Aruba Minúscula y Gigante
Esta diminuta isla caribeña aparece gigante en todas las guías, revistas y mapas turísticos de esta fascinante región del planeta que es el Caribe. No es casualidad: sencilla, provocativa, playera y cosmopolita, esta tierra sabe bien cómo enamorar.
Mezcla espectacular de culturas y pueblos, fruto de una historia de amores y desamores, con una geografía entre lo agreste, lo marino y lo armoniosamente perfecto, y una infraestructura para hacer realidad los sueños más ambiciosos, Aruba es un excelente motivo para dejarlo todo e irse a su encuentro de pasión en el Caribe. La segunda en tamaño de las llamadas Antillas Holandesas, con sus 184 kilómetros cuadrados, vive orgullosa de sus orígenes volcánicos y de su privilegiada posición a 25 kilómetros al norte de territorio venezolano, en una franja de la geografía caribeña alejada de los ciclones, donde pocas veces llueve, y cuya temperatura promedio en el año es de 28 grados Celsius. ¿Alguien dijo paraíso? Fue descubierta en 1499 por el español Alonso de Ojeda, despojada de su población aborigen y prácticamente, después, abandonada a su suerte. En 1636, tras una guerra ya casi olvidada entre españoles y holandeses, Aruba pasó al control de los Países Bajos. En lo adelante otras guerras y otros dueños (ingleses, daneses…) se apoderaron de la isla, hasta 1848, cuando vuelve a formar parte de las Antillas Holandesas. La fiebre de oro del siglo XIX y la apertura en 1924 de la entonces mayor refinería de petróleo del mundo, favorecieron en algo su prosperidad. Con la llegada en 1957 del primer crucero de lujo y la construcción de hoteles de alta categoría a partir de 1959 –hoy en Aruba funcionan 70 alojamientos– se completa esta historia fascinante, cuyo fruto puede apreciarse en la armoniosa mezcla de nacionalidades, lenguas, razas, costumbres y religiones, que hacen de los arubanos un pueblo tradicionalista y a la vez cosmopolita, agradable y hospitalario; y de la arquitectura local, un mosaico de formas y colores. Oranjestad, la capital, exhibe su grácil estilo europeo, sus boutiques y tiendas de artesanía y productos nacionales, como los codiciados cosméticos de aloe, algo que es de especial interés en la isla. Hacia el norte comienza el exuberante paisaje hotelero, con lujosos resorts, mansiones, condominios; y los campos de golf con palmeras o los simpáticos divi-divi, esos arbolillos que inclinan su minúsculo follaje en dirección al viento, pues hay que decir que en Aruba la brisa es casi perenne, cálida, que garantiza la práctica del windsurf e invita al chapuzón. Las apacibles playas de arenas blancas y aguas cristalinas azul turquesa, son sin duda el plato fuerte de la isla, más aún si se anda en busca de deportes náuticos. Si por el contrario, le agrada el paisaje agreste y la tranquilidad de una playa salvaje, en un paraje casi desértico, entonces ponga su brújula hacia el este. Pero hay mucho más para ver y disfrutar en Aruba: en el centro de la isla, el 18 % del territorio lo ocupa el Parque Natural de Arikok, lugar maravilloso para apreciar la flora y la fauna. Dos lagos artificiales comunicados, abastecidos por una planta de tratamiento de aguas, son el hogar de garzas, garcetas, gaviotas, pico tijeras, cormoranes… en total más de 80 especies de aves migratorias. En el extremo noroeste de la isla, se encuentra uno de sus paisajes más espectaculares: las grandes y onduladas dunas de arena llamadas en lengua local hudishibanas. Las cuevas Guadirikiri, Fontein, Huliba y otras increíbles formaciones rocosas; el Faro California, las Iglesias como la de Santa Ana, con su altar centenario de roble tallado; los restos abandonados de minas de oro en Bushiribana, el Paso del Francés, con sus cientos de periquitos y la gruta de Lourdes, son lugares emblemáticos de la isla; como lo fue el famoso Puente Natural, una roca maciza de coral, con forma de puente, que por muchos años constituyó su lugar más fotografiado –casi su símbolo–, que murió finalmente como mismo había nacido: con el batir de las olas. Se conserva otro muy cerca, de menor dimensión pero igualmente fascinante. Si de gastronomía se trata, ahí está el Festival Bonbini, todos los martes por la noche en el Fort Zoutman; o el Bar de Charlie, en el sureño poblado de San Nicolás, famoso no solo por sus langostinos gigantes, sino por su decoración a base de artículos recuperados de los naufragios. Para los aficionados a la pesca submarina existen restaurantes donde manos expertas cocinarán su captura; aunque si prefiere, puede cenar en un barco, que lo llevará al lugar exacto donde le espera un baño nocturno en las cálidas aguas del Caribe. Así es Aruba: pequeña y gigante, perfecta y contrastante. Ahí tiene el motivo, lo demás es paisaje. Y eso es lo mejor.