Entrevista a Celia Moro en Puerto de Santa María, en la inauguración de los murales el día 28 de febrero.

Celia, acabamos de inaugurar los murales de El Hervidero en Puerto de Santa María. ¿Cómo surge esta idea de un colectivo del que tú formas parte como creadora?
Esta idea se lleva masticando mucho tiempo, porque el casco histórico es un desastre, está totalmente destruido, y no es habitual encontrarte un casco histórico en estas condiciones. Si vas a cualquier pueblo de Cádiz, mínimo tienes una fachada blanca, y esta no es la imagen que queremos para el puerto, y es un poco por eso. Es una forma, es una acción, de recuperar esa fachada diferente en primer lugar. No conlleva una inversión económica demasiado grande, lo cual ayuda mucho a decir: mira, tenéis esto, tenéis gente joven que se está yendo de vuestra ciudad porque no hay trabajo. O sea, no cuesta nada, o cuesta, pero no tanto, como recuperar fachadas de palacios, como verdaderamente habéis dicho. Los solares son de casas o palacios que eran de la época del comercio con las Indias, y es muy difícil la recuperación porque conlleva muchísimo dinero.

¿Y por qué estos murales en el puerto con el tema de las mujeres?
Este proyecto surgió de una iniciativa mía, por ser la única mujer entre este grupo de artistas que llevamos el proyecto. Yo quería colaborar con otra chica que no pertenecía al proyecto, tuve que traerla de fuera del colectivo, pero se incorporó fácilmente, y encantada por eso. En toda mujer artista hay una cierta necesidad de reflejar toda la historia de ese vacío histórico que existe respecto a la mujer, hay que rellenarlo de alguna forma, y el arte mural es un medio fantástico para hacerlo.

Contábais antes que en los censos de las fábricas donde trabajaban incluso tres generaciones de mujeres —abuelas, madres e hijas— no hay ninguna constancia de que laboraran esas mujeres.
No hay ninguna constancia. De hecho, se consideraba un trabajo para colaborar con la familia. Era el marido el que trabajaba, y este trabajo era una ayuda suplementaria, un trabajo en sí mismo, las mujeres echaban de seis a ocho o doce horas en una fábrica. Tal como ha contado Manuela, una compañera nuestra que trabajaba aquí, era incluso en horario nocturno y en toda regla; lo que pasa es que, como todo, con la incorporación de la mujer a la esfera pública, al ámbito público, tanto en el ámbito profesional como en la calle, te hacen pensar, si a ti te dicen que no es un trabajo oficial tú te lo crees, partes de la idea de que eso es un trabajo más. Tú ayudabas en lo que podías, tu oficio no era uno: si te necesitaban para limpiar, pues a limpiar, si era para pelar espinas a los pescados, pues a quitarles las espinas, era un trabajo multidisciplinar.

¿Estáis contentos con el resultado que habéis tenido con la gente que os ha apoyado?
Contentos estamos, pero el apoyo ha sido un poquito justo, la retribución económica no es una locura. Además, los trámites con el Ayuntamiento son muy lentos, con mucha burocracia. Yo agradezco muchísimo que tomen esta aportación. Es una ciudad donde no se acostumbra a hacer este tipo de proyectos. Hasta que no lo ven no se dan cuenta del efecto que tiene. Al principio no creen mucho en ti, no por el hecho de que no quieran creer, sino por la ignorancia, no sabes cómo va a funcionar. Claro, ha tenido un impacto —como ha dicho el responsable del A-yuntamiento— que ha elevado toda la gestión. Ha sido una propuesta aceptada por todos.