La alegría de Vivir
Saber vivir la vida con humor y sin vacilación, es uno de los grandes rasgos de la idiosincrasia del cubano, junto a su hospitalidad y orgullo de nación. Si las cosas se «ponen muy malas», ahí mismo se tensan sus fuerzas creativas y su capacidad de sobrevivencia, algo que en la Isla llaman popularmente «estar en la lucha» y que quiere decir ingeniárselas para salir del bache e incluso prosperar.
Así es desde hace mucho tiempo, porque el cubano es una especie de vivo testimonio de la relación entre españoles y africanos; síntesis genética que en actitud y naturaleza resulta ser extrovertido, pasional, sincrético y hospitalario; alguien distinto y con mucho de universal a la vez, que se formó a miles de kilómetros del paisaje físico y humano de Europa y África, donde se encuentran las principales raíces de sus ancestros. La «mulatez» cubana se volvió nación y también cultura entre prohibiciones coloniales y anhelos de libertad, el opulento y rígido catolicismo y el expansivo y llano ritual de los Orishas, la defensa de las «buenas costumbres» y la más desenfrenada corrupción, bailes de salón y fiestas de negros, piano y tambores, vinos y rones, la blanca azúcar y el negro tabaco, para dar por resultado un ser flexible, imaginativo, contestatario, rebelde y de picardía desbordante. Sensual y conversador –por momentos charlatán–, el cubano común es devoto a la vez de santos, vírgenes, orishas, espíritus y supersticiones. Practica de común toda suerte de ejercicios de predicción («¡por si acaso!»), pero está bien acostumbrado a contar mucho con su propio esfuerzo, por lo que siempre se le verá listo para sobrevivir en los malos y en los buenos momentos. Por eso puede afirmarse que el cubano es un ser trascendental y sentimental, que ha hecho del humor –y también a veces de la burla– el mejor de todos los antídotos contra las eventuales penurias o dificultades. La insularidad, por otra parte, ese sentimiento de «estar lejos» y de «poder llegar tarde» a todo, impregnó al cubano de una fuerte vocación de universalidad, de un profundo interés por el mundo; y lo convirtió en alguien deseoso de estar al tanto de las cosas, de entrar en contacto con los visitantes. Grandes antropólogos ubican ahí la causa de la proverbial vocación hospitalaria de los cubanos, siempre curiosos y con ganas de comunicarse con gente diversa; siempre también animados a intercambiar, conocer y darse a conocer, de agradar y de alegrar, con absoluta naturalidad y sin sentirse superiores, ni inferiores. Algo, incluso es curioso y muchos lo señalan con especial interés: el cubano es alguien con gran disposición para las grandes tareas y para dar su opinión sobre cualquier cosa que ocurra entre cielo y tierra.
Tierra de grandes anfitriones En Cuba, el baile y la música son de las síntesis más gráficas de identidad. Sin vergüenzas del cuerpo, disfrutándose en cada movimiento, el cubano resuma sensualidad, destreza y resistencia. De ahí también que la gente de la Isla acompañe mucho sus palabras con el lenguaje gestual y que, sobre todo las mujeres, caminen con una gracia inconfundible, como la mismísima amalgama de ritmos musicales que llevan en las venas. Por eso se les ve espectaculares como el mambo, lentas y cadenciosas como el son, telúricas como la rumba, sabrosas como el cha, cha chá; libres y casi lascivas como la salsa. Muy orgulloso va el cubano de serlo y lo dice sin tapujos donde quiera que se para. Jamás lamenta no haber sido cuna de viejas civilizaciones, ni de grandes imperios; y aunque se reconoce un pueblo de orígenes recientes, ama altivamente su mundo, su cultura híbrida y alegre, su hermosa y joven historia.
