Óculos realizados con la técnica del vitral para el hotel Plaza. En la imagen de arriba, uno de los mediopuntos que distinguen un sitio que llama la atención: la Droguería Sarrá.
Rosa de la Terga y su hijo Julio César Giner, quien ha continuado con el legado que le entregó su madre.
El equipo conducido por Rosa de la Terga tuvo a su cargo la restauración del vitral del Consejo de Estado.
En uno de los espacios de la Contraloría de la República se muestra un gran vitral con la isla de Cuba.

LOS FABULOSOS VITRALES DE ROSA DE LA TERGA CONSTITUYEN UNA DE LAS MÁS SINGULARES MARCAS QUE LE HA ENTREGADO LA HABANA AL UNIVERSO

Auténtica Ciudad Maravilla, La Habana, próxima a cumplir 500 años, no termina de sorprender, aunque se recorra mil veces. Calles empedradas, esbeltas columnas, luminarias, plazas, conventos, invitan a detenerse, a querer parar el tiempo para que nuestras retinas queden marcadas para siempre por tanta belleza. Pero hay espacios en los que uno encuentra poesía mayor: la que obsequia esa luz casi enceguecedora del Caribe cuando atraviesa vidrios de colores azules, rojos, verdes, naranjas, ámbares dorados, lilas... para produce el hechizo.
Es una magia que hipnotiza lo mismo en la Perfumería Habana 1791, que  en los hoteles Raquel y Florida, en la Iglesia de Paula, el Centro Andaluz, el Convento de Santa Brígida y la Droguería Sarrá, que en la Constructora Puerto Carena o los restaurantes Café del Oriente y Hanoi, por mencionar conocidos espacios del Centro Histórico declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Mas se trata de un encanto que no es exclusivo de la parte más antigua de la ciudad, sino que se extiende al Vedado o a Miramar, para despertar admiración en la Nunciatura Apostólica, la Casa del Habano, los hoteles Meliá Cohíba y Copacabana, la Cancillería del Ministerio de Relaciones Exteriores, la iglesia San Juan de Letrán, los restaurantes Tocororo y Le Select, la sede del Canal Habana... en todos ellos, los de aquí y los de allá, encontramos un denominador común: impresionan, fascinan, los vitrales creados por Rosa de la Terga Tabío (1935-2017), un nombre al que habrá que citar cuando se notofiquen las singulares marcas que en cinco siglos le ha entregado La Habana al universo.
Entrevistada por Excelencias antes de abandonarnos físicamente, esta extraordinaria restauradora y diseñadora de vitrales en pequeño y gran formato, de instalaciones de vidrio, mamparas, faroles y lámparas al estilo Tiffany, le aseguró con evidente orgullo a la revista que de tantas obras que tenía emplazadas en la capital cubana (también en Matanzas, Pinar del Río, Cayo Coco, Santiago de Cuba), se podía organizar una ruta o una exposición itinerante que permitiría recorrer y descubrir la ciudad de un modo tan emotivo como diferente.
Rosa trabajaba como taquígrafa y mecanógrafa de inglés y español en Comercio Exterior, cuando quedó excedente. Pensó que el mundo se le vendría abajo cuando le llegó la gran oportunidad de su vida. «Con el tiempo me hicieron distintas ofertas, entre ellas la Escuela de Arte Clara Zetkin, auspiciada por la heroína Celia Sánchez. Me presenté y estuve entre los 15 seleccionados. El curso, de tres años, terminó en 1970. Recuerdo que Celia había planeado que nos dedicáramos a elaborar muebles decorativos al estilo Luis XV, Luis XVI, pero esa idea se desechó. Nuestra graduación coincidió con el momento en que se estaban creando los vitrales del restaurante Las Ruinas, del Parque Lenin, diseñados por René Portocarrero a partir del proyecto del arquitecto Joaquín Galván, y decidieron ponernos a aprender ese arte.
«Cuando conocí los vitrales, una tradición que para entonces se había perdido, me quedé fascinada, impresionada. Me maravillaron los “milagros” que puede conseguir la combinación de los colores y la luz. Nuestro maestro fue el italiano Nino Mastellari, quien había llegado a Cuba en 1912 junto a su familia, que conocía muy bien este negocio.
