Discurso ornamental, 2015. Acrílico sobre lienzo, 140 cm x 190 cm.
El parto de los montes, 2017. Acrílico sobre lienzo, 180 cm x 130 cm.

1. La ya varias veces señalada tendencia a priorizar -en la cultura artística- el instrumento por encima del contenido, sobre todo en el uso de tecnologías actuales de utilidad para la comunicación y el registro, como el teléfono móvil, la computadora o las cámaras fotográficas y los medios para espectáculos.
2. El sometimiento de muchas personas a la ley del valor, que convierte todo tipo de arte derivado de líneas exitosas de mercado en objeto vacío
de operaciones comerciales, al extremo de que determinados galeristas y funcionarios empresariales del sector consideran normal llamar mercancías a las realizaciones de artes visuales, o que numerosos artistas noveles renuncien a la aventura profunda y riesgosa de crear, para optar solo por aquello que les produce dividendos financieros más o menos regulares. Así también se sustituye el reconocimiento del aporte cultural por el de la condición de «poderoso».
3. Cierta deshumanizada tendencia dada en rechazar a los artistas cuya edad biológica es avanzada, aunque posean una obra auténtica y fructífera. De esa manera son anatematizados por ciertos jóvenes despectivamente, considerándolos anacrónicos, gastados, portadores de los «virus pasatistas» de lo patriótico y lo poético, incapaces de lo contemporáneo o la pasión, y hasta ridículos cultores del sentimiento.
4. La obsesiva tendencia a convertir los símbolos transnacionalizados de lucro e importancia en paradigmas del vivir cotidiano, proyectada mediante el canon alienado de conducta que hace del dinero la finalidad suprema. Se convierte así el precio del arte verdadero o del seudoarte sacralizado -sobre todo el reconocido en Art Price, por ser lanzado por subastas, ferias de arte y dealers rectores- en lo único que puede elevar el prestigio del artista, su rango comercial y la posibilidad de admisión en las salas de los museos.
5. El excesivo concentrarse en problemáticas de género y de presencia étnica, olvidándose los esenciales dilemas del ser y sentir nacional, dándole la espalda a dramas sociales y galopantes desigualdades, que unidos a la crisis ética, amenazan con llevarnos -también en los significados de ciertas producciones artísticas- a la expresión de la barbarie, la promiscuidad de cuerpo y conciencia, y el exterminio de la espiritualidad.
6. La reiterada apropiación que ciertos empleados estatales de entidades dedicadas a la promoción y venta del arte protagonizan, autodefiniéndose como dueños absolutos de los espacios de trabajo y gestión donde se desempeñan, considerándose -por ese ilegal decidir sobre lo que no les pertenece- con omnímodas potestades de mover solo realizaciones artísticas y autores que sean de sus gustos, respondan a sus intereses particulares de viajes y ganancias, constituyan respuestas a las solicitudes de una clientela que busca un tipo determinado de arte-mercancía o arte desproblematizado, y les adjudiquen una imagen -generalmente falsa- de personajes fundamentales en la exportación de obras de artes plásticas.
7. Enfoques clasificatorios curatoriales y comerciales que parten de la tabula rasa generacional, lo tendencioso ajeno, y la posición de coreutas de una cantata sin nacionalidad, donde lo estético implica solo decoración o apego a las normas emitidas por ideologías pragmáticas internacionales que no aceptan la obra de pensamiento, lo metafórico-social, la crítica desde la imaginación, o aquello que penetre en el tejido histórico de lo humano.
8. Adoración del dios de la ganancia, derivada en parte de las reales necesidades experimentadas por la población mayoritaria de una nación que ha tenido que sobrevivir en contingencias y a la vez luchar por no dejar de ser. Semejante consecuencia de prolongadas carencias y una épica de lo cotidiano engendra, en gentes no formadas adecuadamente para comprender la identificación con la difícil vida transcurrida, el deseo desesperado por tener más que por ser, por los resultados monetarios en vez de los logros simbólicos y fundacionales de la vocación, por entregarse insensiblemente al que comercia con los frutos torcidos del alma, más que por mantenerse junto a quien se aferra al ejercicio de un humanismo artístico consecuente.
