ARTE POR EXCELENCIAS EXPONE LA OPINIÓN DEL ÚNICO CRÍTICO CUBANO PRESENTE EN LAS FUNCIONES DEL BALLET NACIONAL EN EL CICLO ARTES DE CUBA EN EL KENNEDY CENTER, MUY DIFERENTE A LA EMITIDA EN EL WASHINGTON POST POR SARAH KAUFMAN.

Constituye un reto para este cronista, en tanto único crítico de danza llegado de la Isla y testigo presencial de este histórico acontecimiento artístico para las dos naciones involucradas -Cuba y Estados Unidos-, el expresar con justas palabras desprovistas de todo chovinismo las mágicas noches desplegadas por el Ballet Nacional de Cuba (BNC) en el Opera House, el principal escenario del Kennedy Center for the Performing Arts, al borde del río Potomac, en la capital norteamericana.
Estas presentaciones coincidieron con una efeméride significativa no solo para los cubanos, sino para el mundo
de la danza en general: se cumplían el 30 de mayo cuarenta años de la última vez que el BNC bailó en el Kennedy Center con Alicia Alonso en su paradigmático
rol de Giselle. Además, entre otras razones de peso, esta leyenda viva y gloria de la danza -su carrera llegó a la cima en Estados Unidos durante los años cuarenta y cincuenta de la pasada centuria-, actualmente directora general de la compañía y prima ballerina assoluta, estaba presente con toda la augusta vitalidad de sus 97 primaveras.
Pude valorar las entregas diversas y notables -todas ovacionadas de pie- de los cuatro elencos seleccionados por la dirección artística del BNC, con el objetivo sincero de deslumbrar con su virtuosismo técnico a las exigentes
audiencias cosmopolitas que concurrieron a esta importante institución del 28 de mayo al 3 de junio.
El público celebró con espontaneidad y exaltaciones extemporáneas los múltiples giros, las cargadas desafiantes, los saltos con un ballon notable, los arabesques penchées sostenidos, así como los balances en pointe, los chenées en las diagonales de vértigo, los tours o promenades á la seconde, entre otros. Paralelamente, se desarrollaba la pantomima con claridad interpretativa, que en ciertos momentos, con pinceladas de humor, provocaron discretas risas, por ejemplo, en la escena del acto I, cuando Giselle y el duque deshojan la margarita, o cuando este se disfraza de aldeano y olvida la suntuosa espada en su cintura.
El argumento fue concebido por Théophile Gautier, inspirado por una popular leyenda alemana contada por Heinrich Heine. La reconstrucción coreográfica, realizada inteligentemente por la propia Alicia Alonso, fue hecha a partir de la original de Jean Coralli y Jules Perrot -según la versión estrenada en 1841 por el Ballet de L’Opera de París-, con el soporte musical de la música compuesta por Adolphe Adam. Sin duda, mediante el paso de la coreografía a otras compañías, esta se enriqueció o contaminó con aportes de sus repositores, como los del eminente maestro Marius Petipa durante su preeminencia en los ballets de la Rusia zarista.
Sin duda, el cuerpo de baile femenino reiteró su profesionalismo y disciplina en sendos actos, pero demostró ser incomparable, referencial, en sus elegantes maniobras del espectral segundo acto: impecables en el tránsito de las willis en posición de arabesque -desde coté cour a coté jardín-; las dos diagonales con una asombrosa precisión y sincronía en sus port des bras y los port des tetes, que incitaron cerrados aplausos, por solo mencionar lo más relevante.

Los protagonistas
Tres principales alternaron el rol titular, dos consagradas como Viengsay Valdés -electrizante por su fiabilidad en la ejecución y la pasión de su proyección
escénica- y Sadaise Arencibia, un despliegue de lirismo y elegancia en la línea. Además, Grettel Morejón, juvenil debutante refinada y con una fresca y personal entrega. Cada una mostró sus distintivas personalidades al regalarnos a la aldeana traicionada en todos sus matices, en sus tesituras acordes con las demandas dramatúrgicas del rol: incluso en la figura espectral de la willi danzante hasta la muerte. Aquí, cada una exhibió su pericia en las difíciles batteries, o en los soubresauts italianos, o en los ligados petits battements.
El BNC demostró, en esta ocasión, que posee una infantería masculina de altos quilates, si bien interpretativamente algunos se revelan bisoños; con la madurez y el aprendizaje lograrán nuevos desarrollos. Notables estuvieron los alternantes en el papel de Albrecht.
Dani Hernández -el único étoile del BNC hasta hoy-, con su porte de danseur noble y de hermosas piernas y trabajados empeines; los bailarines principales Raúl Abreu y Patricio Revé, talentos evidentes en ciernes, a un paso de la nominación como principals. Dos excelentes bailarines démi'charactére alternaron en el desempeño del importante personaje de Hilarión; fue el caso de Ernesto Díaz, con confirmada veteranía, y el joven debutante Ariel Martínez; ambos revelaron sus cualidades histriónicas y el atletismo propio de un guardabosques.
Destacaremos el notable rigor en la entrega de las variaciones virtuosas
de Ginett Moncho -intimidante reina de las willis, con elevados grands jetés y puntas portentosas-, o la dupla alternante formada por las willis Moyna y Zilma, en la piel de las juveniles Chavela Riera, Ivis Díaz o Ely Regina y Bárbara Fabelo, deslumbrantes en los renversés o los assemblés respectivos.
En esta versión, Alonso ha remplazado el tradicional pas de paysain por un festivo y brillante pas de huit, donde destacan los solistas por su técnica, justeza y musicalidad, en tanto los personajes de composición adquieren una relevancia no otorgada por otras versiones, ora Bathilde, la prometida del duque, ora Berthe, la madre de Giselle.
Reconozcamos, antes de concluir, que si bien algunos props y costumes del primero se muestran fatigados, susceptibles de renovación, ya sea en sus colores y sus figurines, el resto de la
producción mantiene las adecuadas condiciones escénicas. En cuanto al segundo acto, la maestría de su factura sigue mereciendo el Grand Prix de la Ville de París, recibido hace varios lustros en el Festival de Danza del Teatro de los Campos Elíseos.
No será ocioso apuntar la excelente entrega musical de The Kennedy Center Opera House Orchestra, esta vez bajo la batuta del maestro cubano Giovanni Duarte, el cual se benefició con las estupendas ejecuciones de la sección viento-metal y de la arpista solista Susan Robinson. Cada uno de los elementos que integraron estas funciones de Giselle colaboró para que las imágenes de estos bailarines queden en la memoria para siempre.