«En Cuba los vitrales habían vivido una primera etapa de esplendor con las casas coloniales, sobre todo en aquellas ubicadas en ciudades donde había puerto de mar: La Habana, Gibara, Matanzas. Se construían con patio interior, ventanas francesas y lucetas con vitrales o mamparas», nos esclareció quien recibió la Distinción por la Cultura Nacional en 1997 y fuera fundadora de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (ACAA).
ORGULLO MAYOR
«La vitralería colonial cubana, siempre espléndida en el mediopunto y en la que predominan las formas geométricas, es única en el mundo. No existe una maravilla similar en ningún otro país. Aquí se desarrollaron bajo la influencia europea, en particular de España e Italia, donde aparecieron con las catedrales, de ahí su carácter netamente religioso. La técnica que después se aplicó en estas tierras, consistía en fragmentos de vidrio coloreado que se colocaban en una armazón de madera ranurada.
«Luego hubo otro florecimiento al instaurarse la República en 1900, a partir de que se pusiera de moda el art nouveau en el mundo, un estilo que encaja a la perfección con los vitrales. Ese impulso permitió que en Cuba se retomara la tradición, solo que las edificaciones eran palacios, palacetes, casas-quintas, mansiones, villas..., levantados en barrios residenciales que aparecieron con la expansión de La Habana: Santo Suárez, Vedado, Miramar...
«Los temas que representaron estos nuevos vitrales fueron diversos, y las piezas, que también embellecieron bancos, oficinas, edificios estatales, se empezaron a realizar con la técnica del emplomado. En el caso de las iglesias, los trabajos se les encargaron, sobre todo, a Momellán y Cía. Su conocida firma, París-Madrid, se puede apreciar en la de Reina, la del Carmen… Es importante destacar que en este período tampoco participaron los artistas cubanos en el diseño, algo que no vino a ocurrir hasta después de 1959.
«A finales de los años 40 del pasado siglo, con los cambios políticos, sociales y económicos que se produjeron, y la fuerza que tomó la cultura norteamericana en nuestro país, este arte se volvió a apagar. Llegaron las casas de apartamento con sus ventanas de cristales calobares y desaparecieron las persianas francesas.
«Ya en la Revolución ocurrió que en el año 70 el arquitecto Joaquín Galván propuso para el restaurante Las Ruinas un vitral diseñado por un pintor cubano: René Portocarrero. Iniciaba así una nueva era para este arte con la entrada de los pintores cubanos en el diseño. Antes, figuras como Amelia Peláez habían tratado este universo en sus obras, pero no habían conseguido llevarlas al vitral con vidrio. Eso pudo ser posible gracias a las enseñanzas de Nino Mastellari.
«Entonces se decidió que quienes habíamos pasado aquel curso organizado por Celia, donde me gradué de pintura al óleo, nos especializaríamos en los vitrales. Recuerdo que en la Oficina de Asuntos Históricos, que ella atendía directamente, se confeccionó la pieza de Portocarrero. Fue una experiencia que nos enriqueció de un modo notable a quienes tomamos parte de aquel curso.
«A partir de ese momento se hicieron en el taller de Celia otras obras relevantes: el vitral óptico del Mausoleo de los Mártires de Artemisa, el del Consejo de Estado, el del Valle de Picadura, e incluso creamos algunos que fueron utilizados para obsequios de Gobierno a mandatarios, como el que recibió Leonid Brezhnev», contó una artista que estuvo detrás de restauraciones como las que recibieron los vitrales del Santuario de la Virgen del Cobre, del Capitolio Nacional (1984), del antiguo Colegio de Belén, de la Casa Museo de la poetisa Dulce María Loynaz...
De la Terga aseguró que a partir del año 70, «tras la irrupción de nuestros pintores con sus diseños», se puede hablar de un vitral puramente cubano, del cual ella fue una de sus más genuinas representantes. «Con anterioridad creo que solo Mariano Rodríguez había creado por encargo dos vitrales para la Iglesia de Bauta. 
«Después del restaurante Las Ruinas, vino el vitral del Mausoleo de Artemisa, diseñado por Félix Beltrán, y luego el del Consejo de Estado, de Gallardo, que nosotros realizamos en el taller de Celia (luego me ha tocado darles mantenimiento). En la fuerza que volvió a tomar el vitral tuvo mucho que ver el arquitecto Galván, quien se empeñó en revivirlo. Entones se empezaron a hacer en hoteles y en las más diversas instituciones...».
