Las novelas de Gabriel García Márquez podrían ser perfectamente los planos de un mundo deslumbrante y desmesurado que los terrícolas debíamos construir para entender del todo las claves de la felicidad, pero un detalle nos ahorra emprender esa obra descomunal: dicho mundo ya existe. Se llama el Caribe. El propio Gabo hablaba de culturas y personas «caribes» e insistía en que en ese racimo de islas y pueblos costeños los hechos y la imaginación popular empequeñecen todas las peripecias del Macondo creado por él… a imagen y semejanza de la realidad caribeña. Es la magia que todos quieren beber en tales tierras. En 2016, casi 30 millones de turistas recorrieron esa zona de aguas turquesas, arena impoluta y corales de orfebrería. Lo mejor, sin embargo, lo encontraron en un producto turístico invaluable: el ser caribeño, uno y el mismo aun cuando sus ancestros, razas, creencias y expresiones artísticas los presuman diferentes. De la misa al amuleto, del merengue al reggae, del chocolate al ron… están hechos los colores de un mar en el cual lo más normal del mundo es que todos los peces sean… de oro macizo.

República Dominicana

La vida puede ser un merengue o también una bachata, pero en cualquier caso es un trozo de tiempo para disfrutar. Parece lógico que la sede del primer asentamiento europeo en América sea hoy el destino más visitado del Caribe –Colón, aun sin tener reserva, «se hospedó» allí en la lejana temporada de 1492–, no solo por brindar 400 km de arcoíris playero, sino por el diapasón de asombros que regala al turista. Más que dividirse, hay que multiplicarse: Santo Domingo invita a bañarse en Boca Chica, Juan Dolio y La Caleta; Punta Cana sugiere zambullirse en Bávaro, Macao y Cabeza de Toro; mientras Puerto Plata nos hace un guiño, desde el parque acuático Ocean World, para que vayamos al delfinario más grande del Caribe. Cualquier elección será apenas el comienzo, porque uno y otros sitios agregan al menú del ocio paseos por el Salto de Cascada Limón, chapuzones en el cenote del Hoyo Azul, estancias en el Parque Ecológico Ojos Indígenas y el baile infinito en el Festival del Merengue, esa cubierta especial que los dominicanos ponen al cake de la vida.

Cuba

Cuando arriban a Cuba, los aviones no tocan tierra: tocan un pueblo. Así, literalmente, cada cubano resulta la auténtica pista de aterrizaje por la que se mueven a gusto visitantes de múltiples países. El diálogo parece el producto estrella de la hermana mayor de las Antillas, de manera que no asombra hallar visitantes que viajan de muy lejos solo para hablar con la gente de la Isla. Pero, ojo, Cuba dispone de otros grandes atractivos: la ardiente Habana Vieja, congelada entre inmuebles coloniales y autos clásicos; el balneario blanquiazul de Varadero; los imponentes islotes de Jardines del Rey, Cayo Largo y Cayo Santa María; ciudades como Trinidad, Camagüey, Santiago de Cuba y Baracoa, que rozan el realismo mágico; y entornos como el del valle de Viñales, capaz de curar el estrés desde la primera «sesión» contemplativa, pudieran ser un primer cóctel a reservar. Para rematar –para revivir–, en cada punto el huésped disfrutará de muestras de una cultura poderosa que le debe a muchas fuentes y les reciproca en su entrega.

Puerto Rico

Se ha dicho que Puerto Rico es el país con más avistamientos de OVNI. Seguramente se trata de turistas con antenas, porque perderse la Isla del Encanto no debe ser una opción ni siquiera para los extraterrestres. De hecho, su nombre alude a las riquezas que antaño partían del puerto de San Juan Bautista hacia España. Ahora, millones de vacacionistas van a buscarlas personalmente: playas a la carta –para nadar, bucear, surfear…–, buena comida, historia, cultura, casinos… Más de 1 300 ríos, ojos de agua y quebradas permiten refrescar los calores del Caribe. El Viejo San Juan, con su famoso Castillo de San Felipe del Morro, Patrimonio de la Humanidad, es un sitio para aprender y relajarse. Luego de una jornada de senderismo por la selva tropical, un chapuzón en la laguna bioluminiscente de Vieques nos puede alumbrar con los tonos azules de los «marcianos» y reafirmar que semejante periplo sería un regalo valioso en cualquier planeta.

