cuando escuchamos aseverar que la ciudad actual se ubica entre las márgenes de los ríos Tínima y Hatibonico, fácilmente se identifica el sitio del emplazamiento final de la villa histórica,  Santa María del Puerto del Príncipe, como resultado de sendos traslados ocurridos por causas disímiles y controversiales.  Pero en lo que sí  coinciden  los estudiosos del asunto, es en  que se  comenzó a tener  un control más preciso del resto del espacio rural y así sus posibilidades para  la explotación, bien para cultivos de subsistencia y comerciales, como para la cría suelta de “ganado de toda especie”. Sería este el punto de partida del Camagüey. 
Finalizando el siglo XVII podemos hablar de una estabilización definitiva de la villa principeña. Ahora cuenta con un repertorio religioso de significación, igualmente de otras construcciones civiles monumentales, y de casonas de gran porte   como resultado de la solvencia económica de familias  lugareñas  ligadas a la actividad ganadera, en su afán modernizador por reconstruir la vieja villa.  ¿Pero de donde le vino a los criollos el capital para reestructurar la figura barrial original y echar abajo viejos colgadizos?
 Si bien es cierto que el valor incrementado de tierras pobladas y explotadas facilitaba una parte de las riquezas, otra lo era el aprovechamiento del resto de los recursos naturales, pero indudablemente la eficiencia y pericia con que fue llevado el comercio de cueros y otros derivados se erigió en la garantía del salto económico y del desarrollo camagüeyano en este siglo.
Hacia 1728 la villa reunía unos 12 000 habitantes, mientras, en sus inmediaciones, 60 ingenios molían sus cañas y más de 800 fincas habían logrado transformar el paisaje rural para abastecer de productos a la urbe y dar salida a sus producciones hacia otras regiones de la Isla y del Caribe.
Dentro de los principales productos de exportación general local figuraron reses vivas, cueros, carne salada y ahumada, sebo, azúcar, tabaco, miel, aguardiente, jabones, serones para la monta y frutos y artículos de todo tipo como los sombreros de yarey.
En busca de estas demandadas producciones, acudían decenas de navíos a los embarcaderos del sur, próximos a la Cuenca del Cauto y Bayamo, centro del contrabando en Cuba, para rescatar o traficar libremente con los eficientes mercaderes principeños.
Una siglo después, alejados de la rivera sur, los camagüeyanos se orientaron hacia la creación e instrumentación de nuevos oficios que favorecieran el crecimiento y esplendor del territorio. En esta etapa cobraría importancia la herrería, oficio demandado por la ciudadanía para el enrejado de las casas que se construían aceleradamente en el recinto urbano. De este modo, los talleres de herrería diseminados por la ciudad desempeñaron un valioso papel en la visualidad estética de las casonas lugareñas y en general de la urbe.
Asimismo, sus maestros, interpretando los anhelos estéticos y culturales de los habitantes más exigentes, fueron capaces de dejarnos verdaderas obras de arte en  hierro, aunque sin abandonar la modestia de las construcciones tradicionales del período.
En la enorme portada tradicional de madera de la casa camagüeyana figuran  las aldabas de hierro, cabezas de leones, bolas, manos, argollas u otro elemento que sirva para “llamar a la puerta”; entre tanto parecen como  tejidas las letras de los apellidos de los propietarios semejando verdaderos “encajes” realizados con  maestría por el herrero. 
Pero no es hasta el siglo XX, con la llegada de la modernidad, que la herrería se convirtió en un trabajo artesanal. En rejas y verjas se mostró el esplendor de los artistas en correspondencia  con la pudiente sociedad. Es así que aparecen en las barriadas de La Caridad, Vista Hermosa y La Vigía, como en las fundamentales arterias, las lujosas rejas con los más prolíferos diseños, evidenciando en el paso del tiempo el esplendor de una época a través de sus rejas como elemento compositivo de la edificación.
Como parte del legado de cultura y tradición, la herrería también conecta una época con otra y en la actualidad no escapamos a las nuevas tendencias. La proliferación de artesanos y fundidores marca los entornos citadinos. Teniendo en cuenta el cuidado y la conservación de nuestro Centro Histórico Patrimonio Cultural de la Humanidad, el no agredir el entorno figura como premisa. Y no faltan quienes armonizan con el contexto. Un ejemplo palpable constituyó, sin dudas, la remodelación del Hostal Camino de Hierro (edificio de alto valor patrimonial) en el que las piezas de ambientación se suman al contexto urbano en perfecta armonía, dialogando con el pasado en términos de modernidad.