La Misa de Réquiem de Mozart. La belleza y la muerte
Danza Contemporánea de Cuba ha estrenado —a teatro lleno las seis funciones en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso— su nueva súper producción Réquiem, sobre la excelsa obra maestra de Mozart, con la inestimable colaboración del Teatro Lírico Nacional (coro de treinta voces y cuatro destacados solistas) y la Orquesta Sinfónica del GTHAA, siguiendo el esquema instrumental de finales del siglo xviii para el que fue compuesto.
La puesta en escena correspondió a Miguel Iglesias, director general de DCC por más de tres décadas, y la dirección musical al maestro Giovanni Duarte, titular de la orquesta y director general del TLNC. La coreografía, inspirada en los textos latinos de la liturgia católica, se debe a George Céspedes, que nos ofrece una visión contemporánea de la última obra compuesta por Mozart (finalizada por su discípulo F. X. Sussmayr) con movimientos motivados en el transcurso de los siete bloques en que está dividida la pieza musical, cuyos danzantes interactúan con los cantantes solistas y el coro para mostrarnos la fuerza expresiva y la belleza de esta partitura, destinada a los oficios religiosos por el fallecimiento de una encumbrada personalidad.
Según consigna el programa de mano, los creadores han producido «un concierto teatralizado en honor a los que fallecen cada minuto en el planeta. Un concierto en honor a la vida. Un espectáculo para sensibilizar a la humanidad en estos momentos que vive el mundo, por medio de la música más hermosa, dramática y reveladora que jamás se haya concebido…».
Los efectos especiales que fueron proyectados sobre una pantalla transparente como ciclorama mostraban, según los pasajes del texto litúrgico, imágenes de nuestro planeta girando en la Vía Láctea; un ser humano desnudo en posición fetal flotando en el espacio sideral; explosiones telúricas; tropas en acciones bélicas; el maltrato de nuestra casa común; otros actos contaminantes de nuestra atmósfera.
La escritura coreográfica se identifica con otros trabajos precedentes de Céspedes —como su Carmina Burana—, particularmente en el diseño escénico de las secciones grupales, siempre punteadas con un eclecticismo posmoderno, aleatorio, pero con rigor en las combinaciones matemáticas. En nuestra opinión, el discurso coréutico triunfa en las secciones de mayor dramatismo donde intervienen dúos (heteros o del mismo sexo), tríos de combinaciones indistintas (una chica y dos chicos o viceversa), cuartetos (con diversas combinaciones genéricas), así como los solos, por bailarines de ambos sexos, todos exhibiendo la portentosa proyección de sus dinámicas musculares, adquiridas en su riguroso entrenamiento performativo.
Las partes vocales ofrecieron una entrega de altos calibres, tanto la estelar soprano Milagros de los Ángeles, como las voces masculinas, especialmente el contratenor Frank Ledesma y el bajo Marcos Lima, por sus dones interpretativos y por la clara dicción apreciadas en dos de las representaciones que este cronista pudo asistir. La orquesta del teatro —en el foso— y el coro sobre las plataformas iluminadas ad hoc (divididas las voces femeninas y masculinas en sendos laterales) lograron una ecualización natural insospechada —con la pericia de su directora Denise Falcón—, si tenemos en cuenta los limitados recursos en cuanto a los equipos de amplificación.
Otros elementos con desempeños esenciales en una producción de este tipo lo constituyen el vestuario y el diseño de luces. El primero, concebido por Paula Fernández, tuvo momentos felices en las secuencias finales, y Fernando Alonso Couzo demostró sus habilidades tecnológicas en el segundo elemento, siempre con avatares inesperados en ciertos momentos.
En resumen, la estruendosa respuesta del respetable público por varios minutos en pie, dio fe del triunfo artístico de este nuevo reto escénico de DCC. Esto confirma el éxito conseguido en la capital mexicana, con el estreno absoluto de este proyecto cubano el pasado mes de noviembre.