Las legendarias motocicletas Harley Davidson que ruedan en Cuba constituyen verdaderas reliquias mantenidas a lo largo de medio siglo a fuerza de inventos y toda clase de apaños. Unas cuantas decenas están en perfecto estado y a sus dueños de variopinta procedencia, credos y profesiones, les une la pasión por estas raras «avis».

Fue en el año 1959 que entraron a Cuba las últimas Harley Davidson. De entonces a la fecha, nada de piezas de repuesto. Ni un solo tornillo. Si se tiene en cuenta que ha transcurrido medio siglo completo sin posibilidad de obtener recambios a causa de la prohibición norteamericana de comerciar con la Isla, entonces resulta admirable que hayan sobrevivido hasta nuestros días estas emblemáticas motocicletas. Las hay modelos Flathead, Panhead, Knuclehead y algunos modelos «K», que importó a lo largo de los pasados años 30, 40 y 50, la casa Bretos; y algunas otras de la década del 20, verdaderas ancianitas. Muchos de sus dueños son amigos o se conocen; y a lo largo del tiempo han intentado organizarse en diferentes asociaciones para intercambiar experiencias, tener a mano soluciones para problemas mecánicos o, sencillamente, compartir el gusto por estas reliquias. Así fundaron MOCLAC (Motos Clásicas de Cuba), cuenta el ingeniero Adolfo Prieto –harlista de Centro Habana–, que el día de nuestro encuentro vestía el clásico atuendo de jeans, botas y pullover con el emblema de la Harley Davidson. Nos recibió con hospitalidad en la sala de su casa, conectada con el cuarto–garaje donde guarda su preciosa motocicleta de relucientes niquelados, asiento y alforjas de cuero negro y un vivo color amarillo, a la que no pudimos dejar de admirar durante unos minutos. «Esto fue hace unos cuantos años», precisa, «y era una asociación, como un club de amigos amantes del motociclismo, en el que cabíamos todos los que tuvieran motos antiguas; es decir, Harleys y también Nortons, Triumphs, BSA…». Si bien nunca lograron inscribirse legalmente como sociedad, andando ese camino de hermandad y unión han juntado experiencias y fuerzas y contribuido a conservar esta especie de patrimonio rodante, lo que tiene un valor muy especial. Claro, para suerte de estos hombres y sus legendarios equipos, han vivido en La Habana verdaderos genios de la mecánica, algunos de ellos especialistas en motos antiguas, como el ya fallecido José Lorenzo Cortés, alias Pepe Milésima, a quien se debe buena parte de los inventos y apaños que en medio del hostil panorama del bloqueo norteamericano, permitieron mantener en activo a estas motocicletas. «Era majadero y lento», cuenta un amigo, «pero así lo queríamos mucho y todos esperábamos por él sin quejarnos, pues era una garantía». Han quedado sus enseñanzas, sus excelentes inventos, algunos buenos mecánicos a los que formó; y en su honor y al de otro difunto harlista habanero, Marcelino Fonseca, los propietarios de motos clásicas radicados en La Habana celebran cada año el Día del Motorista Ausente, coincidiendo siempre con el tercer domingo de junio –Día de los Padres. De mañana ese día acostumbran a reunirse en algún sitio para salir en caravana recorriendo las principales calles de la ciudad hasta el Cementerio de Colón y después de un minuto de silencio y leer unas palabras de recordación, frente al panteón de los Naturales de Ortigueira, que tiene 700 nichos y más de 4 mil osamentas de gallegos o descendientes en su interior, encienden sus motocicletas y las hacen tronar en un rugido ronco y potente, para luego irse a algún sitio donde hacer un alto y tomar unas cervezas. «Es nuestro día», afirma Prieto sonriente, si bien comenta que tienen muchos otros momentos en que buscan sociabilizar. «A veces nos invitan a actividades y demostraciones de habilidades de la unidad motorizada de la Policía Nacional Revolucionaria u organizamos pequeños viajes turísticos hasta el Valle de Viñales, Varadero, Península de Zapata o más esporádicamente hasta vueltas a Cuba». Van en plan paseo, relajados y felices de ir sobre estas reliquias, orgullosos de atraer las miradas de los demás y de que tanto sacrificio tenga estos ratos de placer. El ingeniero también comenta sobre los vínculos que tienen con asociaciones internacionales de motociclistas como la Latin American Motorcycle Association (LAMA), de cuyo capítulo en La Habana es el presidente, además de ser el segundo cargo del Club Habana Harley –sólo para las Harleys Davidson. «Mario Nieves, el presidente internacional de LAMA (fundada en Chicago en 1975 y con casi 10 mil miembros en todo el mundo), nos visitó por primera vez en 1999 y como resultado de ese encuentro nació su Capítulo de La Habana que va a cumplir su décimo aniversario el próximo año y paulatinamente de entonces acá, se han fundado los Capítulos Pinar del Río, Camagüey, Cárdenas, Santa Clara y Holguín». Una gran pasión está detrás de todo esto, un nombre, una gran marca, un verdadero símbolo: la Harley Davidson, que para sus propietarios en Cuba también ha constituido un reto, pues todas son tan longevas y raras como piezas de museo, lo que a la vez las hace muy hermosas. De ser tan poco frecuentes y vistosas, no hay una Harley que ruede en La Habana que no despierte la atención de los transeúntes y esa silenciosa alegría la experimentan a diario estos amigos que integran los clubes Habana-Harley y L.A.M.A (Latin American Motorcycle Association) en la capital del país. Los que saben y siguen el tema, aseguran que en la Isla no deben quedar más de 300 Harleys Davidson. Sus propietarios nada tienen que ver con esa imagen de pandilla agresiva con que se les suele presentar en algunas películas. Los hay médicos, científicos, maestros, militares; y si bien es verdad que algunos no logran sustraerse de ese estereotipo tan peculiar del motorista rebelde de pañuelo en la cabeza, botines con remaches, camisetas y jeans ceñidos, la gente les admira sobre todo por la capacidad de haber mantenido estas reliquias hasta nuestros días.

Una gran pasión está detrás de todo esto, un nombre, una gran marca, un verdadero símbolo: la Harley Davidson, que para sus propietarios en Cuba también ha constituido un reto, pues todas son tan longevas y raras como piezas de museo, lo que a la vez las hace muy hermosas y vulnerables