Para Marianela Boán, una de las creadoras más notables que ha tenido la danza contemporánea cubana desde mediados de la década de los ochenta del pasado siglo, hoy al frente de la Compañía Nacional de Danza de República Dominicana, es Defilló la pieza que siempre quiso hacer desde su retorno al Caribe.
Defilló estructura su escritura coreográfica a partir de la narrativa de la amplia y exquisita obra pictórica de Fernando Peña Defilló, artista visual y crítico de arte que, desde su filiación estética al informalismo español, devuelve su potencial expresivo totalizante en una pintura definida «por y para la dominicanidad y el antillanismo», dejando que la autoctonía de su ingenio y maestría cimienten una sólida y contundente producción artística con caracteres identitarios reconocibles en la República Dominicana, el Caribe todo y mucho más allá de nuestras latitudes.
En apariencias, la coreógrafa realiza una suerte de sutil transferencia de la iconografía e idiosincrasia dominicana asentada en Peña Defilló hacia la escena, suerte de amplio lienzo que le permite tejer una urdimbre donde la referencialidad inmediata, la asociación adyacente y la apropiación simbólica resultan claves elocuentes de un trazado espacial, corporal, situacional e imaginal verídico y concreto. No hay en Defilló, aun cuando siento un evidente propósito figurativo en su literalidad, la procacidad burda del calco acostumbrado en la escritura coreográfica que toma como móvil creativo determinada obra plástica; por el contrario, Boán reinterpreta el universo y estilo del pintor, su manifiesto carácter endógeno de la insularidad, para hurgar en los vericuetos geocéntricos de Dominicana y, por extensión, de cualquier reducto isleño del Caribe. Realismo, expresionismo, neoprimitivismo, geometrismos, yuxtaposición, policromía, idas y vueltas…, en la medida en que se vuelven trazos vehiculantes de la obra del pintor, en la pieza de Marianela proponen una novel imagen, donde el accionar narrante del cuerpo gana protagonismo absoluto.
Tal vez por ello, esta es la obra que la coreógrafa se debía en su nuevo escenario de acogida. Los bailarines que integran la Compañía Nacional de Danza han logrado acumular las experiencias corporales, motivacionales, culturales que exigen los procesos de investigación y escritura asumidos por Marianela, cuerpos dóciles y a la vez autónomos en su vocabulario expresivo y modo de reinterpretar la pauta.
En Defilló, tal como se sucede en las múltiples imágenes creadas por el pintor, se modula una equidad estética donde las relaciones entre lo aparencial y lo sugerido, la forma y el color, lo visible y lo invisible crean un universo poblado por esos personajes recurrentes e invariantes de nuestras realidades cotidianas. La familia, su foto, sus fugas y fracturas. La fruta, su color, su textura, su olor. La mesa como punto de encuentro y como instancia de disonancia.
Si bien la labor coreográfica de Marianela Boán y su gran creación: la fundación de la compañía DanzAbierta hace ya treinta años —con la que produjera las piezas más memorables del catálogo razonado de la danza contemporánea cubana: El pez de la torre nada en el asfalto y Chorus Perpetuus— están signadas por el tratamiento discursivo-espectacular de las inquietudes y conflictos del hombre consigo mismo y con la sociedad que lo circunda, por su interés en develar mitos, conservadurismos y el dominio que le atribuye a los niveles o planos dramatúrgicos, hoy por hoy, en su actual territorio creativo, Boán está regresando a la danza que baila, instancia que no significaría un retroceso o alto en sus modos avant-garde de entender la acción danzaria o el rol del sujeto danzante. Me atrevería a pensar que se está produciendo una recapitulación donde el contexto vuelve a resemantizar los dispositivos que legitiman la danza como zona discutible de lo «irrepresentable».
Tal como le ocurriera a Peña Defilló cuando regresó de Europa a Dominicana, al volver de Norteamérica al Caribe Marianela retoma un viaje donde su otrora y supuesto sentido de lo «no-formal» se transforma en polifonía discursiva del cuerpo y de la imagen. Regresar a los valores primarios de la geométrica del vocabulario técnico de la danza, de la movimentalidad denotativa del salto, el giro, la caída…, le permiten establecer una relación más colindante con esos espacios que Peña Defilló volvió a habitar —tal como ha registrado la crítica Marianne de Tolentinoa—, para ocupar, para poblar de par en par su pintura hacia la representación criolla, la de su gente y sus tradiciones, la de su mística y su sincretismo. Con Defilló, ahora en una Habana teatral, la Boán ha retornado entre imagen y movimiento.