En la ría de Arousa se pueden ver de cerca las bateas (plataformas flotantes en las que se cultiva el mejillón).

Se camina a Santiago de Compostela desde que, durante el reinado de Alfonso II en España durante el siglo X, un eremita llamado Pelayo tuviera la revelación de que la tumba del Apóstol Santiago estaba oculta muy cerca y unos paisanos vieran extrañas luces sobre una zona del bosque. Fue allí, en el Campo de la Estrella o Campus Stellae, donde se erigió el primer templo en honor al Apóstol; y donde terminó por asentarse la hoy ciudad de Santiago de Compostela.

En aquellos tiempos, el peregrinaje empezaba en cuanto la persona que quería visitar la tumba del Apóstol Santiago ponía el primer pie fuera de su casa. El Camino más tradicional era, y es, el francés, ya que por él entraban todos los peregrinos de Europa… Pero siempre ha habido otras rutas. 

A día de hoy es innegable que muchos peregrinos se han aventurado a navegar hasta Galicia con el objetivo de visitar Compostela. Hay probada evidencia histórica de que en el siglo XII la Escuadra Cruzada recaló en el estuario del río Tambre para poder rendir pleitesía al Apóstol Santiago; de que la tripulación de varios barcos genoveses que vendían pescado salado de los países nórdicos en el Mediterráneo atracaban largo tiempo en el puerto de Muros para acercarse a Compostela y visitar la tumba de Santiago el Mayor… ¡Por no hablar de que la traslatio, el místico viaje del cuerpo del Apóstol Santiago hasta su lugar actual de enterramiento, se realizó por barco!

Pero en tiempos modernos, las travesías internacionales –e intercontinentales– se efectuan en avión, tren, coche. Los peregrinos que acuden a Compostela se dan cita a 100 km si van a pie, 200 km si se trasladan en bicicleta o a caballo, de su apostólico destino; y comienzan en ese punto su andadura. Al menos, eso hacían hasta ahora. Durante los últimos años, la Agencia de Turismo de Galicia, la Asociación de la Ría Muros-Noia y ASNAUGA (Asociación de Clubes Náuticos de Galicia) han trabajado de manera conjunta para reclamar y reactivar la Travesía Náutica Xacobea. 

Esta ruta del Camino de Santiago implica la navegación por mar durante un mínimo de 92 millas náuticas hasta un punto de la costa gallega cercano a Compostela, como la Ría de Muros-Noia, y la peregrinación a pie desde allí durante un mínimo de 6 km. Este 2019, tras mucho esfuerzo por parte de todas las entidades implicadas, acaba de ser reconocida por el Arzobispado: la Credencial del Peregrino incluye, por primera vez en su historia, la modalidad «a vela». Y, para celebrarlo, ASNAUGA, la Asociación de la Ría Muros-Noia y la Agencia de Turismo de Galicia se aliaron con Sailway, única empresa que ofrece actualmente este recorrido a bordo de sus barcos, e invitaron a Excelencias Turísticas a formar parte del primer grupo de peregrinos náuticos de la historia moderna de Santiago de Compostela.

Tamaña aventura comenzó en el puerto de Baiona, donde nos embarcamos en un precioso velero de Sailway. Allí pasaríamos los próximos tres días, con sus noches, embarcados con nuestros compañeros de travesía. 

En nuestra primera jornada de viaje recalamos en los puertos de Vigo, Cangas y Portonovo. Allí, sus Clubs Náuticos cuidaron de nosotros con el máximo cariño; pero la travesía se reveló dura. La mar, especialmente la gallega, es brava e impredecible; y nos tocó navegar la última de estas tres etapas en medio de una nada desdeñable tormenta. No obstante, valió la pena: las nubes formaban una capa gris que reflejaba la luz de manera más hermosa sobre el velero; y los peregrinos tuvimos la oportunidad de llevar, bajo la guía de nuestro capitán, el timón de nuestro velero a través de la tormenta. La sensación de orgullo, de comunión y control sobre la naturaleza por haberlo logrado, es incomparable. Exhaustos, tras atracar en Portonovo fuimos derechos a nuestros camarotes a dormir. Las olas de la todavía tormenta nos mecieron, y nos ayudaron a disfrutar de una noche de descanso reparador. ¡Falta nos hacía!

Al día siguiente continuamos viaje. Visitamos los puertos y Clubs Náuticos de Sanxenxo, San Vicente do Mar, Ribeira y Vilanova de Arousa. En todos ellos nos recibieron con calor y alegría; y nos enseñaron las bondades de sus localidades. En Ribeira, por ejemplo, tuvimos el lujo de presenciar la subasta en lonja (estilo holandés, a la baja) de todo tipo de productos del mar, ¡recién salidos del agua! Además, el tiempo acompañó. Cuando no estábamos ayudando al capitán en el atraque y desatraque, o aprendiendo ciertas cosillas sobre navegación, pudimos tumbarnos sobre la cubierta de proa y disfrutar del sol y las vistas. A última hora del día, entramos a la ría de Arousa; apreciando de cerca de bateas (plataformas flotantes en las que se cultiva el mejillón) y de barcos de pesca que salían a faenar. 

En nuestro tercer día llegamos a nuestro último puerto, el de Portosín, con las caras un poco más recias por el contacto del viento y la sal, y con los corazones terriblemente pesados por tener que despedirnos del mar. De allí partimos hacia Milladoiro, ciudad que recibe peregrinos de varias rutas Xacobeas. En un albergue pedimos que nos sellaran nuestra Credencial del Peregrino, y se mostraron fascinados al saber que nuestro Camino nos había llevado por el mar. «Pero bueno, supongo que antes los viajes grandes se hacían todos así, ¡qué bien que se retome!», fue la reacción de nuestra interlocutora. ¡Cuánta razón tiene!

Finalmente, nuestros pies nos llevaron hasta Santiago. Entramos por la misma carretera que aquellos que caminan la ruta portuguesa, bordeando el Parque de la Alameda para entrar a la Plaza del Obradoiro desde la rúa do Franco. Allí nos esperaba la Catedral, recién libre de andamios y con la cara lavada; para recibirnos como los primeros en siglos en llegar hasta ella por mar. 

Recibimos nuestra Compostela, título que acredita a uno como peregrino del Camino de Santiago, muy poco después. Al otorgárnosla, nos preguntaron: «¿no es hacer el Camino por mar mucho menos esforzado que a pie, en bicicleta o a caballo? ¿No es navegar una actividad relajada y placentera, en la que trabaja el capitán y los pasajeros aportan de poco a nada»? Y la respuesta es, clara y rotunda, que no. 

Las personas de la costa tienen un dicho: «en el mar, todos somos iguales». Es muy cierto, ya que a bordo de un barco cada uno debe colaborar, arrimar el hombro como mejor pueda, y ayudar a la buena convivencia. El espacio es reducido; el movimiento, constante; y navegar exige a una persona un esfuerzo físico y sicológico equivalente al de caminar, pedalear o montar sin descanso durante toda una jornada. 

El espíritu del peregrinaje es el esfuerzo, la reflexión, la ayuda al prójimo, el respeto por la naturaleza… Y esta nueva, vieja Travesía Náutica Xacobea permite, casi que obliga, a todos esos comportamientos. Nuestro navío llegó, literal y figuradamente, a buen puerto; y lo consiguió gracias a nuestro esfuerzo conjunto y a la buena guía de nuestro capitán. Este puerto, no obstante, no fue un punto final: nos esperaba, como desde hace siglos, Santiago de Compostela.