- Mujer negra sobre una silla dorada.
Hay en la poesía de Nancy Morejón una mirada milenaria. Persiste en ella cierta sensibilidad de matriarca y tal parece que sobre su escritura se refundan sucesivas generaciones. Eso percibe quien se asome a sus versos; el registro poético de las memorias negadas, una puerta a nostalgias de un sujeto lírico que no quiere escapar a su condición de mujer negra. Morejón se sostiene sobre esos fragmentos donde se le ve niña, muchacha, anciana, madre, abuela, como si el testimonio de mujeres que le anteceden en siglos fuera su mayor obsesión.
Subyace en sus líneas una hondura apacible. Sus versos parten de una c(u)alidad reflexiva, pasando por tópicos intimistas hasta llegar a inquietudes filosóficas más universales. Su poesía evoluciona y se mueve a través del tiempo, va de lo coloquial hasta zonas más solemnes. Involucra paisajes reales definidos desde la memoria afectiva. Y escribe siempre de cara al mar. Asumimos que en ese ir y venir, en esa cadencia de las aguas, se desenvuelve también su lírica, que no está exenta de musicalidad, de alturas y declives, de movimientos y ondulaciones. Riqueza aprendida de su maestro espiritual: Nicolás Guillén.
Su escritura atraviesa la historia, o mejor, se construye a partir de los retazos de muchas vidas, siempre con un profundo lirismo que recuerda a los poetas de la Generación del 27, de los cuales se siente deudora. Tópicos vinculados al mundo afrocubano, a la identidad nacional, a la cultura caribeña, son puestos a interactuar con la Historia en mayúscula, ofreciendo una perspectiva muy personal matizada por la reivindicación del discurso femenino. La política, la ética, la racialidad, la discriminación, la comprensión moral del mundo y sus cuestionamientos como mujer de este siglo, la convidan a permutar de tiempos y de experiencias.
El poema parece entonces una lección de la sobrevida, un flashback que nos lleva al origen de lo africano y de lo cubano y encuentra otros matices en ese ajiaco fabuloso y complejo de identidades descrito por el etnólogo Fernando Ortiz. Su temprana vocación en la poesía por dar voz a mundos silenciados y romper cercos la llevó a contrastar poéticas con las mismas urgencias en torno a la negritud.
Es quizá la obra de Nancy Morejón una de las primeras en burlar las restricciones del bloqueo económico y financiero impuesto a Cuba por el Gobierno de Estados Unidos. En 1985 vio la luz en California su primer volumen bilingüe Where the Island Sleeps Like a Wing. Para la antología With Eyes and Soul: Images of Cuba, con fotografías del norteamericano Milton Rogovin, escribió treinta y ocho textos que completaron el acercamiento a su suelo natal. El proyecto fue presentado en 2004 en Buffalo. Una década antes, la Universidad de Nueva York le había conferido el Premio Yari-Yari de Poesía Contemporánea por la obra de toda la vida.
Lo cierto es que a Nancy le preocupa el mar. Un personaje que la seduce. El camino que trajo a sus ancestros. La casa de sus muertos. La piel que cubre su Isla y que se palpa al interior de sus versos. Tal vez, otro registro doloroso de la esclavitud y sus secuelas. De la emigración y sus secuelas. Pero también el camino de reencuentro entre Cuba y el mundo.
Persona
¿Cuál de estas mujeres soy yo?
¿O no soy yo la que está hablando
tras los barrotes de una ventana sin estilo
que da a la plenitud de todos estos siglos?
¿Acaso seré yo la mujer negra y alta
Que corre y casi vuela
Y alcanza récords astronómicos
Con sus oscuras piernas celestiales
En su espiral de lunas?
(…)
Estoy en la ventana.
Yo sé que hay alguien.
Yo sé que una mujer ostenta mis huesos y mi carne,
Que me ha buscado en su gastado seno
Y que me encuentra en la vicisitud y en el extravío.
La noche está enterrada en nuestra piel.
La sabia noche recompone sus huesos y los míos.
Un pájaro del cielo ha trocado su luz en nuestros ojos.
Mujer negra
Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron atravesar.
La noche, no puedo recordarla.
Ni el mismo océano podría recordarla.
Pero no olvido el primer alcatraz que divisé.
Altas, las nubes, como inocentes testigos presenciales.
Acaso no he olvidado ni mi costa perdida, ni mi lengua ancestral.
Me dejaron aquí y aquí he vivido.
Y porque trabajé como una bestia,
Aquí volví a nacer.
A cuanta epopeya mandinga intenté recurrir.
Me rebelé (…)