Una joya de altos quilates brilla otra vez en La Habana: el Castillo de Atarés. Que su luz nos haya llegado a todos en medio de las celebraciones por los 500 años de la ciudad, se debe a un equipo que reúne rasgos que lo hacen muy especial. De ello está convencido el ingeniero Néstor Sad Rodríguez, inversionista principal de esta monumental obra. «Primero hay que tener gran sensibilidad, sentido de la responsabilidad, conocimiento histórico y arquitectónico para darle el justo valor a cada elemento. Y, por supuesto, una cuota grande de sacrificio y dedicación, ponerle mucho amor a cada acción que emprendas, no perder de vista que obras de este tipo no solo nos hablan del ayer sino que debemos preservarlas para que nos sigan hablando en el mañana».

Gracias a lo anterior, ya la Fortaleza de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua no se quedará sola con el mérito de poseer el único puente levadizo del país que funcionaba perfectamente, aunque sin dudas el de la bella Cienfuegos continúe siendo el que lleve siglos luchando contra el paso del tiempo y el salitre. 

«Construir de nuevo el puente levadizo utilizando el sistema original ha resultado una empresa en verdad difícil. Lo hicimos a la vieja usanza, como en el siglo XVIII, rescatando el mecanismo de izaje. Jamás habíamos tenido una experiencia similar», admite el experto.

Este peculiar pasadero había sido una de las víctimas de las tantas agresiones que en todos estos años sufrió la edificación. «Es que se sustituyó por uno de hormigón armado, cuyas lozas medían 25 cm de espesor. Hubo entonces que demolerlo para posicionar el nuevo de madera, tratando de reflejar cómo pudo haber sido», enfatiza.   

Ahora también posee esa distinción el Castillo de Santo Domingo de Atarés, nombre con el cual surgió cuando el alto mando español determinó levantarlo en el siglo XVIII, notable representante del famoso conjunto de fortificaciones que fuera declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, junto al extraordinario Centro Histórico de la antigua ciudad.

Edificado entre 1763 y 1767, era uno de los últimos bastiones que faltaba por restaurar. Pero la celebración de los cinco siglos de la capital lo ha devuelto, en la Loma de Soto, convertido en un museo de sitio por obra de un equipo multidisciplinario que desde el 2014 asumió la responsabilidad de rehabilitar este inmueble que vio la luz tras la toma de La Habana por los ingleses, ocupación que duró 11 meses y provocó que a su sistema defensivo, integrado por los castillos de la Real Fuerza, San Salvador de la Punta y Tres Reyes del Morro, se sumaran también el del Príncipe y la Fortaleza San Carlos de la Cabaña, para transformarla en una plaza inexpugnable.

DE DESAFÍO EN DESAFÍO

«El mayor desafío ha sido devolverle todo su esplendor y sus notables valores históricos, arqueológicos, arquitectónicos que, lamentablemente, se fueron perdiendo por usos indebidos y por el paso del tiempo. Para poder asumir la rehabilitación integral del Atarés hubo que convocar a las especialidades que competían, desde los estudios históricos y arqueológicos, que constituyen la base fundamental para realizar un trabajo serio, responsable, hasta aquellas que responden a las prestaciones que la edificación tendrá como museo de sitio».

Aunque se le haya llamado castillo, ciertamente se trata de una fortaleza, cuyo destino siempre fue militar, explica Sad. Rodeada de un foso seco y ubicado en un promontorio, tenía una posición estratégica desde el punto de vista táctico por la visibilidad que ofrecía de toda la bahía, aunque su objetivo en verdad era la defensa del frente terrestre y no el marítimo.

Conseguir que la piedra luzca reluciente, como se ve hoy, resultó muy complicado, debido a que «estaba cubierta por unos morteros: un hormigón de casi 5 cm de espesor. Durante casi tres años nos dedicamos con mucho cuidado a esa labor, cincel en mano. Se desarrolló un trabajo bien delicado, retirando todo ese revoque, para después encargarnos de piedra por piedra, actuando y restaurando junta por junta». 

Compuesto por un conjunto de bóvedas, llama la atención el sistema de iluminación, «que no es el original. A partir de 1901, cuando los norteamericanos ocuparon la fortaleza, practicaron esas oquedades, esos huecos: especie de lucernarios que posibilitaban aprovechar la luz natural y mejorar la ventilación. Sin esa transformación no es difícil  imaginar cuán oscuro y caluroso era este edificio.

«Por medio de los estudios también pudimos descubrir que la mayoría de las bóvedas se comunicaban directamente entre sí, lo cual parecía poco probable pues las encontramos tapeadas. Incluso, muchas de estas entradas, de estos accesos, tenían fallas estructurales, y hubo que volverlos a construir. Tratamos por todos los medios de emplear materiales tradicionales para que no entraran en contradicción con el propio inmueble».  

La Plaza de Armas es otro de los espacios altamente llamativos de la edificación, que igual lucía un estado muy vulnerado. «A través de las investigaciones y las fotos históricas conocimos cómo se veía cuando terminaron de levantarlo en 1767. Hasta unos brocales, que ya no estaban, hubo que crear porque quisimos que se pareciera lo más posible al castillo inicial». 

Allí, en la misma Plaza de Armas se localiza otro elemento sobre el cual intervinieron con mucha dedicación, y que hoy se muestra espléndido: la escalera que da acceso a la cubierta, que hallaron completamente desgastada, muy erosionada, lo cual complicaba transitar por ella. «Esta fue una de las obras más destacadas, que involucró a restauradores, investigadores, artistas, trabajadores»...

Ese constituyó uno de esos grandes retos que Néstor no podía dejar de mencionar: lo que significó darle apariencia a la escalera de haber sido edificada «ayer mismo». «Hubo que extraer escalón por escalón, bloque a bloque, y virarlos, para sacar al exterior la parte que permanecía protegida desde hacía siglos, de manera que la zona degradada ha quedado hacia adentro. Fue una tarea titánica que posiblemente muy pocos notarán, solo nosotros sabremos el esfuerzo enorme que representó», insiste Sad Rodríguez. 

Ahora también resulta difícil determinar, dice, cuáles son las originales entre las garitas que coronan los vértices del castillo y que, como este, tienen forma hexagonal. «De estos elementos que muchos denominan torreones, pero que no lo son, faltaban dos, empezando por el que da para el frente marítimo. Nos dimos entonces a la tarea de reproducirlos tal cual eran. Apenas se puede notar cuál tiene dos meses de construida y cuál lleva siglos a la intemperie».

Como recalca el especialista principal de la Oficina del Historiador de la Ciudad, serán los elevados valores del Castillo de Atarés, como patrimonio inmueble y cultural, la mayor atracción de la fortaleza, a pesar de que en sus bóvedas se expondrán diversas muestras, como la titulada El ingenio de Leonardo da Vinci que, patrocinada por la fundación italiana Anthropos, permaneciera desde el 2012 en el Convento de San Francisco de Asís. 

«Que El ingenio de Leonardo da Vinci sea recibida en este extraordinario edificio permitirá que las cerca de 100 piezas concebidas por artesanos e ingenieros italianos a partir de los bocetos del genio del Renacimiento, se puedan apreciar en toda su magnitud. Aquí, en este espacio completamente remozado, han encontrado su sitio ideal, pues se mostrarán divididas por temáticas, por especialidades... Mas, insisto, lo más interesante será venir al castillo y descubrirlo, que él pueda exhibirse a sí mismo. ¡Esto es historia pura!».