La provincia oriental de Granma tiene un típico encanto que invita a descubrirlo con los ojos cerrados. 

Y da gusto aceptar el convite, porque va de permitirse sucumbir a las más espontáneas sensaciones que provoca lo tradicional diverso servido sobre la mesa: la variedad culinaria local es un producto que atrapa, que conquista el paladar. 

Por años, sus recetas arraigadas se conservaron en la memoria popular como herencia inmaterial de los tiempos del origen, y aun cuando ciertos patrones comerciales vendieron para el mundo la imagen deliciosa y estrecha del congrí con lechón, los tostones, y la yuca con mojo, la sobrevida de aquel abanico amplio iba teniendo lugar, por fortuna, en la cocina familiar de los abuelos, los padres y los tíos fieles. 

Como volcán que despierta del reposo, hace más de una década el catauro de recetas originarias emergió en Granma con la fuerza vital de lo autóctono cubano, alentado decisivamente por la afortunada coincidencia de un período en el cual imperó la idea fresca, emprendedora y abierta al propósito de construir y multiplicar los espacios que reclamaba el legado gastronómico local.

Tanto en sus ciudades principales –Bayamo y Manzanillo–, en discretos desvíos de carretera, como en populosos sitios de los otros poblados cabeceras; comenzaron a aflorar restaurantes, cafeterías, bares, cafés, centros de recreación que rescataron el vigor y la pluralidad de los menús.

Como una ruta trazada, las calles para paseo empezaron a valorizarse en la multiplicidad de opciones que iban surgiendo en sus orillas con vistosas fachadas, decoraciones nuevas y servicios rediseñados que ponían un sello distintivo, tanto a la institución flamante que no existía, como al sitio rescatado a sus esplendores olvidados.

Fue así como Bayamo logró que su céntrico paseo de la calle General García fuera el mejor cartel de bienvenida a la ciudad, equilibrado entre museos exclusivos como el de Cera –único en Cuba–, tiendas, salones de belleza, ludotecas, librerías, galerías, teatros, pérgolas, cines y salas 3D, patios de peñas, y cremerías lujosas, piano-bares, casas de pizzas y pastas, de la gama de quesos, palacios especializados en panes y dulces, barras para un refrigerio al paso, y una amplia red de restaurantes distinguidos por la tipicidad de los menús que cortejan específicos platos principales basados en carnes de res, cerdo, aves, ovejas y cabras, pescados y mariscos, o en sanas y rigurosas dietas vegetarianas.

Los tiempos más recientes, en paulatina respuesta a las demandas del turismo de ciudad, sumaron opciones gastronómicas de alto estándar en los hoteles reabiertos con esplendores sorprendentes; pero la noticia buena, favorable al posicionamiento de la cocina local, resulta el notable auge de pequeños negocios privados concentrados en un servicio exquisito y personalizado que tiene, en la carta estrella, el predominio de las recetas criollísimas y auténticas locales.

Bayamo, ciudad capital, ya mereció un espacio en el reconocido festival Gourmet cubano. Tiene una edición propia que es, ahora mismo, vitrina comercial aprovechable en virtud de enamorar a visitantes avezados. 

Claro, nada será mejor –ni saludable a la pretensión de situar a Bayamo como destino turístico de excelencia gastronómica– que convencer desde el plato; sin otro protocolo que invitar a pasar al que llega, agitarle la curiosidad con lo exótico-ancestral, y provocar, con el fino sabor de lo exquisito, que el probar le haga cerrar los ojos… y volver.