Los habaneros de ahora lo siguen recordando por los cuentos de los abuelos y, sobre todo, por tratarse del único «loco» con una estatua en toda Cuba, lo que a veces dice la propia gente del pueblo al referirse a este simpático personaje. Y es cierto: es una bonita escultura de bronce a tamaño natural que lo muestra como el caminante incansable que fue, ante las puertas de la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís, donde descansan sus restos mortales en una cripta, junto a ilustres personajes de la historia nacional y habanera. José María López Lledín nació el penúltimo día de 1899 en una aldea de Lugo, España; y en 1913 llegó a La Habana para abrirse camino. Trabajó como ayudante de bodegas, en tiendas de flores y libros, como sastre y asistente en una oficina de abogados y en restaurantes de algunos de los mejores hoteles de la ciudad, sin perder tiempo para cultivarse y aprender idioma, una de sus grandes aficiones. En 1920, acusado de un delito que no cometió y aún no esclarecido, fue a la prisión del Castillo del Príncipe. Entre aquellos muros quedó su cordura y, al salir, José no era ya José para sí mismo, sino un caballero noble, galante jefe de algún gran ejército, dueño de castillos fabulosos y señor de los tiempos, con una corte de condes y marqueses salida de su propia enfermedad mental, la parafrenia. Desde entonces, las calles de La Habana fueron su mansión. Nunca pidió limosna. Después de 1959, incluso, del gobierno vino una orden para que se le diera de comer gratis en los restaurantes. De porte gallardo, maneras casi aristocráticas, barba y melena largas que se hicieron blancas con los años, siempre con atuendo negro que remataba con una capa al más puro estilo mosquetero, andaba con sus bultos, papeles viejos, libros, revistas y periódicos, de los que arrancaba pedacitos que regalaba, con frases simpáticas y a veces sabias, dejando ver a pesar de todo una particular filosofía, en palabras recurrentes como paz y armonía. Decía «el mundo siempre está a mis pies (…) Arriba el cielo, del cual procedo y al cual iré para pedir cuentas a los filisteos que han entrado por sorpresa» o «Las alcurnias como la mía no se inclinan ante el almanaque». Muchos guardan anécdotas de originales encuentros y conversaciones con El Caballero de París. Quedan sus fotografías y hasta libros, incluida una muy seria biografía y una colección de caricaturas; poemas, canciones y obras plásticas que inspiró. José María López Lledín terminó sus días en 1985, a los 86 años, en el Hospital Psiquiátrico de La Habana, pero su alter ego, El Caballero de París, sigue por ahí, como esas presencias que dan carácter y rostro a las ciudades en la memoria colectiva.