Jamaica

amaica es una fiesta rodeada de agua. No hay manera de aburrirse en esta isla cuyas raíces culturales remiten lo mismo a África que a Europa, a Oriente Medio que a Asia. Largas playas, calas secretas, montañas escarpadas, cuevas, cascadas y sol, mucho sol, integran un menú de ocio cautivador. Los audaces suelen lanzarse desde el acantilado de Negril Cliffs, pero hay aventuras para todos. Al cabo de bañarse en Montego Bay o en la «terapéutica» Doctor’s Cave y de desandar los Montes Azules, uno no sabe bien si cabalgó en delfines o nadó con caballos, pero queda igual de satisfecho. En la tierra de Bob Marley, tales peripecias tienen banda sonora: el reggae, ese ritmo que, audible o soterrado, recibe y despide en el borde mismo de sus costas.

San Martín

Dice una leyenda que, para delimitar el área de cada imperio en la Isla, Francia y Holanda escogieron a sus mejores atletas del momento, quienes corrieron desde norte y sur en busca de «marcar» el mayor territorio posible. Cierto o no ese pasaje, lo que todos sabemos es que la caribeñísima isla de San Martín es la única frontera franco-holandesa a pesar de estar a más de 6 000 km de esos países. La resultante cultural es muy agradecida por los visitantes. En la zona holandesa, Sint Maarten, se encuentra el aeropuerto Princesa Juliana, célebre porque al borde de la playa de Maho los turistas casi pueden rascarles la «panza» a los aviones. En el francés Saint Martín se respira pleno espíritu parisino en los mercados de arte y moda. Ambas partes compiten en atractivo, al punto de que plantean un solo dilema: ¿descanso caribeño… a la francesa o a la holandesa?

Islas Vírgenes de Estados Unidos

Inspirado en una leyenda, Cristóbal Colón, cuyas «huellas dactilares» siguen marcadas por todo el Caribe, nombró al archipiélago las Islas de las Once Mil Vírgenes. Como la británica, la parte norteamericana, que incluye tres islas más grandes, St. Croix, St. Thomas y St. John, y unas 50 menores, rebosa de atracciones. St. John parece hecho a mano para el ecoturismo: fauna salvaje al alcance de la vista y una red de senderos y playas increíbles hasta que la realidad empapa y convence. Más allá de su vistosa arquitectura, St. Croix es la antesala de jardines de coral que hacen del buceo –sumérjase en Trunk Bay y lo verá– un viaje a otra dimensión. St. Thomas no queda a la zaga y propone retar sus playas con atrevidos deportes acuáticos. Un detalle peculiar: estas «vírgenes» son el único territorio estadounidense donde se conduce por la izquierda; sin embargo, los automóviles no llevan el volante a la derecha. Claro, la diversión anda allí por las dos sendas.

Barbados

Que las «barbas» colgantes de una higuera den el nombre a un país da la idea de cuánto significa en él la naturaleza. Es el caso del brillante Barbados, una de las naciones más saludables del mundo. Junto a opciones para el relajamiento, se encuentran la medicina alternativa y las experiencias espirituales; también están a la mano propuestas retadoras como la cueva Harrison, con su laberinto de estalactitas y estalagmitas besadas por las cascadas, y un sistema de grutas que hoy esconden historias como antes escondieron a temibles piratas. Un detalle singular es que, tan lejos de África, la isla muestra árboles baobab y monos verdes que desde aquel continente se adaptaron sin reparos al Caribe más acogedor. Junto a la paz de quienes miran al horizonte está la algarabía del «Crop Over», un carnaval de… ¡cinco semanas! Todo encaja por la magia del bajan, primero lengua informal de inglés con creole, pero a la larga, estilo de vida que encierra una lección a la altura de griegos y romanos: divertirse es igual de importante que trabajar.