9. Esa similitud entre el manejo de determinadas ofertas de la producción cultural y la acción de vender un producto corriente por cuentapropistas, que suele castrar la singularidad del arte y estimular la preexistencia mental del requerimiento mercantil y la dictadura del consumidor, deviene también condicionante de la idea y el resultado en productores de artes visuales miméticos o superficiales, que aceptan la cosificación como puente hacia el éxito -en sentido pecuniario- y vía de conversión en personalizada empresa económica de arte-mercancía.
10. Marcado idealismo en ciertos programas de educación profesional -concretamente del campo cultural y artístico- que en las expresiones visuales conduce a masificar productores para un tipo de arte que requiere de la comercialización, en un país sin compradores nacionales que satisfagan las necesidades del sector, con limitaciones para la inversión estatal en imagen y
circulación externa, donde son evidentes determinadas incoherencias en la aplicación de la política cultural declarada, y en el cual existe ya un explícito o indirecto proceder equívoco basado en la ley del valor como rectora del arte, estableciéndose por ello claras dicotomías entre poseedores y desposeídos, entre «ganadores» y «perdedores».
11. Haber permitido que un arte neutro, de cualquier parte, con facilidad traslaticia global y carente de arraigo personal y contextual, se imponga como asidero de jóvenes creadores con talento, que, sobre todo en lo que va del siglo xxi, han hecho de la práctica artística un negocio desnaturalizado en función de promotores pícaros foráneos, quienes se nutren de las becas,
los financiamientos, las ventas simbólicas de expresiones no objetuales y ciertas maneras de mercar realizaciones virtuales o especulaciones banales, que aunque proveen a los artistas de una cantidad de dinero apreciable en comparación con la relativa pobreza monetaria de la mayoría de los cubanos, aportan mayores dividendos a los mercaderes que Cristo hubiera arrojado del templo de la cultura.
12. Pensar nuestras opciones en artes plásticas -por buen número de hacedores convencionales o conceptuales- no a partir del vivir y el espíritu propios, sino desde perspectivas autorizadas por los poderes curatoriales y
comerciales del arte extraños a nosotros. Hacer aquello que tiene salida comercial o responde a operatorias que no proceden, en su sentido, de lo que se experimenta y se siente cuando se está articulado al destino de la nación. Partir solo de los métodos constructivos de la imagen como sustrato del acto creador, distanciándose de la subjetividad que nos define como únicos y a la vez portadores de una identidad cultural colectiva. Convertir el uso necesario de códigos y modos de hacer renovadores de lo estético en una práctica sin esencias, solo de formalización contemporánea, donde la inmanencia del acto de fabricar sustituye a la razón humana rectora de lo que se fabrica.
13. Sentirse -algunos hacedores del arte- dueños absolutos del éxito obtenido, con olvido de una tradición docente especializada que los signa, de las instituciones de promoción que los apoyaron, de las personas de diversos oficios que contribuyeron a facilitarle los medios de vida, de las oportunidades de ascenso nominal nacidas de un panorama que fue forjado por el esfuerzo y el renunciamiento circunstancial de numerosos profesionales y gentes comunes o especializadas que los han guiado y puesto en circulación.
14. Confundir la noción de joven (categoría biosicológica del ser social) con la de nuevo (categoría histórica y cultural) en la definición e instrumentalización de las vías de desarrollo y comercialización de lo artístico. Olvidarse que lo nuevo implica una carga referencial, un proceso de fusión y a la vez de síntesis que no siempre sucede en las etapas tempranas o juveniles. Establecer un indicador mecánico de igualdad entre lo distinto llegado del exterior y lo supuestamente inédito nacido de las entrañas de la cultura visual nacional. Asumir lo superficialmente novedoso, o lo armado con información ajena reciente, como lo verdaderamente innovador en términos de expresión auténtica y sustancial.
15. Usar en Cuba establecimientos y formas de mercar arte inherentes a contextos donde los compradores viven en el mismo territorio de los vendedores. Olvidar que en las coordenadas económicas y sociales cubanas no se cuenta con un considerable destinatario comercial que sienta y se identifique -por sentimientos de nación o vivencias comunes y percepciones contextuales- con aquellos que producen realizaciones estéticas de autor autóctonas, dialógicas y profundamente humanas en sus significados. Introducir, como el avestruz, la sorda cabeza en el hueco de la costumbre y la posición mimética, para no admitir que hay que producir cambios necesarios en los métodos de marketing, en el ejercicio de la venta, en los espacios de negociación y en las modalidades institucionales que intentan acometer operatorias comerciales efectivas para el arte valioso y genuinamente nuestro.