UNA ANTIGUA VILLA SEÑORIAL ALBERGA DESDE HACE CASI CINCUENTA AÑOS LA FÁBRICA MÁS EMBLEMÁTICA DE LOS HABANOS

Cuando La Habana comenzaba a renacer en las dos primeras décadas del siglo XX, luego de la intervención norteamericana, la creación de la república y sobre todo el auge económico que significó la Primera Guerra Mundial y alza de los precios del azúcar, un barrio al oeste de la ciudad nacía robándole terrenos al mar y a muchos terrenos costeros hasta entonces inhóspitos.
En 1911, un grupo de norteamericanos e ingleses residentes en La Habana, liderados por el ingeniero neoyorkino Frederick Snare, adquirieron los terrenos de una extensa finca en la zona conocida entonces como de “playa”, y allí comenzaron a levantar diferentes fincas de recreo, así como una casa club y un campo de golf que abarcaba hasta 36 hectáreas de extensión.
Pronto la zona comenzó a llenarse de hermosas villas y quintas de descanso, y las tierras de las inmediaciones empezaron a conocerse como El Laguito, debido a un pequeño lago que había en medio de los terrenos, que se inundaba en algunas zonas durante la época de lluvia.
Primero la Trust Company of Cuba y luego la Country Club Parque Investment Company, fueron responsables de adquirir y revender a la nueva burguesía criolla, y también a muchos magnates, fundamentalmente norteamericanos, los codiciados espacios para edificar, que fueron dando origen a repartos aledaños como Cubanacán.
En la década de 1930 el Club inicial fundado a principios de siglo se convirtió en  el Havana Biltmore Yacht and Country Club, aumentando la membresía en la medida que se incorporaban socios acaudalados cubanos  y le abría las puertas  a los extranjeros, especialmente de Estados Unidos.
El Havana Biltomore Yacht and Country Club llegó a ser tan exclusivo, que el dictador Fulgencio Batista, quien había sido nombrado socio honorario en un gesto de desagravio, de todas maneras nunca pudo entrar por la puerta principal porque era mulato, e incluso cuando fue a inaugurar unas obras en el lugar en 1953, le habilitaron una entrada especial por un costado, para que no pisara el mismo suelo que los miembros del exclusivo club.
Grandes magnates norteamericanos como Ringling, DuPont, Astor y Hershey, que disfrutaban las vacaciones en La Habana, utilizaban el club como centro de actividades, y muchos de ellos fueron edificando casas en sus inmediaciones.
En la década de 1920, y aprovechando el influjo denominado “las vacas gordas”, gracias a los altos precios del azúcar durante la Primera Guerra Mundial, también la burguesía azucarera cubana irrumpió en El Laguito, adquiriendo casas y terrenos.
Una de esas familias sacarócratas fue la formada por Alberto Casimiro Fowler Jiménez y María de los Ángeles Cabrales Sánchez, ambos ciudadanos británicos y nativos de Cienfuegos, dueño de la plantación de azúcar Narcisa en Las Villas, y con intereses en varias compañías azucareras.
Los Fowler, quienes según consta en el libro “Lo llamaremos Cohiba…”, de Adargelio Garrido de la Grana, tuvieron como hijos a Victoria de los Ángeles, Raúl Alberto, Ernesto Rafael y María Albertina, los cuales se codeaban con la alta sociedad de la época, a pesar de que a sus padres la situación económica no les fue siempre muy favorable, especialmente durante la Segunda Guerra Mundial.
Aun así, la casa solariega construida por ellos en lo alto de una pequeña colina frente a la avenida principal que atravesaba el barrio de El Laguito, sirvió como escenario de múltiples eventos sociales, y su simplicidad pero a la vez majestuosidad, especialmente su amplia escalinata de acceso, llamaba poderosamente la atención de todo el que pasaba por el lugar.
Tras la muerte del patriarca de la familia, Alberto Casimiro Fowler, en 1952, la mansión quedó deshabitada hasta 1957, cuando sus herederos cedieron su propiedad a una empresa inmobiliaria para amortizar su participación como accionistas.
No obstante, en medio de la lucha contra el dictador de Batista, no eran tiempos muy favorables para las transacciones inmobiliarias, y la casa se mantuvo cerrada, de ahí que entre los habitantes de los alrededores comenzara a conocerse como la “Casa de los Misterios”.
Poco después del triunfo de la Revolución, y cuando el mito de los Cohiba comenzaba a extenderse, la antigua mansión de los Fowler comenzó a albergar a los torcedores, y especialmente las mujeres torcedoras que elaboraban aquellas maravillas que eran regaladas a dignatarios y personalidades del mundo entero.
Sitio de obligada peregrinación para todos los amantes de los Habanos, la Fábrica de Habanos El Laguito ha dejado hace mucho de ser aquella “Casa de los Misterios” como otrora se le conoció.
La fisonomía de la casa también ha cambiado, agregándosele nuevas dependencias, para darle cabida a las galeras de torcido, pero también a las cámaras de congelación, otras para la moja y la humectación del tabaco, e incluso las de fumigación al vacío, las cuales aseguran, junto a la maestría y experiencia transmitida de generación en generación de torcedores y torcedoras, que Cohiba siga siendo a sus cincuenta años de creada la marca más exclusiva del portafolio de Habanos, S.A. y, también la más innovadora.