CIUDAD maravillosa
Río de Janeiro se ha negado a vivir sólo para mantener su imagen de postal asomada a unas playas hermosas, enmarcadas por morros de piedra maciza en un juego de colores grises y verdes, que tienen como telón de fondo la inmensidad azul y profunda del océano Atlántico. Por eso es explicable que los turistas venidos de todo el mundo constituyan desde hace tiempo una de sus principales fuentes de ingresos y que la ABAV haya celebrado en ella una multitudinaria reunión de trabajo con la totalidad de sus miembros y cientos de invitados. Sus visitantes crecen por año y lo normal es verlos sumarse a la imparable vida cultural y social carioca, tumbarse al borde del mar en cualquier trozo de playa paralela a la Avenida Atlántica, caminar bajo los árboles inmensos del Jardín Botánico, atravesar las nubes en el teleférico del Pan de Azúcar, admirar el mundo desde los pies del Cristo y contemplar plazas, palacios y catedrales; o bailar samba e inundarse de caipirinha para terminar viviendo unos días tan alucinados y felices que hacen lamentar a muchos no haber nacido en este lugar. Y es que Río de Janeiro es irrepetible, aunque la otra cara de la moneda sean sus tristemente conocidas favelas, esos barrios que constituyen su lado oscuro, donde al final de la tarde la gloria se conquista a punta de cuchillo y cualquier cosa puede ocurrir, menos dejar de apropiarse de la más mínima oportunidad para sonreír y olvidar por un instante que la vida puede ser muy dura. Tesoros de la época colonial Realmente es muy poco lo que sobrevive en Río de Janeiro de su esplendoroso pasado portugués. Los lusos descubrieron la Bahía de Guanabara hacia 1502 durante una incursión del marino Andrés Gonzalves; pero sólo alrededor de 1700 -con la explotación aurífera de los yacimientos de la vecina Minas Gerais-, la ciudad comenzó a desarrollarse convertida en un centro de control y comercio de oro. El azúcar y el café también le trajeron prosperidad con el tiempo, lo cual reforzó el hecho de haberse establecido en ella el Rey Joâo VI de Portugal, cuando en el siglo XIX debió huir de su país para escapar de Napoleón. El año de 1900 marcó el inicio de un cambio radical de su fisonomía urbana mediante un abarcador proceso de reconstrucción y modernización que pasó por eliminar parte importante del patrimonio construido durante la etapa colonial. De la época en cuestión uno de los grandes tesoros sobrevivientes lo constituyen los llamados Arcos de Lapa, antiguo acueducto considerado hoy la edificación colonial más importante de todo Brasil, sobre cuya estructura de 64 metros de alto circula un pintoresco tranvía en un recorrido de 300 metros que regala vistas muy agradables del centro de Río. El breviario patrimonial carioca de los tiempos lusitanos incluye, además, el hermoso Palacio Imperial situado al borde de la Plaza 15 de noviembre, donde vivieron los reyes y funcionó el gobierno brasileño, cuando allí estaba la capital del país. La hermosa edificación ahora acoge a la Biblioteca Paulo Santos -que atesora una valiosa colección de libros y publicaciones de arquitectura luso-brasileña- y asimismo salas de exposiciones, de cine y de teatro. Poco más que algunas iglesias católicas y otras instituciones o espacios se salvó de una nueva ola desarrollista en la década del 60 del pasado siglo; y de esta forma, con todo y que perdió algunos viejos encantos, la ciudad adquirió la imagen de modernidad con la que ha ganado reconocimiento internacional. Un bonito diseño adaptado a la irregular topografía, ingeniosas soluciones viales con elevados y túneles a través de las montañas, grandes centros comerciales y eficientes servicios para una población de seis millones de habitantes y cientos de miles de turistas, hacen de Río de Janeiro una ciudad muy funcional y cómoda. Grandes símbolos cariocas Si se piensa en la devoción de los brasileños por el fútbol, puede entenderse que en esta ciudad hayan construido un estadio para 200 mil espectadores con motivo de la Copa del Mundo de 1950. La cita, inaugurada con el orgullo de haber levantado semejante coloso terminó en consternación, pues Brasil perdió ante un Uruguay que pocos consideraron favorito para llevarse el triunfo. El Maracaná de hoy se visita dentro de los City Tours por Río de Janeiro y aunque debido a las regulaciones establecidas por la FIFA para este tipo de establecimientos tiene en la actualidad un aforo máximo de 74 mil personas, presenciar un partido allí será un espectáculo inolvidable sobre todo por la oportunidad de ver en vivo la pasión de este pueblo por el fútbol. El Sambódromo con sus carnavales fabulosos, las playas de Ipanema y Copacabana, el paisaje de un mar del que emergen cayos a modo de montañas tapizadas de vegetación, los picos empinados que no llegan al cielo pero rozan las nubes y la visión de una ciudad hermosa, son parte de la simbología carioca, como también lo es la gente, en cuyos rostros se descubren todas las razas del universo. Pan de Azúcar –para muchos el mejor mirador de Río y lo que debe ser el primer paseo de cualquier visitante que llegue allí–, constituye otro de estos íconos. Es una montaña aislada y a ella se asciende en un teleférico pasando primero por el morro de Urca, a partir del cual se cubre el segundo tramo y final, hasta una plataforma a la altura de los 900 metros El Cristo Redentor de Corcovado Sin discusión la referencia más internacional y conocida de Río de Janeiro. Fue inaugurada el 12 de octubre de 1931 después de varios años de obras y algunas interrupciones en su ejecución. La estatua es de hormigón armado y tiene un peso de 1000 toneladas con una altura de 38 metros, si bien 8 pertenecen al pedestal. Se trata de una asombrosa combinación de arquitectura y escultura, cuya materialización constituyó una verdadera proeza por las difíciles condiciones constructivas de su emplazamiento en la misma cima del Cerro de Corcovado, a 709 metros sobre el nivel del mar, bajo el azote de vientos fuertes y sin espacio prácticamente para montar los andamios y tener a mano todo lo necesario. Nadie falleció en aquel esfuerzo como usualmente ocurría entonces, no hubo obstáculo que no fuera vencido y hasta se logró, tal como preveía el diseño original, que los brazos del Supremo quedaran extendidos al vacío y la cabeza inclinada hacia la ciudad, en un verdadero desafío a la ingeniería. Aunque puede subirse en auto a través de una carreterita segura, hay una línea de tranvía que sale de la base del morro, en un barrio aledaño, con una frecuencia de media hora. El paseo es muy agradable y el final mucho mejor.