Quiebra Canto: un balcón de vida
Quiebra Canto es una referencia obligada en Cartagena de Indias cuando se quiere ir a bailar y escuchar buena salsa. Se encuentra ubicado en Getsemaní -el antiguo barrio de los esclavos- en el edificio La Puerta del Sol frente al Camellón de los Mártires Altos.
Ya son muchas las noches que Quiebra Canto lleva abriendo sus puertas y muchas más las transformaciones que ha vivido. En sus inicios se podía disfrutar de la magia del lugar sin límites de edad. El balcón –uno de los lugares privilegiado por sus visitantes–, no poseía esa pequeña tabla de contención que ahora evita que las botellas de cerveza acompañen con su estruendor de vidrios rotos la música que Mañe, certeramente, elige cada noche. Era inevitable gozar estremeciendo todo el cuerpo, ya que los parlantes de la música estaban ubicados en el piso, a la altura de las cinturas.
Quiebra Canto tiene la capacidad de crear un mundo otro, atractivo, lleno de personajes tan distintos y dispares bailando en pareja o solos. Quizás esa sea una de las razones que llevan a un enamoramiento eterno con el lugar: se puede bailar sin que nadie moleste o piense necesariamente que se está buscando a un hombre –o a una mujer– para acompañar los desenfrenos. Allí se va, sobre todo, a bailar y a mostrar –sin que así lo parezca–, las cualidades del baile supuestamente poseídas.
Una vez en Quiebra Canto, no se sabe dónde puede estar la mayor diversión: si adentro, en la pista de baile observando a las numerosas parejas o a los danzantes solos que sacan de sí todos sus dotes o, afuera catando el pulso de la calle mientras se fuma un cigarillo o se bebe en el balcón.
Mirando desde el balcon hacia la derecha se encuentra la Calle de La Media Luna. Si no se quiere bailar, bien se puede “tomar balcón” y contemplar las historias que caminan en cuerpos de mujeres y hombres más, o menos atractivos-. Y si se sigue mirando por el balcón del Quiebra, llevando los ojos sólo un tanto más hacia la izquierda, encontramos el que fuera uno de los edificios más altos de Cartagena: el del Banco Popular Hipotecario, lugar elegido para los suicidios tortuosos, lo que nos recuerda que la vida y la muerte se unen en la misma danza.
Si en cambio, se decide mirar completamente a la izquierda, se encontrará el Centro de Convenciones, sitio por excelencia para la realización de los “grandes” eventos de la ciudad. Las cumbres presidenciales, el Reinado Nacional de Belleza encuentran allí su espacio: la otra Cartagena, la que excluye y se encanta de marcar las diferencias se aparece por aquellos lares. Dos rostros de una ciudad a golpe de balcón dependiendo de qué dirección elijan nuestros ojos.
Y cuando se presiente que la noche ha avanzado sin piedad, desde ese mismo balcón de Quiebra Canto se puede dirigir la vista hacia el frente y descubrir desde la Torre del Reloj que el tiempo se nos ha ido, que la prisa debe dirigir nuestros pasos, o para los más afortunados: descubrir que apenas comienza el día, que aún es temprano para seguir buscando.
Quiebra Canto, adentro empiezan a sentirse los ritmos más pausados de una Orquesta Aragón y poco a poco las luces se tornan más claras. Las mujeres que atienden (porque ahora sólo hay mujeres en un reino anteriormente masculino) se acercan para recordar un cierre y la puesta a salvo con las cuentas. Antes, mucho antes, se lograba apelar dicha decisión y disfrutar a puertas cerradas de las últimas horas de la madrugada en un frenesí casi agónico pues se era consciente del inevitable final de la rumba.
Pese al alza considerable de las bebidas, Quiebra Canto sigue conservando su magia de lugar de encuentro para el baile sincero y propio; continúa tejiendo historias de adentro y de afuera y cada uno de los cantantes asomados en los cuadros que cuelgan en sus paredes, sonrisa en lance, irán invitándonos para la próxima vez: en la pista o en el balcón o en alternancia, como la noche misma.