- Jazz Plaza. Cuando la música une.
Cuando bien entrada la madrugada del lunes 22 de enero en alguna de las sedes colaterales del Jazz Plaza sonaba la última nota del evento, se ponía fin por este año a uno de los encuentros de la vida musical cubana que mayor repercusión ha alcanzado, tanto a escala nacional como internacional. Confieso que me resulta en extremo difícil poder formular una valoración imparcial del certamen, pues, de un modo u otro, en el presente ya me siento implicado por igual en sus aciertos y errores. De tal suerte, ruego que me disculpen si en las siguientes líneas me sale en demasía mi personal y propia subjetividad, la cual, en todo caso, vendría a ser expresión del compromiso que experimento con los que, contra viento y marea, desde 1980 vienen haciendo realidad lo que constituye una fiesta para los cubanos amantes del jazz.
Como escribí al término del anterior Jazz Plaza y me veo obligado a repetir ahora en 2018, tengo la impresión de que en nuestro país no somos conscientes de que, sin la menor duda, «entre los muchos festivales del género celebrados en el mundo, pocos —por no decir ninguno— se dan el lujo de tener una programación tan intensa como la desplegada en el nuestro. Tanto la calidad como la cantidad de músicos que, de manera gratuita, intervienen en el evento, así como el número de conciertos que se llevan a cabo, es algo sencillamente asombroso e impensable en otros sitios del mundo».
Así, de excelente, puede calificarse la trigésimo tercera edición del Festival Internacional Jazz Plaza, celebrada entre el martes 16 y el domingo 21 de enero de 2018. Inaugurado con la presentación especial del maestro Bobby Carcassés y su nueva agrupación Afroswing, el encuentro, por segunda vez compartido en las ciudades de La Habana y Santiago de Cuba, estuvo dedicado a festejar los treinta años de carrera artística del eminente saxofonista camagüeyano César López.
Las principales sedes del Festival Internacional Jazz Plaza 2018 fueron los teatros Mella y Nacional, el habitual y fundador patio de la Casa de la Cultura de Calzada y 8 en El Vedado, la sala Abelardo Estorino del Ministerio de Cultura y el Pabellón Cuba, en la capital del país. En Santiago de Cuba, se pusieron al servicio del festín el teatro Martí, el Iris Jazz Club y el patio de la Uneac. Igualmente, hubo una intensa programación en sedes colaterales, como Fábrica de Arte Cubano, Hotel Nacional, Bar Elegante del Hotel Riviera, Salón Ipanema del Hotel Copacabana, el Bulle-Bar 66 y el Hotel Sevilla.
Pudiera hablar aquí de los grandes conciertos que por estos días tuvieron lugar, todos dignos de ser comentados de forma particular por lo exitoso de cada una de las funciones; de la nueva edición del coloquio del Festival Internacional Jazz Plaza 2018, que ideado por la musicóloga Neris González Bello estuvo concebido para el intercambio de experiencias, para el disfrute de clases magistrales, así como para presentaciones de discos y revistas especializadas y homenajes a notables figuras de la música cubana; referirme a las sobresalientes actuaciones de visitantes no tan renombrados o de jóvenes compatriotas que deleitaron con sus conciertos, como sucediese en los casos del saxofonista español Antonio Lizana, figura frontal ya en un par de discos, a saber, De viento (2011) y Quimeras al mar (2015) y del pianista habanero Rodrigo García con su grupo Ceda el Paso; o llamar la atención acerca de los nuevos y hasta hace poco insospechados caminos por los que hoy también transita el jazz hecho por cubanos, como lo evidenció el pianista santiaguero Aruán Ortiz con una propuesta en la que emplea recursos de la música académica como el atonalismo y el dodecafonismo, en una incursión por los terrenos del free jazz.
Empero, por esta ocasión prefiero poner el énfasis de las presentes líneas en zonas más de carácter general y acerca de las que a veces no se medita lo suficiente. Por ejemplo, ser conscientes de que en Cuba, más allá de los problemas objetivos y subjetivos que han impedido el florecimiento de una eficiente industria musical, tenemos el privilegio de crear y consumir jazz de alta factura, en lo cual vale señalar que las distintas emisiones del Jazz Plaza desde 1980 han contribuido a la promoción y defensa del asumido como el primer gran lenguaje sonoro del siglo XX, al punto de que hoy este género, entre los interpretados por cubanos residentes en el país o radicados en la diáspora, sea el que goce de mayor reconocimiento en distintos puntos del orbe.
