Profeta, mártir, Antonio
Antonio Machado habría sido Antonio Machado, aunque hubiera nacido y vivido en absolutas soledades en un trocito de isla. Contra el alma del poeta no hay cura. Habría cantado con iguales resonancias a una palma o una gaviota, del mismo modo en que lo hiciera al patio de su infancia, con huerto y limonero, o al olmo seco que, atrapado en uno de los más bellos sonetos jamás escritos, será, por los siglos de los siglos, un eterno referente de la esperanza.
El más joven exponente de la Generación del 98 (Sevilla, 26 de julio de 1875-Colliure, 22 de febrero de 1939) dejó de existir hace ochenta años, cuando espantado por las bombas fascistas abandonó Barcelona, junto a su madre y otros familiares, para exiliarse en un terruño donde no pudo sobrevivir, presa del desgaste y la dolencia. En plena fuga, extravió su maleta, cobija de las cartas de Guiomar, la mujer que cantó en sus versos; y en el poblado de Colliure dejó su vida, que también perdiera dos días después su anciana madre, cuando comprendió, embebida por el delirio, que su pobre Antonio había emprendido el adiós definitivo.
Habría sido célebre, incluso si la supuesta desierta isla hubiera sido en verdad su entorno, porque la voz de la poesía no sabe silenciarse, y los vientos marinos habrían conspirado para que hasta las piedras aprendieran sus versos. Jamás habría pasado, ni siquiera en las más anquilosadas circunstancias, inadvertida su obra. Sin embargo, un suceso-música, hermana como es de la poesía, hizo de las suyas para que, más allá de su lustre, se atomizara el verbo de Machado y quedara sembrado irremediablemente en el corazón del mundo.
El asunto fue idea del cantautor catalán Joan Manuel Serrat, que buscando homenajear al bardo seleccionó once poemas —«Cantares», «Retrato», «Guitarra del mesón», «Las moscas», «Llanto y coplas», «La saeta», «Del pasado efímero», «Españolito», «A un olmo seco», «He andado muchos caminos» y «Parábola»— y les puso música. El argentino Alberto Cortez musicalizó dos de ellos, y Serrat compuso En Colliure, un tema que resume las esencias de este hombre orgullo de España, cuya obra reivindicaría con creces el autor de Mediterráneo. Desde entonces Machado fue difundido no solo a lo largo y ancho de España, sino en América.
Era niña cuando el LP (disco de 33 revoluciones por minuto) se reprodujo por la Egrem en Cuba, y en la mayoría de las casas un tocadiscos ruso, o uno japonés de marca Sanyo, hacían las delicias sonoras de la gente. Aprendí palabras sin saber qué significaban, oyendo las sentencias de Machado que en la voz del melenudo cobraron melodías, y hurgué después en un libro la poesía completa del poeta taciturno, para ver los poemas que me sabía, y cuáles (otros) me estaban esperando.
Machado tiene en mí, como en tantos cubanos, un espacio donde vive seguro. Lo arropan los poemas cantados del LP, y los que llegaron después cuando los primeros ya aprendidos nos exigieron más belleza y supimos dónde buscarla. No hay manera de que, al ver un retoño entusiasta, en una maceta desvencijada, no recuerde las hojas verdes que le salieron al olmo carcomido y polvoriento. Ni forma en que las moscas, «inevitables golosas», me impidan recordar aquel ingenio que es el poema que les dedicara.
Cuando se hace preciso hablarme «converso con el hombre que siempre va conmigo»; si debo cambiar de rumbo, la conciencia de que no habrá camino trillado que me facilite el paso, y que tengo que hacerlo andando, es adagio aprendido de Machado, de quien no he leído mejor resumen que el que escribiera Serrat: «Y viejo, / y cansado, / a orillas del mar / bebióse sorbo a sorbo su pasado. / Profeta / ni mártir / quiso Antonio ser. / un poco de todo lo fue sin querer».