MARGARITA MATEO PALMER, EL MÁS RECIENTE PREMIO NACIONAL DE LITERATURA, SE HA PROPUESTO SIEMPRE DEFENDER SU ESPACIO DE LIBERTAD CREADORA, Y DE NO INHIBIR O AUTOCENSURAR AQUELLAS EXPRESIONES DE SU ESCRITURA QUE SE APARTAN DE ALGUNOS CÁNONES CONVENCIONALES

Margarita Mateo Palmer hubiera podido sentarse a esperar los elogios y a vivir de la gloria, después que le entregara a Letras Cubanas su texto Ella escribía poscrítica, así de rotundo es este libro de ensayo que no aparece «ni en los centros espirituales». Pero esta notable intelectual es de las que no se conforman con lo logrado. Es más, esta mujer, una de las voces más preclaras de la ensayística cubana, no deja de superarse a sí misma, como lo demostró con Paradiso: la aventura mítica, título con el cual obtuvo, en el 2002, el codiciado Premio Alejo Carpentier, hazaña que años después repitió con Desde los blancos manicomios.
¿Podrán creerse los lectores que la Mateo hasta llegó a dudar de su larguísimo alcance en las letras de la Isla? Por increíble que parezca se veía como «una investigadora que escribía, con mayor o menor tino, sus reflexiones», pero definitivamente estuvo siempre muy equivocada. Se lo acaba de demostrar el prestigioso jurado que la ha convertido en la figura cubana más relevante de la Literatura en 2016, al entregarle el codiciado Premio Nacional.
No es común que los jóvenes se interesen por el ensayo y, no obstante, Ella escribía… ha sido muy bien recibido siempre entre estos. ¿Cómo lo explica?
Para mí fue una sorpresa, como lo ha seguido siendo con el transcurrir del tiempo, que muchachos que eran niños cuando se escribió el libro, lo lean actualmente con tanto interés. Pienso que la misma forma de Ella escribía poscrítica, que incluye y dialoga con la ficción, su tono desenfadado y lúdico, pueden haber contribuido a ello.
Si Ella escribía poscrítica hubiera nacido fuera del período especial, ¿habría sido un libro diferente?
Absolutamente. Si no hubiera sido por la enorme presión que ejercía sobre mí en esos momentos el mundo de la cotidianidad —una cotidianidad asumida prácticamente en términos de supervivencia— creo que las partes testimoniales y de ficción nunca hubieran entrado a formar parte del largo ensayo que entonces escribía sobre la literatura cubana y la posmodernidad. Pero la fuerza de ese mundo que se desarrollaba de modo paralelo a la escritura fue tan fuerte que no pude sustraerme, afortunadamente, a la necesidad de expresarlo.
Como escritora, ¿siente alguna «presión» por encontrarse dentro de la Academia?
Siempre he estado vinculada, de un modo u otro, con el mundo académico en mi condición de profesora universitaria, y he aprendido a sobrellevar esas presiones. Claro, ser miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua, ocupar un sillón dentro de la misma, tener un pectoral con la letra uve (que fue la que me correspondió), no deja de ser una responsabilidad que, ciertamente, ejerce mayor presión sobre uno. De cualquier forma, trato de que el rigor y las exigencias de ese mundo no me inhiban e interfieran con la libertad creadora.
Con una obra sólida, pudiera dedicarse, esencialmente, a escribir, pero persiste en continuar en la docencia. ¿Por qué?
La idea de dedicarme solamente a la escritura no deja de ser tentadora. Sin embargo, el magisterio, que ha sido mi labor profesional esencial, me sigue alimentando espiritualmente en más de un sentido. Disfruto el diálogo con los estudiantes y la posibilidad de compartir con ellos el conocimiento alcanzado en tantos años de lecturas y de reflexión sobre ciertos temas. La relación con mis alumnos me enriquece y, de algún modo, impulsa mi escritura.
Se afirma que lo establecido se le torna monótono. ¿Es por ello que se ha propuesto romper con los esquemas ya establecidos en su obra literaria?
Realmente lo establecido suele aburrirme un poco y mi propia historia intelectual muestra una tendencia de acercamiento a los márgenes, de incursionar en el estudio de expresiones artísticas que han sido, por lo general, poco reconocidas, cuando no subestimadas. Al mismo tiempo, también me he sentido motivada por autores ya clásicos de la literatura latinoamericana como Lezama Lima, Alejo Carpentier o Julio Cortázar. En cuanto a la ruptura de esquemas ya establecidos opino que más que proponerme una transgresión de los mismos, he tratado de defender un espacio de libertad creadora y de no inhibir o autocensurar aquellas expresiones de mi escritura que se apartaban de algunos cánones convencionales.
Usted ha sido una autora multipremiada.
Creo que he sido muy afortunada porque hay una buena dosis de azar detrás de cada premio. También, desde luego, detrás de cada libro mío hay muchas horas de trabajo, esfuerzo personal y dedicación. Pero pienso que no hay que desanimarse cuando no se obtienen los reconocimientos esperados en concursos literarios. Por poner solo un ejemplo, una obra como Las venas abiertas de América Latina no obtuvo premio en el concurso Casa de las Américas, sino mención. Nadie recuerda hoy el libro que obtuvo el premio, mientras que el texto de Eduardo Galeano se ha convertido en un clásico de la ensayística latinoamericana.
¿Qué sucedió con la Maggie que iba a ser trovadora?
La Maggie que iba a ser trovadora fue desplazada por la Maggie que quiso ser profesora. Esta última la alejó de los ambientes trovadorescos, sacó de circulación algunos discos y hasta colgó la guitarra de un clavo en la pared. La que iba a ser trovadora se conformó con seguir amando secretamente las canciones de la trova, tararearlas cuando la profesora andaba distraída y escribir sobre esa corriente de la música cubana.
En los sesenta y los setenta se consideraba «una feminista desatada». ¿Qué la hizo «moderarse»?
Los años no pasan por gusto. Una posición intransigente en la defensa de los derechos y la dignidad de las mujeres en un contexto tan machista como el nuestro podía conducir a extremos delirantes, alejados de mi propia realidad social y cultural. Mis ideas sobre ese tema no difieren, en lo esencial, de las que tenía en aquella época, solo que la vida me enseñó a ser un poco más flexible y tolerante.