Foto cortesía del entrevistado. / Interviewed courtesy

Con no poca insistencia Arte por Excelencias trató de llegar al cantante y compositor español Santiago Auserón (Zaragoza, 25 de julio de 1954), alias Juan Perro, cuando este viajó a La Habana en septiembre y cantó junto a su amigo Pancho Amat en el Festival Cubadisco y en un concierto personal que ofreció en la Sala-Teatro del Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes. Poco faltó para que tocáramos a la puerta de su habitación en el Hotel Iberostar Parque Central. Pero la suerte, más por equis que por ye, nos fue adversa.
Tres meses después, y gracias a los oficios de su representante Miguel, lo tuvimos enfrente, en los pasillos de la misma instalación hotelera. Viajó a Cuba para un concierto titulado como su último disco: Vagamundo. Lo realizó junto a la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, dirigida por el Maestro Enrique Pérez Mesa. Dicha presentación forma parte de los proyectos impulsados por la sociedad estatal Acción Cultural Española y por la embajada de ese país en Cuba con motivo de los 500 años de la fundación de la capital cubana. Fue un lujazo para todo el que asistió a la sala Covarrubias del Teatro Nacional y pudo oír los diecisiete temas que interpretó este doctor en Filosofía al que la música de la Isla le debe no pocos emprendimientos que poco se conocen y que mucho habrá que agradecer en el futuro.
Te vimos hace unos meses acompañado por unos pocos instrumentos. Ahora regresas para un concierto con la Orquesta Sinfónica Nacional. ¿Con cuál de los dos formatos te sientes más a gusto?
Mi obligación es obtener el mismo clima escénico y de entrega emocional y estética en cualquiera de los formatos. Ahora bien: para un músico autodidacta, el concebir solo con una guitarra y la voz ese tamaño, esa formalidad, ese nivel de construcción, es mucho más difícil, y te hace sufrir mucho más en la escena. Es más tenso, te sientes más desnudo, desamparado, hasta que la musa te empuja, el público te entrega su energía y todo vuela, te dejas llevar por ese vuelo.
Con la orquesta se produce una situación inversa: en teoría tienes la ayuda de músicos brillantísimos, con mejor formación que uno mismo, que suman calidades y una masa sonora muy importante, un mar de sonidos. En principio todo eso debía proyectarte. Para estar a la altura de eso, tienes que someterte a una tensión, sobre todo un cantante popular que no posee la preparación de un tenor lírico. Si realizas el trabajo de situar la voz en el plano adecuado, con la afinación correcta, con la tímbrica correcta para estar ahí, ellos te proyectan y te hacen volar también.
Y una vez que estás volando, claro que es mejor hacerlo con setenta, ochenta músicos de primerísimo nivel.

Buenavista Social Club tuvo una trascendencia mediática superior que proyectos de igual o superior calidad, como el que lideraste para promover la música tradicional cubana…
Yo me adelanté en el tiempo, además de que el mercado español no es tan grande como el norteamericano, cuyas multinacionales llegan a todo el planeta. De todos modos, yo no iba buscando éxito comercial; lo que quería era, primero, aprender yo mismo, conectar con el son cubano para alimentarme de su sustancia, y compartirlo con la gente de mi generación y con los más jóvenes del rock, el jazz, el nuevo flamenco y las nuevas músicas populares. Esos objetivos fueron plenamente logrados. Incluso, en términos comerciales, la primera antología, Semillas del son, vendió veinticinco mil discos, que es muchísimo para la música digamos marginal en España. La antología de Compay Segundo no vendió tantos, pero abrió el camino para un contrato que yo le proporcioné, mediante el cual se vendieron millones posteriormente. Indudablemente, Buenavista… vino a proyectar esos hechos, restringidos al mercado de lengua española, hacia el mercado planetario de lengua inglesa, lo cual no me parece mal en favor de los soneros, quienes merecían el reconocimiento mundial. Ry Cooder y Wim Wenders fueron capaces de dárselos.

Perteneces al ya casi extinguido grupo de intérpretes que lucha por defender la canción inteligente. ¿Se pierde o se gana esa batalla?
Es una guerra que no tiene fin. Nunca se gana o se pierde definitivamente. A diario perdemos territorio cada vez que los formatos mercantiles rebajan el nivel de exigencia de creatividad de las canciones, cuando por ejemplo se programa música banal, de producción más fácil, repetitiva o más vulgar en esos concursos de televisión que ahora priman. Someten la música al terreno de la competición, cuando lo grande de la música y la poesía tiene poco de competencia. Es lo que se vende, lo que genera audiencia en los medios de comunicación.
Cada vez que la música cae vencida en ese territorio, la creatividad pierde terreno, pero cada vez que un joven en su ciudad natal se atreve con sus amigos a crear una banda, un grupo o no sé qué, a escribir en su soledad una idea novedosa, no para de nacer nueva poesía y nueva música, ni parará jamás. Por un lado se destruye, por otro lado se crea.

¿Es Juan Perro un filósofo que canta o un cantante que filosofa?
Soy un escritor de canciones e intérprete por obligación, porque se ha convertido en mi oficio, al que tengo que hacer frente y con el que tengo que bregar para salir con dignidad a los escenarios. Y soy, seguiré siendo como cuando era adolescente, un estudiante de Filosofía.