HUELLAS IMBORRABLES
El Café del Oriente fue el primer encargo importante en el que Rosa intervino, aunque no contó con su personalísimo diseño. «Sí participé en esa licitación con la Oficina del Historiador del Ciudad (OHC), con la que en lo adelante estaría estrechamente vinculada, realizando obras concebidas por mí y asumida por el equipo que formé, porque por lo general eran de grandes tamaños, de techo o los llamados vitrales de escalera, debido a su ubicación en las paredes donde estas se encuentran para iluminarlas.
«Dentro de la Habana Vieja considero que mis trabajos más conocidos son el hotel Raquel, cuyo vitral tiene 230 m2; la Droguería Sarrá (farmacia La Reunión), que está lleno de ellos y para cual quise hacer algo diferente, entonces elaboré un domo en el techo); la Perfumería Habana 1791 con sus 32 puertas (52 m) y mediopuntos de 3 m x 1,60 m, que son inmensos... Debo mencionar por su importancia el de la Iglesia de Paula, de Nelson Domínguez, pero materializado por nosotros.
«El de la Contraloría de la República, en el Vedado, de 36 m, es muy significativo por sus características: refleja la isla de Cuba, con destaque de algunas provincias y los elementos que más las distinguen; aparece dividido en dos partes: oriente y occidente.
«También destaco el que se encuentra en la Nunciatura Apostólica, localizada en el reparto Miramar. Se hizo para la visita del papa Benedicto XVI».
Rosa, ¿qué es más difícil: crear o restaurar?, le preguntamos entonces. Y respondió:
«Son dos labores distintas, no se puede decir que una sea más compleja que la otra. Restaurar es esencial, porque solo así se puede conservar lo muy valioso que tenemos.
«He restaurado obras importantísimas aquí en La Habana, por iniciativa de la Oficina del Historiador de la Ciudad, como una en el Gobierno de Plaza de la Revolución (Calzada y 8), una casona que posee una arquitectura impresionante. Allí se encuentra un vitral, que es un Quijote (único realizado en Cuba por un vitralero cubano) y que está custodiado por otros dos que exhiben las musas de la Filosofía y la Literatura.
«Igual de complejas son las obras nuevas, empezando porque no puedes repetirte, cada propuesta debe ser distinta. Yo tengo a la Habana Vieja llena de vitrales, están muy cerca unos de otros, pero ninguno se parece. A la hora de crear se debe tomar en consideración las características del lugar, para que el vitral no luzca divorciado de la arquitectura, del estilo del edificio, y se pueda integrar armónicamente, no importa si se trata de un inmueble antiguo o de uno moderno».
EN BUENAS MANOS
La muerte le impidió a la gran Rosa de la Terga ver concluidos proyectos que la traían tremendamente entusiasmada, como el del Tribunal Supremo Popular y el Museo Observatorio Meteorológico del Convento de Belén. Tampoco logró finalizar la más reciente restauración que conducía de los valiosos vitrales del Capitolio Nacional. Pero se fue de este mundo con el convencimiento de que había dejado en las mejores manos el arte que tanto cultivó y prestigió, su hijo Julio César Giner de la Terga, quien lleva más de tres décadas enfrascado en esta labor.
Justamente en el Capitolio Nacional donde ahora trabaja para devolverle su máximo esplendor a los vitrales de las escaleras, la Sala de Armas, la Biblioteca, el restaurante y los dos Hemiciclos), el sitio en el que Julio César dio sus primeros pasos guiado por su madre, con quien aprendió que a la hora de enfrentarse a un nuevo proyecto «lo primero que debe hacerse es identificarse con el lugar, con la iluminación; saber qué desea el cliente expresar o representar; determinar qué tipo de estructura llevará, dónde se situará la pieza y sus dimensiones.
«Es entonces cuando se diseña la pieza y se piensa en el tipo de vidrio que se usará, se seleccionan los colores, se calcula la cantidad de materiales, etcétera. Los vitrales se desmontan y se montan por sesiones. En el caso de la restauración, debemos ver en qué condiciones se halla la estructura, si se acomoda al nuevo proyecto o si es necesario armar una más adecuada. Resulta esencial respetar el original del cual se parte. Es un mundo apasionante».