Cueva de Saturno, Matanzas, Cuba.

EL ESPELEOBUCEADOR IRRUMPE EN UN MUNDO DE SILENCIO Y OSCURIDAD QUE REACCIONA AL MÁS MÍNIMO RAYO DE LUZ, PARA MOSTRAR UN SITIO SIN PAR, DE CRIATURAS ÚNICAS QUE VIVEN A CIEGAS ENTRE LENTEJUELAS CÁRSICAS

La isla de Cuba ostenta espacios increíbles para hacer snorkel y buceo autónomo, con posibilidades para explorar verdaderas fantasías acuáticas, desde los escasos tres metros hasta alcanzar profundidades abisales.
La claridad del agua resalta los colores de las esponjas, corales y peces que comparten un ecosistema de ensueño, desde el cabo de San Antonio hasta la punta de Maisí, lugares como Jardines de la Reina y Jardines del Rey son visitados y buceados anualmente por cientos de personas.
En playa Santa Lucía, Camagüey, se puede bucear y alimentar a tiburones Toro junto a un instructor calificado. En María La Gorda, Pinar del Río, se observan peces de gran tamaño, como los meros, que permiten el acercamiento para sacar muy buenas fotos. En la Isla de la Juventud, las estrellas de mar llegan hasta las orillas de la playa del hotel Colony, donde existe un centro de buceo de renombre internacional.
Pero hay una modalidad a realizar solo por expertos, categorizados en la materia: el espeleobuceo, que además necesita de equipamiento especializado.
Cuba tiene bellísimos espacios para su exquisita práctica. El archipiélago cuenta con un área de 110 922 km2 de puro carso y es mucho más abundante en cuevas que cualquier otro país en el mundo.
Tales características potenciaron el interés por estudiarlas y, en 1940, el doctor Antonio Núñez Jiménez funda la Sociedad Espeleológica de Cuba (SEC) que desde entonces ha explorado y estudiado cuevas de todo el país, en coordinación también con la Federación Cubana de Actividades Subacuáticas (FECAS), en la cual existe una Comisión de Buceo Subterráneo.
Un sitio ideal para espeleobuceadores es Playa Girón, con excelentes barreras coralinas en aguas abiertas y cenotes impresionantes, habilitados con cuerdas guías que permiten seguir una ruta segura y así observar las maravillas ocultas en el mundo de las tinieblas. Lugares representativos y de fácil acceso son la laguna o Cueva de los Peces y El Brinco.
En la joven provincia de Mayabeque se abre a los ojos de los más osados la cueva Juanelo Piedra, con maravillosos espeleotemas que cubren el piso y el techo y dan abrigo a los peces ciegos cuya única morada son las cuevas inundadas y a los que el proceso evolutivo borró sus ojos, por ser órganos inútiles en esa total oscuridad. En Cuba existen tres especies endémicas y una subespecie de estos peces, que se pueden observar en muchas cuevas del territorio insular como una preciada maravilla de nuestra naturaleza.
Hoy se conoce que Matanzas es la provincia más abundante en accidentes cársicos inundados y explorados de toda la Isla. El más visitado es cueva Saturno, con espacios ocultos para el espeleobuceo y, en la entrada, un bello lago azul al que se accede por una rústica escalera.
En Camagüey, a finales de la década de 1990, miembros de la SEC descendieron en Sierra de Cubitas la sima de Rolando, una cavidad vertical de 82 m de caída libre hasta un espejo de agua en la profundidad. Este descenso ha sido el mayor reto, desde la óptica del alpinismo implicado en una exploración de espeleobuceo en Cuba.
Está comprobado que la cueva de mayor recorrido del país es Tanque Azul, en Holguín, reconocida por su espeleometría y la belleza de sus formaciones secundarias, con 2600 m explorados de galerías inundadas. La más profunda es El Ojo del Mégano, de origen freático, con 70 m de profundidad, ubicada bajo las aguas del mar, hábitat de un grupo de tiburones martillo o cornudas.
Para el disfrute del espeleobuceador, en México y República Dominicana también hay cenotes profundos, donde se han descubierto restos arqueológicos y paleontológicos conservados in situ, muy similares a los de Cuba.
Entre los sitios más espectaculares para disfrutar estas formaciones se encuentran las islas de Las Bahamas, especialmente en Andros, famosa por sus célebres agujeros azules, que forman una lengua oceánica.