Tres toques sobre la piedra aseguran la entrada al Cabildo Congo de Santa Isabel de Las Lajas. Una hora antes habíamos zarpado desde Cienfuegos en una legendaria guagua Girón, parte de nuestros símbolos más cotidianos. El paisaje, similar al del resto de los municipios más lejanos de provincias como Pinar del Río o Camagüey, nos revela casas situadas a ambos lados de la carretera, campos de caña, de maíz, el tradicional cruce de trenes y los letreros que ubican al viajero cuando le apena preguntar dónde está.
Íbamos camino a la tierra del Benny, a pisar sus calles, conocer su gente, disfrutar la brisa fresca, calmada. Al llegar, descubrimos un pueblo jovial y conversador, magia de parques que no tienen Wifi, pero que convocan a la gente a tomarse un café sin la agitación de las grandes urbes, y de vez en vez mirar la estatua del Benny que parece hablarte con la mirada.
A pocas cuadras del Centro Histórico de Lajas, llegamos a una casa de madera carcomida, pintada de blanco, con puertas y grandes ventanales azules, techo a dos aguas. En el último de los tres peldaños de la entrada, una señora que peina canas nos da la bienvenida. Viste una saya carmelita y una blusa blanca de pronunciado escote. En el pelo usa un pañuelo y justo detrás de la oreja derecha tiene una albahaca blanca. Su nombre es Madelaine Hernández y es la directora y promotora cultural del grupo folclórico Makuta, del Cabildo Congo. Para entrar, ella nos indica que debemos inclinarnos y tocar la piedra tres veces con la mano derecha, una suerte de permiso a alguna deidad; y, por supuesto, portar una albahaca detrás de la oreja mientras dure la presentación.
Adentro nos recibe un altar con velas amarillas dedicadas a San Antonio de Padua, Ogún, el guerrero; claro, no podía faltar el Elegguá, siempre tras la puerta. El Cabildo, creado en 1886, atesora los tambores makuta que se encontraban en los barracones del central Caraca, donde los esclavos iban a refugiarse, a olvidarse de los azotes y crear su arte sin restricciones ni miramientos. ¡Era aquello un verdadero templo sagrado donde solo importaba una raza: la humana!
El proyecto comunitario debe su génesis a la restauración del cabildo en 1998. A casi dos décadas de labor, el arsenal de premios que han recibido es muy vasto, y avalan su trayectoria en defensa del folclor y las tradiciones más auténticas que nos identifican como seres transculturales. Entre ellos, el Premio Memoria Viva del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello en 2005, el Premio Jagua, un importante lauro para los cienfuegueros, y además fueron declarados Grupo Portador en 2010.
Como el Benny, los integrantes del grupo son hombres y mujeres descendientes de los congos de la barriada. Es mediodía y anuncian que bajo ningún precepto se puede iniciar la ceremonia, pues la religión no negocia este principio. Pasada las doce en punto comienzan los toques. La estructura danzaria consta de dos partes: el Ceremonial de la Bandera, que se compone de tres cantos en los cuales puertas y ventanas deben permanecer desocupadas, y un segundo momento nombrado Jindinga, en la que los tambores, protagonistas del espectáculo, ocupan el centro de la escena. La coreografía nos invita a danzar en círculos alrededor de ellos, guiados por la fuerza vocal de la solista principal. Algunos intentan quedarse al margen en la segunda danza, pero no es posible: la sonoridad atrapa, la piel se eriza, los ancestros llaman…
Termina la ceremonia. Al salir seguimos la tradición de ese camposanto, dejando la albahaca ya marchita sobre la piedra. Pero quedo pensativa, con ganas… y casi por instinto pido un deseo a Ogún, y luego siento aquella voz en mi cabeza que me enamora y me invita a desplazarme nuevamente hacia los tres toques de tambores, para esta vez cantar con él.