El renombrado Muelle Vergara. / The renowned Muelle Vergara.
El Valparaíso Sporting Club. / The Valparaiso Sporting Club.

EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE LA CANCIÓN ADORNA LAS CUMBRES DE SU FAMA, PERO HAY OTRAS MUCHAS MELODÍAS CITADINAS, PAISAJÍSTICAS, PATRIMONIALES Y CULTURALES QUE HACEN DE VIÑA DEL MAR LA PERLA PRECIOSA DE LOS HECHIZOS CHILENOS

Junto a la Viña del Mar en la que el mundo va a cantar, habita la que canta al mundo, inspiradora de musas subyugadas por el glamour y la belleza de la llamada Ciudad Jardín. La urbe hipnotiza por igual a los nativos y forasteros, como para lograr el milagro de que su peculiar fisonomía citadina, natural, patrimonial y cultural arranque exuberantes declaraciones amorosas.
Ello es lo que el chileno Cristian Jovani definió como sus «bélicos embelesos», en un poema en el que se declara conquistado por esta tierra de arena, ciudad paraíso… La misma sensación parece haber alumbrado al cantante español Manolo Galván, una de las voces que han honrado su festival internacional de la canción: «Oh, Viña del Mar/ colores diferentes/ Mezclados en ti/ embriagaron mi mente…». Es tanta la posesión, que el artista confiesa que se niega a dormir en este lugar, porque «es como pecar».
Fundada en 1874 con el sueño de José Francisco Vergara de que fuera una ciudad cercana a Valparaíso, aunque con una identidad completamente diferente, aquel anhelo inicial ha sido superado con creces. Viña del Mar devino la perla preciosa de todos los encantos chilenos, incluso en su capital turística.
La combinación de ciudad y naturaleza comenzó a dibujar su imagen paradisiaca en 1906. Para esa fecha, un terremoto había dejado un centenar de víctimas y decenas de construcciones derribadas en amplios sectores de la muy cercana Valparaíso. Sería esta catástrofe la que definitivamente marcó la suerte de la urbe de unos 300 000 habitantes.
Así fue tejiéndose una maravillosa combinación: los edificios típicos de un balneario preciosamente acorralados por extensas áreas verdes y jardines poblados de una sorprendente diversidad de especies florísticas.
En Viña del Mar ocurre un concierto impresionante entre el ornamento urbano –paseos, amplios palacios (Vergara, Rioja, Carrasco; Presidencial Cerro Castillo, donde descansan los presidentes del país; Wulff, Brunett) y mansiones de familias adineradas devenidas museos–, así como sus 13 playas, todo lo cual se completa con diversas ofertas culturales, gastronómicas y para el entretenimiento. La urbe palpita entre temporadas de conciertos y espectáculos musicales, con la cúspide en los ya mencionados festivales internacionales.
El de la música tiene lugar en el anfiteatro de la imponente Quinta Vergara, hermoso parque levantado en la década del 60 y completamente remozado en los primeros años del 2000. También está el de Cine, considerado dentro de los certámenes de su tipo más importantes de Chile y América Latina.
Sus museos más famosos son El Artequín, dedicado a atraer especialmente a los niños a partir de las artes visuales; al Aire Libre, que honra la poesía de Gonzalo Villar y conectado con la Galería Casa Verde; el Fonk, donde puede apreciarse un moái auténtico de la Isla de Pascua y que muestra objetos de los aborígenes chilenos; además del de los Cañones navales.
Desde el punto de vista espiritual destacan, además, su Temporada Lírica, el Concurso Internacional de Ejecución Musical, las exposiciones de pintura, la Bienal de Arquitectura y los encuentros literarios.
Lugares obligados para el visitante son también el Valparaíso Sporting Club, con sus 124 ha dedicadas a la actividad hípica y donde se realiza el Derby, las carreras clásicas de Chile; la Avenida Perú, con sus cuidados jardines que bordean la costa y realzan el casino (antiguo edificio que incluye un hotel cinco estrellas) y culmina en el renombrado Muelle Vergara y su singular rompeolas; el mágico Reloj de Flores, el Jardín Botánico Nacional con sus más de 3 000 especies vegetales, además de una laguna con un paseo peatonal que termina en un sendero en el bosque; y la Reñaca, distinguida como la más universal de las playas chilenas, rodeada de edificios piramidales.
Y si tanta belleza e intensidad no alcanzan, los apetitos pueden terminar por saciarse con la poderosa fuerza lírica de Pablo Neruda, dándose un salto al encanto universal de su poesía y personalidad en Isla Negra —a unos 73 km—, o a la Sebastiana —más cercana entre esta ciudad y Valparaíso y al alcance del transporte público—, dos de sus casas en Chile.
De cualquiera de ambos lugares saldrá seguramente con un suspiro de profunda plenitud, y con la canción de Galván nuevamente aguijoneándole: «Viña del Mar/ Tú serás mi último recuerdo/ tú serás mi almohada si estoy lejos…».