Preservar el paisaje sonoro de épocas pasadas representa mucho más que el compromiso desde nuestros principios con determinadas manifestaciones musicales que se resisten a desaparecer. Es un acto de amor donde la nostalgia por pasiones vividas contribuye al diseño de las esencias de la identidad de una nación. En tal sentido, sabemos que el legado de la trova tradicional cubana ha desembocado en el seno de la nueva trova como corresponde a los fundamentos de sus herederos naturales. Pero si la representatividad de este hecho histórico es reverenciada por alguien como el musicógrafo Lino Betancourt, asistimos al ennoblecimiento de semejante dedicación.
Cual apóstol de las inspiraciones de profetas devenidos en músicos, aunque estas canciones de la vieja trova contienen el suficiente encantamiento para ser recibidas como maravillas del patrimonio de la nación, la prédica de Lino les otorga el hálito imprescindible de cubanidad que sustenta nuestro orgullo. Cada vez que él hace referencia a Sindo Garay, a Manuel Corona o a Miguel Matamoros parte desde esa pasión que encontramos impregnada en la recreación de lo auténtico. Escuchar Perla marina, Aurora o Lágrimas negras después de uno haber interiorizado las entrañables memorias de Lino en torno al tema que nos ocupa es motivo de regocijo al encontrarnos entre los elegidos para descubrir junto a él los destellos de esta obra mítica nacida del talento natural de sus autores. Escuchar a Lino en sus relatos sobre las circunstancias en que Sindo compone la pieza Mujer bayamesa no solo acrecienta la belleza que distingue a un clásico de la canción cubana, sino que al mismo tiempo nos trasmite el profundo aliento patriótico de esta obra, sentimiento que nunca se ha mostrado minimizado en los presupuestos conceptuales del reverenciado profesional.
Además de ser caracterizado como un archivo viviente de la historia en la trova tradicional, la insondable capacidad del conocimiento adquirido por este Premio Nacional de Radio aparece fusionada armoniosamente con el enriquecedor don de gente que lo hace ser una persona muy querida. Compartir un programa radial o simplemente sostener una conversación con él significa contactar con el ayer rebosante de anécdotas fabulosas, narradas en un lenguaje ameno, sencillo y directo, el necesario para sentirnos fascinados por su manera de acercarnos respetuosamente a la vigencia de la nacionalidad en este universo específico de la música cubana.
Entre sus inquietudes como investigador, el empeño por exaltar la necesidad de hacernos comprender de dónde venimos para entonces tener claro de hacia dónde vamos confirma sin lugar a dudas que este ha sido el camino trazado por el destino de Lino Betancourt. Dichosos tendremos que sentirnos los cubanos de que en el futuro contemos con personalidades de la cultura que hablen de la música de estos días con la misma distinción, honradez y satisfacción que él hizo con la de su tiempo.
Sí, Lino, como sentencia nuestro José Martí: «La muerte no es verdad cuando se ha cumplido con la obra de la vida».