud de inspirar mitos y la esposa del conde Kohly, dueño de muchas hectáreas en ambas márgenes del río, debió ser de una gran personalidad, cuando perviven algunas de las fábulas que la atan a la historia de lo que en la actualidad es el Gran Parque Metropolitano de La Habana. Dicen que Doña Josefina bajaba de vez en cuando el cañón del río desde una de sus vertientes para ir a solazarse en un pequeño islote situado en medio del río. Hoy se le nombra a ese cayuelo Isla Josefina y se protege como un lugar especial. También se cuenta la historia de un puentecillo colgante que unía a las dos riberas conocido como El Paso de la Dama, en honor de la misma persona. Con el tiempo y justo por donde acostumbraba a pasar la mujer del Conde, se inauguró el puente Almendares de la calle 23, el 15 de julio de 1910. La forestación del Bosque de La Habana, nombre oficial de esa porción de lo que es hoy el Gran Parque Metropolitano, se extendió principalmente a la parte oeste del río, e incluyó una gran variedad de árboles. Entre los de mayor porte predominan el algarrobo de olor, los jagüeyes, los laureles y otras plantas de gran follaje. Por supuesto, aunque no es de las más numerosas, no podía faltar en ese concierto boscoso, la altanera elegancia de la palma real. Coincidiendo con la fecha que marca el inicio de las guerras independentistas cubanas, el Bosque de La Habana se abrió al público un 10 de octubre de 1937. Desde los inicios resultó un sitio de naturaleza viva y prestancia única en el centro de la capital. Contaba con una carreterita interior, pasadizos, puentecillos, un balcón mirador del que hoy solo se conservan las ruinas y comunicación directa con los famosos jardines de la cervecería La Tropical, rincón de esparcimiento y de encanto tanto en la concepción arquitectónica como en el concierto que ella establece con el entorno, hoy espacio cultural por excelencia en el que con asiduidad se organizan conciertos y otros eventos de gran concurrencia. Los paseos al Bosque se convirtieron en recreo predilecto de los habitantes de la capital de la Isla y contribuir a enriquecerlo con alguna donación, llegó a ser un mérito para las familias más adineradas. Entre esas contribuciones sobresale la realizada por la mujer del presidente Federico Laredo Brú, quien ordenó la construcción de una ermita católica que acogió una réplica en mármol blanco de la virgen de La Caridad del Cobre, patrona de Cuba. En aquel bosque y en una ciudad donde eran pocos los ricos y muchos los desclasados, la pieza desató la picardía de unos muchachos vecinos. En ciertos atardeceres se adentraban por pasadizos poco transitados hasta el hermoso descampado de la ermita en medio de lianas y árboles copiosos y aprovechando la soledad propia de la hora, introducían por la parte inferior de su reja una rama delgada de bambú, con la cual extraían las monedas que la gente le tiraba como ofrenda, e iban viviendo. Un día que por descuido del celador, la verja quedó abierta, los muchachos fueron a más y decidieron llevarse la virgen tapada con una camisa. Luego la vendieron por el valor de ocho pesos al dueño de una marmolería próxima al cementerio Cristóbal Colón. La profanación fue noticia en todos los diarios. El comprador asustado, localizó a los muchachos, exigió la devolución de su dinero y que ellos mismos se llevaran la virgen a otro lugar. «Le dijimos que ya habíamos gastado el dinero y por la noche sacamos la virgen de la casa de aquel señor y la dejamos cerca de la entrada del cementerio. No supe de eso nada más», confesó recientemente a Excelencias uno de los protagonistas de aquel episodio, develando para el público el misterio de la virgen desaparecida.
Miles de árboles de pequeño y gran porte, plantas ornamentales y flores, fueron sembrados en la parte oeste del río en interés de fomentar el Bosque de La Habana, con un diseño de caminos interiores y algunas instalaciones donde tomar un descanso
Un Tarzán criollo En la ribera este del río, próximo al Bosque, tenían su casa los hermanos De la Torre, pintorescos aventureros. Uno de ellos, culturista físico por demás, decidió que si los bosques de Sherwood habían contado con un Robin Hood en la Inglaterra feudal, el de La Habana moderna debía tener su Tarzán.
Así empezó a imitar al personaje de Edgar Rice Burroughs, con taparrabos, gritos de mono, saltos prudentes en las ramas de los árboles y cuchillo a la cintura. Cierto que le faltaban Juana y las fieras contra las cuales luchar, pero allí estaban las lianas entrelazadas con los algarrobos, uno de los atractivos simbólicos del Bosque de La Habana. Alrededor del Tarzán habanero se tejieron múltiples leyendas sobre su habilidad y destreza a toda prueba y la gente acudía a verlo, porque se convirtió de hecho en una de las atracciones del lugar. Un día el mito se vino abajo, cuando eligió la enredadera equivocada y sufrió un peligroso accidente por el que debió ser hospitalizado, acabando así otra de las curiosas historias del Bosque de La Habana. En 1989, por orientación del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba, Fidel Castro, se creó el Gran Parque Metropolitano de La Habana, el cual abarca 700 hectáreas de la cuenca del río en sus últimos 9,5 kilómetros, donde se desarrolla todo un programa medio ambiental y cultural con los pobladores, que a 22 años de creado comienza a dar sus frutos. El Bosque de La Habana solo tiene 6,5 hectáreas y el paciente trabajo silvícola y de reforestación de las últimas décadas ha estabilizado la permanencia de diferentes especies de aves y sus poblaciones, incrementado la presencia de moluscos, reptiles, mariposas y otros; mientras se ha establecido una colonia de ardillas rojas que regalan sus gráciles travesuras. Gracias a sus encantos naturales y a la ventajosa ubicación dentro de la ciudad, en el extremo norte del Bosque de La Habana, el Parque Almendares se ha transformado en un complejo recreativo cultural que goza de gran aceptación entre niños y adultos, con ofertas de paseos a caballo, botes, minigolf, entre otros. Cerca se encuentra el hotel El Bosque y además un sitio conocido como El Lugar, con restaurantes, sala de fiesta, piscina, lo que ha creado un área recreativa con muchas posibilidades para ser en la actualidad una de las opciones de paseo preferidas por los habaneros.
La idea de crear un bosque para La Habana, allí donde el río Almendares se aproximaba a su desembocadura, comenzó a manejarse en la década del 30 del pasado siglo