- La necesidad de cambiar el mundo a través de Cuba
PISTOLETTO EN LA HABANA
Hasta el mes de marzo puede verse en el Edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) de La Habana, una exposición —aún no sé si llamarla así— poco convencional y tan sui generis como provocadora, que nos convoca —sobre todo y desde el concepto— a la reflexión en torno al arte y su utilidad: esa es una de las claves que caracteriza el quehacer de Michelangelo Pistoletto, artista y teórico del arte italiano que ha convertido su obra en un manantial de interrogantes cambiantes.
Según palabras de Jorge Fernández, director del MNBA —contenidas en el documentado catálogo—, más que una muestra es «una conversación entre la vitalidad de muchas de sus obras históricas con las colecciones que se exhiben en este espacio». Y es cierto: la curaduría a cuatro manos realizada entre Lorenzo Fiaschi y Laura Salas tuvo el equilibrio y la cautela de ir insertando, por casi todas las salas del Museo, la obra de Pistoletto, manera inteligente para poner a dialogar la propuesta del creador no solamente con el público, sino con las importantes colecciones que atesora la institución e, igualmente, con la arquitectura del lugar, que viene a ser un valor agregado a la propuesta. Por momentos uno siente que es un intenso y sostenido performance que tiene como sustento el pasado, el presente y el futuro y que nos hace, continuamente, interpretar y razonar en torno a cada una de las obras con las que tropezamos.
La selección de piezas exhibe una vasta mirada al quehacer del artista, desde sus emblemáticos trabajos realizados en la ya lejana década de los sesenta hasta los pensados y concebidos para y en esta Isla en el presente. Por ejemplo, puede disfrutarse de Autorretrato plateado (1960), varias esculturas de la serie Objetos sustraídos (1965-1966) y Venus de los trapos (entre 1967 y 1974). Instalaciones, fotografías y esculturas conforman esta propuesta que ha itinerado por varios puntos de la geografía planetaria y que ha sido aplaudida o criticada, mas nunca indiferente o inadvertida.
Tercer paraíso
Michelangelo Pistoletto (Biella, Piamonte, 1933) comenzó a formarse como artista en el taller de su padre, Ettore Olivero Pistoletto, donde se restauraban bienes artísticos, y allí, quizás tempranamente, aprendió a apreciar el arte desde otra perspectiva. Catorce años estuvo el entonces joven Michelangelo entre esas piezas, lo que, seguramente, entrenó su pupila y aguzó su olfato.
Con esa base como sustento, como caldo de cultivo, Pistoletto ha desarrollado una obra múltiple. Según la especialista Niurka Fanego, es un «redactor de manifiestos en pleno siglo xxi; Pistoletto respalda el respeto a la diferencia, aboga por las prácticas interdisciplinarias y restaura al hombre como centro del proceso social, mientas acciona una voluntad de cambio desde las políticas del arte».
A grandes rasgos, su sistema teórico-conceptual denominado Tercer paraíso establece las relaciones entre el mundo natural y el artificial y el que vendrá, es decir, el futuro, a partir de tres círculos interconectados que se tocan o superponen en determinada área, por lo que están en permanente contagio. El círculo central —donde se genera el Tercer paraíso— es en el que brota el nuevo equilibrio, el germen de la nueva sociedad.
El 16 de diciembre de 2014 el símbolo del Tercer Paraíso se realizó sobre las aguas del Caribe a partir de pequeñas embarcaciones de pescadores cubanos en la desembocadura del río Almendares. En 2015, durante la XII Bienal de La Habana, en la emblemática Plaza de la Catedral, Pistoletto realizó un performance del Tercer paraíso, y ese mismo año, en la escalinata de la Universidad de La Habana, efectuó una similar propuesta. Esas han sido algunas (no todas) de las marcas o antecedentes que hicieron posible que su obra entrara en los muy bien conservados salones de Museo de Arte Universal.
Caminando de manos de Pistoletto
El reconocido artista —quien al menos en La Habana siempre hemos visto vestido totalmente de negro y tocado con sombrero de paja— dedicó una mañana de diciembre a recorrer la exposición, para que todo el que quisiera le hiciera preguntas. Allí estuvo Arte por Excelencias, y de la propia garganta de Pistoletto supimos que la nueva serie de cuadros-espejos se realizó inspirada en Cuba a partir de su participación en la XII Bienal. Son dieciocho obras en las que se representa la vida cotidiana en la Isla empleando la fotografía —sin poses— como soporte. En esas imágenes aparece el llamado cubano de a pie, es decir, gente común haciendo sus labores diarias, pero insertados en fondos brillantes y pulidos —cual espejos— que refractan la imagen; es como congelar un instante y, a la vez, sumergirse en ese mundo real y participar a partir de la inserción de nuestra propia imagen: hasta cierto punto puede considerarse un juego mediático.
Otra obra comentada por el artista italiano fue Trece menos uno, consistente en igual cantidad de espejos de gran tamaño limitados por hermosos marcos dorados que durante la Bienal fueron quebrados —a manera de performance— por el propio artista. Debajo de cada espejo emergieron tapices de múltiples colores —rojo, azul, amarillo, verde…—: el resultado es este conjunto de piezas que constituye un documento o memoria de un hecho específico en un instante determinado. Lo demás lo pone el público al verse reflejado en esos espejos que rebotan la imagen de uno a otro y crea una atmosfera lúdica y reflexiva a la vez.
La exposición —que ha sido posible gracias a los esfuerzos coordinados entre el Consejo Nacional de las Artes Plásticas, el MNBA, la Galería Continua y Cittadelarte Fondazione Pistoletto— deviene excelente oportunidad para acercarse a la estética de este artista que cree fervientemente en el arte y en su poder transformador.
Conversando con Pistoletto
Durante el recorrido y caminando a nuestro lado, Michelangelo Pistoletto tuvo la gentileza de responder las siguientes interrogantes a los lectores de nuestra publicación.
¿Por qué Cuba?
Porque Cuba se ubica entre el pasado y el futuro y la necesidad urgente de cambiar el mundo pasa a través de Cuba. Creo absolutamente en ello, de lo contrario no estaría aquí.
Cuba encierra lo que yo llamaría una verdadera imagen de lo que será el futuro: hace sesenta o setenta años imaginar la Cuba de hoy era una utopía: ahora es una utopía realizada y tangible.
En este momento tenemos la necesidad de construir una nueva utopía a partir de la vieja, la nueva parte otra vez, de Cuba, porque el mundo no funciona bien. Todos los contrastes planetarios requieren y necesitan de un nuevo equilibrio. Los tres círculos del Tercer paraíso representan el equilibrio entre los opuestos: esto es lo que, desde Cuba, propongo al mundo.
¿Y cree que esas utopías que sugiere en sus obras sean posibles?
Todo es posible, pero hay que tener un objetivo: es necesario poseer una perspectiva. Pienso que en Cuba es posible abrir una perspectiva porque el pueblo está apostando por estos pasos. Es una realidad que palpo y que me anima.
¿Qué experiencia le ha traído exponer en el museo cubano?
Muchas. En primer lugar percibo una cualidad en la gente: aquí hay una calidad muy alta que parte de la base y llega a niveles muy altos. Trabajar en Cuba significa vincularse con profesionales y personas muy competentes en todos los campos. Ha sido, está siendo, una experiencia aleccionadora.