El cubano es devoto a la vez de santos, vírgenes, orishas, espíritus y supersticiones. Practica de común toda suerte de ejercicios de predicción («¡por si acaso!»), pero está bien acostumbrado a contar mucho con su propio esfuerzo, por lo que siempre se le verá listo para sobrevivir en los malos y en los buenos momentos
Cinco décadas de bloqueo estadounidense y años especialmente difíciles tras la desaparición del campo socialista de Europa del Este y la desintegración de la antigua URSS, no han podido arrebatar a la gente de Cuba su alegría ni su orgullo, aún a pesar de las inmensas dificultades que este pueblo heroico ha debido enfrentar. Y es que los cubanos están entrenados en la adversidad y en la lucha constante por la independencia (desde la segunda mitad del siglo XIX); y sus raíces culturales e históricas tienen un sólido pivote en su tradición rebelde e independentista, motivos muy fuertes y funcionales para sus sentimientos de identidad y potenciar los arraigados hábitos solidarios de un pueblo decidido a resistir las peores pruebas con el mayor optimismo. Cuba vive con alegría y los cubanos la adoran por encima de cualquier dificultad o desafío a consecuencia de una economía que sigue atenazada en lo económico por la hostil política norteamericana y los inconvenientes y efectos de la crisis internacional. En apenas dos décadas, el país ha desarrollado una competitiva infraestructura hotelera con cerca de 48 mil habitaciones distribuidas en los más exquisitos parajes de su geografía y hermosas ciudades, de la que se sirven los más de dos millones de turistas que anualmente visitan este destino, en el que funcionan diez aeropuertos internacionales y se trabaja sin descanso por ubicarlo entre los más importantes de todo el hemisferio occidental.
Sólo Cuba y Jamaica, por cierto, consignaron incrementos en los arribos turísticos en un 2009 tenso para todo el Caribe. La mayor de las Antillas volvió a crecerse y puso en función todas sus posibilidades, más allá del tradicional atractivo de sol y playa y aún a pesar del duro golpe que le propinaron en 2008 dos intensos huracanes que atravesaron su territorio por el occidente y el oriente. Una vez más la voluntad del pueblo se puso a prueba y los daños fueron restañados en prudencial plazo. Cultura y espiritualidad tienen en los cubanos un amplio universo, con grandes nombres en la danza, las bellas artes, la literatura y la música. En el país funcionan más de 300 museos y múltiples instituciones culturales y artísticas, hay 230 Monumentos Nacionales, un volumen inmenso de monumentos locales y como algo único, 9 sitios declarados por la UNESCO, Patrimonios de la Humanidad, de un total de 20 en la región caribeña. Este es el pueblo de la épica de los barbudos en la Sierra Maestra, el que comandado por Fidel Castro levantó un país de amor bajo la mirada expectante de quienes apoyan o desprecian a su Revolución; y que como ningún otro profesa la cultura de la solidaridad y del bien común, guiado por el viejo precepto de su Héroe Nacional, José Martí, de «con todos y por el bien de todos». Cuba vale la pena y en gran medida –debe saberse– también por los cubanos, seres desprendidos y alegres con una decisión a prueba de balas para sobreponerse a cualquier obstáculo, excelentes anfitriones que lo mismo para viajeros expertos, que para neófitos, no pasarán indiferentes como uno de los más importantes atractivos de este hermoso destino.
* Cuba no es sólo geográficamente la mayor isla caribeña, sino también la más poblada. A su población se le considera como una de las más mezcladas y heterogéneas del mundo. Hay blancos, negros, mulatos y descendientes de otras muchas minorías, entre chinos, árabes y emigrantes europeos, además de los españoles, que junto a los africanos constituyen los grandes padres de esta nación. Cuenta con 11 267 099 habitantes, de los cuales el 75 % reside en zonas urbanas. De su población total, 5 627 947 son hombres y 5 608 152, mujeres. La densidad de población supera los 100 habitantes por km2 y las provincias más pobladas son Ciudad de La Habana, Santiago de Cuba y Holguín (Datos del sitio web de la Oficina Nacional de Estadísticas de Cuba, ONE)