- Chucho Valdés una historia real
Recuerdo cómo hablábamos de él en los pasillos y aulas de la Escuela Nacional de Arte. Era un intocable, excelso, un hombre de otra dimensión. Nos disputábamos —en pleno ejercicio adolescente de quién sabe más— el quién había estado más cerca de su figura y, por supuesto, nadie ganaba. Recuerdo cierta acalorada trifulca cuando supimos de boca de un profesor de Armonía de nombre Fernando Rodríguez, Archi, que Chucho estaba considerado uno de los cinco mejores pianistas de jazz del planeta. No cabrían aquí anécdotas de aquella y otras etapas de conocer y descubrir al mito por parte de quienes lo adorábamos.
Su pianismo se remonta a finales de la década de los cincuenta, cuando forma parte de diversos formatos. Ya a principios de los sesenta se destaca tocando en el Teatro Martí, en varios hoteles de la capital y en la orquesta del Teatro Musical de La Habana. Lo más notable quizás es su inclusión en la destacadísima Orquesta Cubana de Música Moderna, bajo las riendas de los maestros Rafael Somavilla y Armando Romeu, donde para muchos se siembra definitivamente en él su visión del sentido grupal del jazz, pues pocos años más tarde, en 1973, crea Irakere. Dicho así, de manera rápida, quizás no se entiendan algunos procesos creativos e intermedios en la ascendente carrera de Chucho, donde la experimentación constante fue el camino a seguir, pero que a la larga resultaron imprescindibles para la consolidación de un lenguaje propio de este gigante de Quivicán.
Su discografía es una de las más sólidas de Cuba, aún desde la etapa de Irakere, aportándole a nuestro país el primer premio Grammy con el LP Misa negra (1979). En años recientes ha hecho fonogramas bien atractivos, como Canto a Dios (2008), que partió de una ambiciosa idea donde unió a disímiles músicos en el propósito de brindarnos buena música, que sirviera de homenaje a las víctimas del huracán Katrina, que dejó a la ciudad de Nueva Orleans sumida en un triste escenario humano. Esta monumental obra de Chucho fue estrenada en un festival de jazz de La Habana, y ya desde entonces se maduraba la idea de llevarlo a un fonograma. «Canto a Dios es mi homenaje al pueblo norteamericano, y a Nueva Orleans, que es la cuna del jazz en ese país», me confesó Valdés. Vale resaltar el elenco escogido: su hermana Mayra Caridad Valdés, sin dudas una de las mejores voces de Cuba, dotada de una técnica y un potente timbre que la hace única; el cantautor Pablo Milanés, con una especial participación; y la maestra Digna Guerra, directora del Coro Nacional de Cuba, quien junto a sus muchachos, tuvieron la responsabilidad de abrir el panorama coral de «Canto…». El disco contó también con la producción musical del Maestro Tony Taño, uno de los más prestigiosos músicos cubanos, quien ya posee un camino en estas lides fonográficas y que, además, había trabajado junto a Chucho en disímiles proyectos de esta índole.
Chucho Valdés, con varios premios Grammy y Grammy Latino, y muchas veces nominado a ambos en Estados Unidos, grabó también la producción discográfica Cancionero cubano (2005), que desborda virtuosismo y sobre todo sencillez; compositores clásicos cubanos como Adolfo Guzmán, José Antonio Méndez, Manuel Corona y Portillo de la Luz protagonizaron este disco grabado en apenas una hora y cuarenta minutos, con una limpieza impresionante y un equilibrio a todas luces visible. Solo tres temas de Chucho se incluyeron en ese fonograma, alternando con esas joyas de la música cubana. Resalta en cada una de ellos el amplio concepto jazzístico y la mesurada técnica de Valdés.
Labor de orfebre fue su homenaje a una de las agrupaciones más importantes del jazz norteamericano: The Jazz Messengers, para lo cual creó un formato de lujo rebautizado The Afrocuban Messengers, nucleando a figuras jóvenes y conocidas del jazz cubano como Yaroldy Abreu y Dreisser Durruthy, y logrando un sonido único y renovador dentro del llamado jazz cubano.