- LA REPÚBLICA y el contrapunteo del tabaco.
El Habano y el contexto sociocultural que lo acompañó en los primeros decenios del siglo XX.
Alejo Carpentier en La Consagración de la Primavera, al narrar el regreso de Enrique –su personaje protagónico– a La Habana de 1939, escribió: ”…Una repentina emoción me suspendía el resuello al sentir la llamada de una fruta, la musgosa humedad de un patio, la salobre identidad de una brisa, la ambigua fragancia del azúcar prieta. El aliento de los anafes abanicados con una penca, la leña de los fogones, el estupendo sahumerio gris del café en tostadero, el potente aroma de los grandes almacenes de tabaco, próximos a la Estación Terminal…”.
Y es que La Habana de la primera mitad del siglo XX tuvo un período de esplendor en la producción de Habanos con el surgimiento de nuevas fábricas y marcas, y la consolidación de las ya existentes.
Junto a la aparición en el siglo XIX de algunas fábricas como Cabañas, H. Upmann, Larrañaga, La Corona, Partagás, Romeo y Julieta, La Africana, La Meridiana, La Diligencia y Gener, la propia demanda de los fumadores hace que comiencen a aparecer diversas vitolas para satisfacer los gustos más exigentes. Algunas de las más conocidas de la época fueron las llamadas federales, novedades, imperiales, liliputanas, brevas, Londres y Reina María, mientras a otra se le denominó Victoria y con este nombre, hubo una Victoria especial, una Victoria fina y una Victoria chica. Pero es a inicios del siglo XX que comienza un resurgir de marcas y tamaños de acuerdo con las hojas empleadas como capas, acorde a los gustos y pretensiones de los fumadores de gran estirpe.
Por sus cualidades, el tabaco cubano es inigualable. No obstante desde muy temprano estos establecimientos tuvieron que protegerse de la falsificación. El 27 de marzo de 1889 la Unión de Fabricantes de Tabaco de La Habana obtuvo por Real Orden el derecho de garantizar la procedencia de sus producciones con una precinta, cuyo uso era exclusivo de los dueños de fábricas. Ya el 16 de julio de 1912 esto se sustituye por un sello de garantía del Gobierno de Cuba.
Pero la aparición de las grandes fábricas y sus marcas tuvo una estrecha interrelación con los movimientos culturales que tenían lugar en el país. La arquitectura de estos establecimientos, casi siempre ubicados en arterias principales de la zona más comercial de la ciudad, en algunos casos imitó el estilo de los palacetes que construía la alta burguesía de la época, o simplemente se adquirían algunos ya construidos que tuvieran capacidad para la labor fabril.
Fachadas muy decoradas con cornisas, columnas, vitrales para proporcionar más luz y grandes escaleras de mármol mostraban la monumentalidad y el lujo del producto al que se iba a acceder. Otras fueron más simples en su interior y emplearon la gran nave con columnas fundidas de hierro y claraboyas para aportar iluminación natural, mientras sus fachadas se ajustaban a estilos más modernos como el Art Decó.
Al estilo de las edificaciones también se suma el diseño de las cajas, las anillas y otros elementos que identificaban las marcas, los cuales se ejecutaban acorde a las exigencias de las casas productoras. Imprentas artesanales tenían la responsabilidad del diseño y ejecución, incluso fileteaban en oro muchas de estas identificaciones. Las cajas, en ocasiones, cuando estaban destinadas a personalidades, eran confeccionadas por ebanistas en maderas preciosas con diseños muy exclusivos, quienes también elaboraban humidores para la conservación de los Habanos.
La producción de tabaco acogió desde sus inicios a la inmigración, fundamentalmente española, a pesar de ser un cultivo autóctono de lo que los descubridores llamaron Las Indias. Muchos de los que se iniciaron en su cultivo fueron españoles, fundamentalmente canarios y trabajaron en la zona de Vuelta Arriba o Remedios. En las industrias, la mayoría de los operarios en la etapa republicana también eran peninsulares.
El control del negocio tabacalero fue disputado en aquella época por dos importantes consorcios. En 1900 inició sus actividades la Havana Commercial Co., entidad conformada por empresarios norteamericanos y británicos y que pronto fue conocida popularmente como El Trust. Otra empresa foránea comenzó a moverse en la capital de la Isla, la Cuban Land & Leaf Tobacco Co. La primera pretendía adquirir el monopolio de la manufactura del tabaco, en tanto que la otra perseguía igual propósito con los cultivos.
La negativa de los vegueros a vender sus tierras frustró esas intenciones, y por su parte los industriales, algunos se unieron al Trust por las dificultades económicas que provocó la crisis a consecuencia del crack de 1929, mientras otros se aferraron a mantener sus fábricas. Con todo, las marcas de tabaco de la época se agruparon en dos bandos: las que pertenecían al Trust y las que siguieron en manos de sus propietarios, con lo que la exportación del torcido se dividió aproximadamente en dos mitades.
Es muy interesante señalar que la fábrica de tabaco fue uno de los primeros lugares que dio empleo a la mujer. Ellas en su mayoría se ocupaban como anilladoras.
El tabaco en la etapa republicana tuvo sus altas y sus bajas, pero se mantuvo como una de las principales industrias de esa etapa. Su presencia marcó la existencia de los cubanos en gran medida, como el ázucar, principalmente la vida de los habaneros, debido al emplazamiento de las grandes fábricas en la capital. Fue una contribución al origen de nuestra nacionalidad por la presencia española en su devenir. Es parte indisoluble de nuestra historia, como lo señala Fernando Ortíz en su Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, y forma parte indisoluble de nuestra identidad nacional.