- Marta Ortega. La hija pródiga
Quince años atrás, Marta Ortega había decidido «colgar las puntas». Tendría dieciséis años cuando descartó los escenarios. Tampoco deseaba tomar distancia de lo que desde niña y hasta ese momento era su vida en bucle, el ballet. Optó entonces por cursar la carrera profesoral.
En unos de los salones de esa misma escuela de Prado, donde Marta preparaba su especialidad, Carlos Acosta montaba Tocororo, fábula cubana. Lo singular de ese proceso coreográfico es que el elenco estaba conformado mayoritariamente por bailarines de Danza Contemporánea de Cuba. Como pocas veces, y bajo el techo y sabio amparo de Ramona de Saá, clásicos y contemporáneos se unían para un montaje con alcance internacional. Meses después Carlos llevaría esta obra al Sadler’s Wells Theather de Londres, no sin antes estrenarla en febrero de 2003 en el Gran Teatro de La Habana.
Tras presenciar algunos ensayos de Tocororo, Marta Ortega había reencausado la decisión frente a su futuro. Atendiendo a las alertas de su vocación se planteó volver a bailar, solo que esta vez decidió seguir el camino como bailarina contemporánea. No volvería a usar zapatillas de puntas.
Descalza sobre el linóleo de Danza Contemporánea de Cuba la conocí a inicios de 2012. Al finalizar un ensayo general de Casi, pieza de Juan Kruz -consagrado bailarín y coreógrafo de origen vasco que trabajaba y aún sigue en la emblemática compañía alemana Sasha Waltz & Guests-, le pregunté su nombre en el pasillo: «Mar-ta-or-te-ga -respondió pronunciando cada letra por si cabía la posibilidad de olvidarlo-, pero si vas a estar una temporada con nosotros puedes decirme Martica», dijo en un tono bastante más relajado. Para entonces Marta Ortega -Martica para los amigos o Marta Inés como personaje referido en habladurías femeninas- era una de las figuras capitales de Danza Contemporánea de Cuba, la compañía insigne de las artes escénicas de la Isla (concretamente en el sector de la danza). Allí estuvo del 2008 al 2015 y trabajó con una gama diversa de creadores cubanos e internacionales. Bailó en los más importantes escenarios del mundo y con especial anhelo -por su conflictivo, pero siempre útil pasado clásico- bailó Tocororo, fábula cubana en el Royal Opera House. Como un juego de azar, en 2014 formaría parte del nuevo elenco de esa misma obra que viera gestarse en los salones de la escuela de Prado una década atrás.
Bajo el techo de DCC la vi por última vez en 2015 en medio del proceso de una singular y hermosa obra de Billy Cowie. Al año siguiente, en una de mis frecuentes visitas a la compañía, supe que se había ido. Suele decirse que en Danza Contemporánea de Cuba no hay nadie imprescindible. Cuando queda un puesto vacante es remplazado de inmediato por otro bailarín o bailarina de extraordinario nivel. En DCC el relevo está asegurado. Sin embargo, cuando Marta Ortega dejó la compañía para ser parte del grupo fundador de Acosta Danza, alguien dijo: «Al irse Martica y Carlos Luis, es como si se fuera la mitad de la compañía». El apego a los mejores supera cualquier intento de normalizar los cambios. No, no todos los miembros de un colectivo son iguales: unos son más memorables que otros.
El pasado 15 de octubre la Real Academia de la Danza del Reino Unido le concedió a Carlos Acosta el Queen Elizabeth II Coronation Award. Una vez más, y como una ráfaga, su nombre recorre la actualidad periodística dedicada a la alta cultura y, en primer lugar, al arte. Con motivo de este premio, y a partir del mes de septiembre, Acosta Danza se presenta con un variopinto repertorio en el Royal Albert Hall. Para esta ocasión Carlos Acosta vuelve a los escenarios con una obra del prestigioso Siri Larbi. Se trata de un dúo que tiene por título Mermaid. La pareja de Carlos Acosta para esta pieza iba a ser en un inicio la grandiosa Tamara Rojas. Ambos han sido uno de los dúos icónicos en la historia reciente del ballet. Pero por alguna razón, por otra decisión tomada en el camino podemos anunciar que en este teatro de cinco mil capacidades Mermaid será interpretado por Carlos Acosta y Marta Ortega.
«El proceso de montaje de Mermaid fue un reto. Me ponía muy nerviosa bailar este dúo con la persona que para mi generación es casi una leyenda. No es sencillo compartir escenario con quien ha sido uno de tus principales referentes, no solo por ser el bailarín que es, sino por ser un ejemplo de constancia y disciplina. Para mí tiene doble significado porque -sin saberlo él- Carlos ha tomado dos decisiones personales que han supuesto un giro brusco, pero positivo, en mi carrera. Sin embargo, más allá de todo lo que te menciono, lo más duro del proceso de Mermaid no fue tanto esa carga sicológica como retomar las puntas. Pensé y dije en alta voz que no iba a poder hacerlo. Lo mejor de todo es que tanto mi pareja de baile como mi coreógrafo, dos grandes ídolos para mí, fueron las personas que con toda la paciencia y humildad del mundo convirtieron ese proceso que parecía aterrador en algo hermoso y lleno de aprendizaje. Las personas grandes suelen ser las más sencillas. De ese modo le perdí miedo a las puntas. Estuve aproximadamente once años sin usarlas. Mis pies habían cambiado mucho durante todos los años que bailé descalza en Danza Contemporánea de Cuba. Al mismo tiempo es obligatorio decir que si yo no hubiese pasado por Danza Contemporánea de Cuba hoy no estaría preparada para llevar mi carrera con la calidad que Acosta Danza requiere. Danza Contemporánea es la compañía que no solo te enseña a ser una buena bailarina, sino a hacer una buena profesional. Además, te da las herramientas para ser el artista que cada cual desea ser. Lo digo siempre y lo voy a repetir: Danza Contemporánea de Cuba es la compañía que más ha influenciado mi carrera y, más que una compañía, creo es una escuela. No es una institución, es más bien como la casa de los padres, que aunque hagas familia en otro espacio, ese sigue siendo tu nido. Creo que, desde su fundación, ha dado numerosos intérpretes que han dejado muy alto el listón de la danza y de Cuba. En cuanto a Acosta Danza, que es mi proyecto más inmediato, para mí es un lujo imprimir nuevos matices en mi modo de bailar. Debemos agradecer que Carlos Acosta está apostando por una nueva propuesta, renovando el lenguaje clásico e instaurando un nuevo modelo para la danza en el mundo».
Marta Ortega es la hija pródiga del ballet y de la danza. Ella es un ejemplo claro de que las decisiones transcendentales se cambian y se abandonan tantas veces sea necesario. Lo cierto y válido para cualquier circunstancia es que una buena decisión a tiempo puede ser el destierro a un futuro lleno de frustraciones.