Algunos turistas sueñan con disfrutar de un juego de béisbol en el Estadio Bartolo Colón.
Sancocho, plato insignia de los días de fiestas.
El Rincón Caliente es ideal para bailar un pegajoso merengue.
Montaña Redonda.

TRAS HABERSE CONVERTIDO EN UN LUGAR DE ENSUEÑO, GRACIAS A LA BELLEZA DE SUS PLAYAS Y CORDIALIDAD DE SU GENTE, REPÚBLICA DOMINICANA HA ENTRADO EN EL CAMINO DE LA RENOVACIÓN COMO DESTINO

La República Dominicana, país líder en llegadas de turistas en la región del Caribe, tras haberse convertido en un lugar de ensueño, gracias a la belleza de sus playas y cordialidad de su gente, ha entrado en el camino de la renovación como destino bajo la sombrilla de su singularidad, su gran legado cultural, biodiversidad, gastronomía, oferta de turismo comunitario, opciones para el turismo de aventura y especial convivencia con la naturaleza.
Donde todo comenzó, así puede ser eternamente presentada la Ciudad Colonial de Santo Domingo, joya del Nuevo Mundo, compuesta por auténticos tesoros arquitectónicos, primacías de América, entre las que se encuentran las ruinas del primer hospital, las primeras atarazanas, primeras sedes de órdenes religiosas, la primera catedral, el primer monasterio, la primera Casa de Comercio Trasatlántico, por solo mencionar algunos de esos lugares asombrosos que merecen ser visitados al menos una vez en la vida.
La República de los colores: de norte a sur y de este a oeste, sus colores nos conquistan a través de una naturaleza prodigiosa y muy particular. Espectaculares amaneceres como los de Montaña Redonda en El Seibo, o como los de Valverde Mao, se unen a los diversos matices que ofrecen sus ríos como: Arroyo Colorao, el único rojo del país ubicado en San Cristóbal; Bahoruco, el más cristalino de toda la isla y que brota de las montañas del sur en Barahona; y el Yásica, de un azul turquesa intenso y espesa vegetación en su entorno a su paso entre Puerto Plata y Jamao al norte. La carta de colores no estaría completa sin el esmeralda espectacular que regala la provincia de Monte Plata.
Nada como el sabor criollo, dicen quienes han probado la variada y deliciosa gastronomía que hace la mejor representación del mestizaje que se dio en los inicios de la Colonia y prosiguió con las distintas llegadas de oleadas migratorias de los distintos continentes hacia esta pequeña muestra del paraíso terrenal. El sancocho, plato insignia de los días de fiestas, o el que es considerado nacional, la bandera (compuesto de arroz, guiso de alubias y carne acompañadas de un trozo de aguacate), así como el chen chen con chivo, el cerdo a la puya y el pollo al coco, son una muestra de las múltiples opciones que tiene el visitante quien, sin importar la exigencia de su paladar, también quedará fascinado en la tierra más bella que ojos humanos hayan podido ver, con un servicio de carnita frita adobada con naranjas agrias. 
El turismo comunitario se presenta como una nueva forma de vivir experiencias muy únicas «a la dominicana», relacionadas con el día a día de los hospitalarios hijos de esta tierra, como disfrutar del béisbol, en el Estadio Bartolo Colón en Altamira; del cacao en Hato Mayor, El Seibo, San Francisco, Guananico o Yamasá; visitar Rincón Caliente donde se puede aprender el sistema de elaboración de los tradicionales elementos que ponen las armoniosas notas de un pegajoso merengue, emblema de la dominicanidad y ya Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad;  o simplemente dejarse poseer por las vivencias que ofrecen los pueblos del interior como San José de Ocoa con su Ruta Agroturística, o Constanza con la primera Cicloruta entre campos de cultivo en la zona de la Sabina, o adentrarse en el universo de museos como los del Ron, Tabaco, Ámbar, Larimar, Cerámicas o sus distintos centros culturales.
Adrenalina sin límites: la oferta turística dominicana ha evolucionado de la mano del gusto de aquellos que necesitan liberar su alma del estrés y las presiones del diario vivir. Zipline con vistas al Atlántico, dejarse absolver por una gran esfera transparente como el zorbing y deslizarse a lo largo de una cuesta; hacer rafting en la confluencia de los ríos Yaque del Norte y Yaque del Sur, son solo algunas de esas opciones por las que este destino ¡gusta!
Visitantes como las más de 3 000 ballenas jorobadas que cada año pasean por la Bahía de Samaná, las cuales pueden ser observadas desde pequeñas embarcaciones o desde la torre de Cayo Farola, desde donde también se pueden avistar llamativas aves, aprovechando que el país recibe anualmente más de 150 especies migratorias, las cuales se suman a las endémicas en un festín del cielo, donde sobresalen: ciguas palmeras, gavilanes como el de la Hispaniola, pájaros carpinteros, jilgueros, patos de la Florida, gaviotas negras, halcones…, que con frecuencia eligen anidarse entre manglares, árboles y arbustos tropicales de esta parte del mundo.