A propósito del asunto de la diáspora, me parece un logro que ya en el festival intervengan, cada vez en mayor número, jazzistas de los que en un momento dado decidieron marcharse de Cuba para darle otros horizontes a sus carreras. Como parte de la reciente emigración de compatriotas hacia diferentes puntos de la geografía planetaria, una polifacética generación de músicos cubanos se ha afincado en ciudades como Nueva York, Boston, Toronto, Montreal, Madrid, Barcelona, Londres, París… Ellos son protagonistas de una sonoridad emergente en el medio artístico de Cuba y su diáspora, fenómeno caracterizado por el abandono de un lenguaje regido exclusivamente por símbolos nacionales y que incide también en la redefinición multicultural de la Isla, proceso que acontece en un contexto internacional abigarrado donde el sujeto cultural unívoco de la modernidad tiende a desaparecer.
Es en este escenario donde se inscribe la producción musical facturada por Michael Olivera, Reinier Elizalde («El Negrón»), Iván Lewis («Melón»), Ramón Valle, Yosvany
Terry, Aruán Ortiz, Xiomara Laugart, que en la actualidad representan a nuestra cultura en los lugares del mundo en los que viven y que nos visitaron para actuar ante su público natural, cosa que les permite continuar alimentándose del Aleph —sin entender el término como sinónimo del sitio donde encontrar la totalidad de nuestras manifestaciones artístico literarias—, de la sustancia, de la savia nutriente que les dio razón de ser.
En el caso específico de los representantes de esta nueva generación de músicos cubanos transterrados, en relación con sus colegas residentes en Cuba, no cabe hablar de la existencia de dos comunidades que se des-obran la una a la otra y que se vean respectivamente como una parte maldita a partir del establecimiento de un límite radical entre ambos grupos, según el modelo establecido por Jean Luc Nancy. Todo lo contrario, pues la motivación creacional, el fundamento y desarrollo de la propuesta artística no es la exclusión del otro por ninguna de las dos partes. Así, como señal de madurez tanto del Estado como de la diáspora, con ejemplos como el del reciente Jazz Plaza, se hace realidad el derecho natural de una normal y fluida comunicación de la cultura cubana con nuestros artistas que viven en el exterior.
Un segundo aspecto sobre el cual quiero se preste atención es el de la participación de tantas sobresalientes personalidades foráneas que nos visitaron para participar en la trigésimo tercera edición del festival Internacional Jazz Plaza, dado el enorme prestigio que el mismo se ha ganado en el universo jazzístico internacional. Tuve la oportunidad de intercambiar con la mayoría de estas figuras en el contexto de las ruedas de prensa que durante el evento se realizaron en salones del Hotel Nacional y todas, sin excepción, me manifestaron la satisfacción que sentían por estar en nuestro país, en no pocos casos por primera vez. Estos artistas de culto dentro del mundo del jazz, varios de ellos estadounidenses, nos visitaron en señal de oposición a la hostil política que Donald Trump ha establecido en relación con Cuba desde que asumió la presidencia de Estados Unidos y con sus actuaciones en nuestros escenarios demostraron que, donde otras cosas dividen, la música une.
Así pues, el Jazz Plaza 2018 devino hermosa y auténtica mezcla cultural entre artistas cubanos y foráneos, a fin de dialogar el idioma común y universal de la música, la cual funciona como un privilegiado punto de convergencia entre los seres humanos, sin tener en cuenta nuestras diferencias políticas, ideológicas, culturales, económicas, religiosas o raciales, ni el sitio del planeta en que hayamos decidido vivir. Con claridad meridiana, el desaparecido Leonardo Acosta nos pormenoriza las razones del porqué ello ocurre: «Porque es una parte vital de nuestro legado común y de nuestra experiencia cotidiana; porque es un espacio idóneo para el diálogo como lo ha sido y es para la experiencia compartida. Y mientras el diálogo parece casi imposible en otras áreas, en la música más bien parece no haber cesado nunca».