«El oro en El Callao tiene menos fama que los carnavales», afirma Benito Irady, quizás el más activo, consecuente y exitoso defensor de la diversidad cultural venezolana. Lo dice con el énfasis de quien resguarda algo suyo, personal, porque «el secreto en la preservación de tradiciones está en sentir lo colectivo como propio».
Con unos cincuenta años dedicados a la investigación, promoción y rescate de lo más representativo y simbólico de la identidad nacional, lleva doce presidiendo la Fundación Centro de la Diversidad Cultural de Venezuela, en cuyo seno ha logrado el inédito resultado de inscribir, en cinco almanaques consecutivos, igual número de manifestaciones en la selectiva lista de Patrimonios Culturales Inmateriales de la Humanidad, auspiciada por la Unesco.
La más reciente declaración fue la noticia más feliz en la nación caribeña. El nombramiento del Carnaval de El Callao este diciembre, junto a la rumba cubana, el merengue dominicano y la charrería mexicana, mantuvo esa secuencia ininterrumpida de inscripciones iniciada en 2012 con los diablos danzantes de Venezuela.
«El Callao es una población del estado de Bolívar, integrada mayormente por descendientes de esclavos que vinieron a las minas de oro provenientes de las islas de las Antillas, y en general de cuatro continentes. Precisamente este es el gran valor: la mezcla extraordinaria de costumbres sintetizadas en una representación festiva, sus carnavales», explica Irady.
«Esta localización es El Dorado que tanto buscaban los españoles, y hasta allí llegó una importante población hindú, que se enlazó, inevitablemente, con los dueños de minas alemanes, norteamericanos, franceses e ingleses. El patois —mezcla de inglés y francés— dominaba como lengua, y hasta eso se preservó de algún modo hasta hoy, como los personajes insignes de la fiesta: las madamas, los diablos, los mediopintos, las comidas, la música, la danza…».
La declaración de este jolgorio corona, efectivamente, una secuencia de inscripciones sin precedentes dentro de la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural. Convierte a Venezuela en el primer país del continente —y segundo del mundo, junto a Uganda— que en un periodo tan corto de cinco años ha logrado de manera ininterrumpida tener ingresos en la lista de Patrimonio Culturales Inmateriales, con la diferencia de que en el país africano todas las manifestaciones registradas están en la nómina de expresiones que requieren medidas de salvaguarda urgente, y de las venezolanas solo hay una: la tradición oral del pueblo indígena mapoyo.
«Por lo tarde del ingreso de Venezuela a la Convención —en 2008— no somos líderes en cantidad total, dominada por México, Colombia y Perú, pero nunca nadie tuvo un proyecto nacional tan sólido y constante para lograrlo».

Carnaval, objetivo de lucha
«Más allá de las características múltiples, de las formas de expresión cultural que se encontraron allí, hoy día, en pleno siglo xxi, podemos asegurar con firmeza que el Carnaval se ha convertido para la gente de El Callao en un objetivo de lucha».
«Para ellos, como comunidad, protegerlo significa un compromiso muy fuerte. Es una zona minera a la cual se movilizan decenas de miles de personas desde otros sitios que pueden poner en peligro la manifestación, sus costumbres. Cuando hay esas características, es difícil que una manifestación sobreviva, pero El Callao es una comunidad muy organizada, muy vinculada a su pasado y sus ancestros, tanto que, como dije, el oro tiene menos fama que el carnaval.
«Hoy se están organizando, incluso, en lo que ellos llaman los semilleros, que son las más jóvenes generaciones aprendiendo el patois, haciendo las comidas tradicionales de las Antillas, conservando las formas del vestuario… En fin, que el carnaval se ha preservado como el verdadero tesoro, la riqueza espiritual de sus habitantes. Esa es la grandeza del lugar con su manifestación».
El ingreso de expresiones significativas en la lista de Patrimonios Culturales Inmateriales, al decir de Benito, representa más que una celebración fugaz en la cual se exalta la venezolanidad: «Es un verdadero desafío nacional».
Considera que la preservación de las tradiciones parte de las comunidades, pero deben encontrar amparo en un Estado protector que comparta las responsabilidades, sin intervenir en la organización comunitaria.
«El Centro de la Diversidad Cultural de Venezuela trabaja así, con comunidades organizadas, porque estamos convencidos que son solo ellas las que pueden evitar que desaparezcan las prácticas culturales. Como soporte, contamos con todo el apoyo del Gobierno Bolivariano. Sin embargo, ni este ni nosotros intervenimos de manera perturbadora en tales comunidades, sino que la protección está en darles las herramientas, que ellos mismos tomen las cámaras fotográficas, los equipos de grabación en sus manos, que puedan aprender el contenido de las Normas de las Convenciones de la Unesco, y sean quienes las apliquen».
«Esta forma ha sido para la Unesco de mucho interés, porque lo que más se valora en este tipo de expediente es la forma clara y dispuesta de participación de la comunidad en la protección de sus prácticas tradicionales. En El Callao, por ejemplo, organizamos un consejo comunitario que articuló muy bien la diversidad religiosa: anglicana, masónica, católica, las variantes africanas de culto. Realizamos muchos talleres, conferencias, debates, proyección de materiales audiovisuales, estudios comparativos que trascendieron en un gran movimiento participativo y en la comprensión final de que es precisamente la diversidad lo distintivo y la esencia de esa pertenencia colectiva sintetizada en el Carnaval».
Con el nombramiento, subraya Irady, comienza el más grande reto.
«El desafío no es que una tradición se declare Patrimonio de la Humanidad, sino el compromiso que representa para el Estado la preservación de la manifestación en el tiempo. A la Unesco hay que demostrarle periódicamente cómo esa expresión, después de ser declarada, ha cobrado más vida, se ha fortalecido. Si no es así, puede ocurrir que desaparezca o se perturbe como un producto más de la globalización y lo comercial. En Venezuela nunca hubo un mejor contexto para consolidar este trabajo, que es un logro de su Revolución. La propia Constitución de 1999 fue un punto de partida, al definirnos como una sociedad multiétnica y pluricultural, además de establecer, en el artículo 100, que las culturas populares constitutivas de la venezolanidad deben gozar de atención especial. En sus antecesoras apenas la palabra cultura aparecía. Este gran salto revolucionario nos puso en sintonía con las formas de expresión tradicional, que en Venezuela son miles, entre ellas el Carnaval de El Callao, última coronación venezolana en las listas de la Unesco, confirmación de que este país comprende bien que su patrimonio es el crisol de la diversidad cultural».