- Los tránsitos habaneros de Plácido Domingo.
La primera visión que tuvo Plácido Domingo de La Habana fue la de una ciudad bulliciosa, cosmopolita y cálida, una urbe definitivamente cercada por el mar. Tenía apenas ocho años de edad y desde la baranda de la nave Marqués de Comillas, que cubría la ruta trasatlántica, el niño que con el tiempo se convertiría en uno de los tenores más famosos del mundo contemplaba la ciudad. Esto lo recordó en noviembre de 2016 cuando llegó a Cuba con el propósito de ofrecer un concierto en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana.
El sueño —así lo consideró por razones entrañables que más adelante dirá con sus palabras, recogidas por este cronista— quedó pospuesto. La noche anterior a su debut en la capital cubana fallecía Fidel Castro y el país conmocionado se entregaba a jornadas de duelo nacional. Al conocer la noticia, el artista suspendió la presentación, pero por respeto al pueblo cubano prometió regresar en pocos meses para cumplir con un deseo largamente compartido.
«Esta es una visita que debía a mi familia y a mí mismo. Cuba es parte de mi biografía. Aquí mis padres cantaron y sé de muchas personas que siguen mi carrera. En mi repertorio no faltan autores de la Isla», fueron las primeras frases de Plácido al descender del avión en una noche más fresca que aquella de 1949 en que vio a lo lejos la ciudad.
«Viajaba de España a México —recuerda— e hicimos escala en La Habana. Me acompañaba una tía y mi hermana. Mis padres habían decidido establecerse en México y querían reunir a la familia. Estuvimos unas cuarenta y ocho horas aquí. Desembarcamos y dimos un paseo. Guardo en mi memoria el trato de la gente, muy amable, no veían a los españoles como extraños. Después cobré conciencia de que muchos de mis compatriotas habían echado raíces en Cuba. A mis padres también los arroparon en la Isla.
«Lo más curioso para mí fue visitar el Zoológico de La Habana. Por ahí la familia conserva una foto de mi hermana conmigo y unos cervatillos. Les dimos de comer. Fíjese lo que es la memoria: ni fieras de la fauna africana que seguramente habitaban el zoo; unos cervatillos es la imagen que permaneció en mí».
El segundo día de la nueva estancia de Plácido Domingo en La Habana comenzó con una mirada detenida al sitio que lo hospedó: el Hotel Nacional de Cuba. Declarado él mismo huésped de honor, recorrió la galería de los famosos.
Poco después del mediodía se dirigió al Teatro Martí. Inaugurado el 8 de junio de 1884, fue objeto de una cuidadosa restauración, culminada en febrero de 2014, que le devolvió su esplendor. Fue la última plaza donde cantó en Cuba la madre del artista, una de las más afamadas voces líricas de su tiempo: Pepita Embil (1918–1994). «Mi madre guardó muy buenos recuerdos de Cuba. Vino en octubre de 1947 con una compañía donde mi padre, Plácido Domingo Ferrer, barítono, también actuaba. Era la compañía de zarzuelas de Federico Moreno Torroba. Luego regresó con un espectáculo que vi en México durante mi niñez y me impresionó mucho: Cabalgata. Entre sus amistades cubanas, una figura muy querida: Rosita Fornés».
En el Teatro Martí, Pepita cautivó al público habanero en 1956, en una temporada con la compañía de Faustino García. Ya era muy conocida entre los aficionados a la escena musical en la capital cubana. La temporada inicial con las huestes de Moreno Torroba, en el Teatro Nacional, le abrió puertas. Su carta de presentación: Luisa Fernanda, compuesta por el Maestro.
Pareciera obra de la casualidad, pero la despedida insular de la Embil en el Martí fue la zarzuela María Manuela, de Moreno Torroba. Un dato interesante: la puesta en escena cubana antecedió en un año al estreno madrileño. La Embil cantó junto al barítono Alberto Aguilá. La romanza Así como es ella, deberías ser tú causó tal sensación en el auditorio que la soprano se vio precisada a repetir su interpretación.
Plácido fue recibido en el Martí por Eusebio Leal, historiador de La Habana. «Qué gran emoción», expresó el tenor mientras avanzaba por la alfombra de uno de los laterales del lunetario y contemplaba el telón de boca, que representa una alegoría de los autores que más aportaron a la escena vernácula en la primera mitad del pasado siglo.
«Toda la gloria del teatro ha ocurrido aquí y mil acontecimientos más. La zarzuela cubana y española coincidieron en este espacio. Esta es la llamada tacita de plata de La Habana», explicó Leal al visitante.
El tenor tomó de la mano a sus nietos y les dijo señalando el proscenio: «La mamá de abuelo cantaba en ese escenario y le aplaudían mucho. No lo olviden».
En el libro del teatro, escribió el tenor: «Lleno de emoción por el cariño que este teatro maravilloso le dio a mis padres: Pepita Embil y Plácido Domingo, tengo la alegría y al mismo tiempo las lágrimas que esta visita me provoca. Aquí con mi mujer, mis hijos y nietos como testigos de aquellos tiempos en que el extraordinario público cubano se entregó a la zarzuela con mis padres como intérpretes. Con todo cariño, Plácido Domingo».
Luego satisfizo su curiosidad por conocer sitios del centro histórico de la capital. Dirige sus pasos a la plaza de San Francisco, observa la sala de conciertos de la Basílica, contempla la Avenida del Puerto y el Paseo del Prado. El musicólogo Jesús Gómez Cairo le obsequia reproducciones de programas de mano y fotos atesorados por el Museo Nacional de la Música, testimonios de los éxitos de Pepita Embil en la escena cubana. Y un libro sobre Lecuona.
«Ella tuvo una magnífica relación artística y humana con Ernesto Lecuona —prosigue con los recuerdos—. En casa había partituras con su música y también obras de su hermana Ernestina».
En medio del recorrido, le hago dos preguntas al artista. ¿Por qué incluir obras de autores cubanos en su repertorio? ¿Qué pudiera representar Cuba en sus itinerarios futuros?
«Es proverbial la riqueza de la música cubana. Aquí se cuenta con creadores que pusieron en alto el género canción, no solo en el aspecto melódico, sino en el modo de trasmitir sentimientos muy profundos y hermosos a través de la música. Además de los Lecuona, estoy pensando en Gonzalo Roig, Rodrigo Prats, Jorge Anckermann. Eliseo Grenet, Moisés Simons, Pedro Junco. Con Lecuona, por supuesto, tengo mucha empatía. Grabé un disco titulado Estás en mi corazón, en el que incluí, entre otras piezas, “Noche azul”, “Juventud”, “Damisela encantadora”… Quisiera conocer mucho mejor la canción cubana, muy cercana a mí por su tradición y calidad».
«A La Habana habrá que venir más de una vez, siempre que la vida me lo permita. Tengo muchos amigos cubanos que desde hace tiempo me han hablado de este país. Hay uno muy especial, Ulises Aquino, cantante y excelente promotor. Desearía compartir alguna vez su experiencia con Ópera de la Calle. Voy sumando más amigos. Decía que este es un sueño, el que prometí a mis padres. He cumplido muchos otros, pero faltaba este, que solo se completará cuando tenga la oportunidad de ofrecer mi voz en un espacio abierto, para la mayor cantidad de personas. No está muy lejos ese día».