Granada

Si un volcán arrojara especias y chocolate, sería muy aplaudido. Tal parece ser la bendición de Granada, la isla de origen volcánico que ha incorporado ambos recursos del paladar a su identidad nacional, de manera que es fácil saber porqué gusta tanto a todos. Granada, que tiene en Saint George a una de las más hermosas capitales caribeñas, no solo compite con sus vecinos mejor plantados en playas, ríos, cascadas, arrecifes de coral… sino que armoniza en su cultura tesoros de variado origen como la soca, el reggae y el calipso. La nuez moscada brinda aroma incluso a la bandera nacional, pues en ella está representada, mientras que entre los muchos eventos destaca el Festival Anual del Chocolate, que permite al visitante ser testigo de la mágica conversión del cacao en la golosina preferida del mundo. ¿Habrá alguien que no quiera probar esta isla?

Aruba

Aruba tiene un seudónimo que ya quisieran muchos: le dicen la Isla Feliz y argumentos le sobran para merecerlo. En su visión de acogida garantiza opciones recreativas a toda la familia, desde los pequeños hasta los adultos mayores. Cual conquistadores de tierra y mar, unos y otros hallarán allí una hermosa arquitectura, apacibles playas y vigorosa vida nocturna en restaurantes, clubes nocturnos y casinos. Además de en la Tumba, música autóctona muy peculiar, los colores propios se distinguen en el Eat Local Restaurant Week, evento concebido, literalmente, para comer bien. Por si fuera poco, Aruba invita a un carnaval cargado de pintorescos desfiles y singulares prácticas tradicionales y a un festival, el Caribbean Sea Jazz, que entre nombres ilustres de la música internacional permite constatar que, en efecto, la felicidad se mudó hacia esta isla.

Islas Caimán

Islas Caimán podría, perfectamente, mudar todos sus hoteles bajo el agua: reconocido como de los mejores sitios del mundo para el submarinismo y el snorkel, tiene 40 centros de buceo e infinidad de playas que invitan a algo más que a la superficie. Seven Mile Beach, una zona que no requiere traducción, reúne en su línea costera magníficas instalaciones turísticas, pero playas más tranquilas como Rum Point y Heritage les pueden ganar clientes. Además de apreciar formaciones coralinas, los visitantes pueden alimentar rayas y nadar con ellas, enterarse de historias submarinas desde antiguos naufragios y recorrer extasiados un firmamento de estrellas… de mar. Suele asociarse a estas islas con asuntos financieros, pero en Stingray City hay un tesoro invaluable: un regio banco… de arena.

Sta. Lucía

Es comprensible que, siglos atrás, Santa Lucía recibiera el sobrenombre de «la Helena de las Indias Occidentales», porque casi troyanas eran las disputas de franceses e ingleses por esta belleza caribeña. Actualmente, los pretendientes de la Isla no son solo galos o británicos sino miles de curiosos de todo el mundo, y llegan en cierto ejército nada homérico, el de los turistas, a un sitio que ha bendecido infinidad de uniones matrimoniales. Playas luminosas, montañas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, baños en manantiales termales y fumarolas humeantes, incluso a la vera de un extinto volcán, repletan su catálogo de atracciones. Alternando bellezas, el visitante puede ponerse el snorkel y asomarse a algunos de los mejores puntos de inmersión del Caribe. Y al son de su festival de jazz, cualquiera se da cuenta de que, sin ninguna guerra a la vista, las bellezas de la Helena caribeña están al alcance de todos.

Antigua y Barbuda

Por lo visto, la providencia sabe Matemáticas: concedió al territorio de Antigua nada menos que 365 playas de arenas de varios tonos entre el blanco y el rosado, de manera que un buen proyecto de vida al inicio de año puede ser disfrutar cada día de una playa diferente. Quienes van por poco tiempo se enfrentan al dilema de escoger, pero en todo caso cuentan con la solución secreta del turista satisfecho: repetir la visita. Tal abanico playero es apenas uno de los atributos de una isla que, junto con su hermana Barbuda, persiste como destino turístico pese a los golpes de la naturaleza. Amargados como son, a los huracanes no les atrae el turismo, pero Antigua insiste y garantiza una emocionante vida nocturna en discotecas, cafeterías, restaurantes y casinos. En los álbumes del mundo, cada fecha puede ser el nombre de una playa inolvidable.