A propósito del Premio Nacional de Teatro 2018, otorgado al maestro Armando Morales

Tiene nombre de galán romántico, pero es un juglar habanero de pura cepa, pícaro saltimbanqui que tuvo el privilegio de haber estado con los hermanos Camejo y Pepe Carril, como miembro de la tropa mítica llamada Guiñol Nacional de Cuba, en los tempranos años sesenta. Luego fue testigo de la fundación en 1963 del Teatro Nacional de Guiñol. Armando Morales Riverón es el segundo titiritero activo que recibe el Premio Nacional de Teatro, desde su creación a finales de los años noventa; el primero fue el director artístico, dramaturgo y diseñador matancero René Fernández, en el año 2007.
Una y otra vez su nombre apareció entre los nominados al máximo galardón teatral de nuestro país. Ahora que en 2018 lo ha obtenido, evoco el nombre de sus maestros del retablo, que son los maestros por excelencia de cada amante de la titerería que surge en nuestra Isla. Repaso también los nombres de sus colegas más destacados de aquella época, Xiomara Palacio y Ulises García, que regaron con su impronta luminosa el siglo xx y el siglo xxi, hasta decir adiós. En 2016 recibió en el Taller International de Títeres de Matanzas la Distinción Honorífica Hermanos Camejo y Pepe Carril, y el Premio Maestro de Juventudes que otorga la Asociación Hermanos Saíz.
Personajes protagónicos en obras cumbres del repertorio del Teatro Nacional de Guiñol como La loma de Mambiala, Ubú Rey o Ibeyi Añá lo reconocen como excelente actor titiritero, a lo que se suman sus trabajos como diseñador escenográfico, de muñecos o vestuario junto al maestro Camejo. Armando se hizo director artístico y comenzó a escribir e investigar, hasta conformar un cuerpo teórico sobre el teatro de títeres que ha sido publicado en Cuba y el extranjero. Ha colaborado en montajes escénicos de agrupaciones nacionales e internacionales, ha promovido eventos y autores, y su impronta histriónica y pedagógica ha sido reconocida y aplaudida por varios festivales allende los mares, donde ha dejado el sello de un artista, legítimo heredero de lo mejor del teatro de figuras en nuestro territorio.
La inquietud artística y el riesgo creativo han marcado su trayectoria profesional, más el amor por la enseñanza y un puente perenne con los miembros más jóvenes del retablo nacional. Desde hace un buen tiempo está al frente del Teatro Nacional de Guiñol, la compañía que vio nacer hace más de cincuenta años en la populosa salita ubicada en el edificio Focsa de la capital. En ese sitio, tan lleno de momentos gloriosos y de referencia obligada en el panorama de la escena cubana, sigue labrando en la actualidad. Sus más recientes espectáculos, ya como director artístico o como intérprete, hablan de su permanencia en el camino infinito de las tablas. Todos los que en este verde caimán nos colocamos un muñeco en la mano, saludamos el premio nacional de este singular titiritero llamado Armando.