“El simulador en Florencia” (2011).
El simulador en Camagüey (2012).
El simulador en Pigalle (2012).

Joel Jover es un artista auténtico. Sus revelaciones creativas asombran por la honestidad y el desarraigo de expresiones artificiosas.  Razón por la cual se convierte en una extraña paradoja su auto-denominación como “el simulador“ en la exposición que celebra los quinientos años de su Camagüey venerado. Se trata de la muestra de un trotamundos que ha querido retratar en la sobriedad del carboncillo - ajena a “todo lastre colorista y folclórico“ de las postales de viajes- algunas de las ciudades frecuentadas.
Jover confiesa su intención de remembranza al “dejar constancia de esos sitios“ donde fue feliz: “La presencia inquietante en los mismos es la del simulador, esta especie de máscara que ostenta una palabra afilada, punzante.“ Una historia que se remonta al año 1986 cuando sacó a la luz la exposición El Gran Simulador, donde nos sorprendió por primera vez esa suerte de antifaz inevitable que es la representación humana o el recuerdo de algo que fue humano. Entonces, la crítica propuesta al observador punzaba en la doble moral y la propensión simuladora del ser humano.
Hoy, gracias a la reiteración de ese recurso en sus cuadros, “el simulador ha perdido su esencia beligerante y se ha convertido en un ícono que me representa y que la gente reconoce como mío. Al asumir estos pasajes urbanos de ciudades que he visitado - asegura Jover - no podía excluirlos de la fotografía, porque él sin ser yo, está siempre donde estoy.“
De la exhibición recientemente revelada, nos asombra en su originalidad la pieza que consagra a  Camagüey.  Jover supo “despojarla de ese color local que tanta pena da en la obra de los paisajistas“ y para ello tomó “una parte de la ciudad virgen para las sucesivas generaciones de Pintores de la ciudad que sólo parecen verla a través de la plaza de San Juan de Dios o de sus patios con tinajones“. No se trata de una copia realista del entorno urbano camagüeyano, pero el artista ha querido “respetar al máximo la imagen que exhibe hoy la ciudad“ donde los desaguisados cotidianos, las cablerías eléctricas, las paredes descorchadas y hasta el ruido ambiente parecen prorrumpir desde los cuadros.
Los viajes del simulador se convierten de ese modo en miradas de un cariz tan palmario que destierran de nuestro imaginario las perfectas atmósferas plasmadas regularmente en sus instantáneas por los fotógrafos y paisajistas que dibujan nuestras villas.