El pasado año el teatro cubano concitó no pocas discusiones y hasta enconados enfrentamientos. Como una nube contaminante, una tendencia se esparció por sectores de la sociedad: el teatro era portador de un pensamiento nocivo para la vida social de la nación.
Al finalizar 2016, un destacado periodista, al recordar el centenario del importante autor germano Peter Weiss, afirmaba que parecía no estar de moda el teatro político. Le respondí que se trataba de una apreciación inexacta.
El teatro político se sigue haciendo en todo el mundo. Ha cambiado de rostro, de lenguaje, de estrategias. No se parece, por supuesto, al preconizado por Weiss más de cincuenta años atrás, pero lo que importa, en definitiva, son los principios, los sustratos, las vísceras sociales en escena.
Por aquellos mismos días, nada menos que en la Semana de Teatro Alemán —para ni cambiar de país—, nos acompañó Stefan Kaegi, unos de los fundadores directores del equipo de Rimini Protokoll. En el ciclo de conferencias que impartió en el Museo Nacional de Bellas Artes mostró y comentó sus numerosas intervenciones públicas, realizadas en distintos formatos por toda Europa. ¿Quién podría decir que no es teatro político incisivo y anticapitalista, además de inteligente, creativo y brillante en el plano técnico y conceptual?
Acababa de finalizar la tercera gran visita colectiva a Cuba del grupo multinacional OdinTeatret, asentado en Dinamarca hace cincuenta años. Quienes vieron La vida crónica y Las grandes ciudades bajo la luna: ¿no asistieron a un teatro político?
Los avatares de una sociedad futura —por desgracia presente— atravesada por la guerra, la pérdida, la dureza del «destino», el dolor y la violencia, la emigración y los desplazamientos forzados en La vida crónica, ¿no es teatro político?
Los textos de Brecht y la propia memoria de la larga trayectoria de OdinTeatret, renovados por la realidad del mundo, presentados de forma transparente y profundamente emotiva, haciendo añicos tantos mitos sobre el propio grupo, son otra prueba al canto en Las grandes ciudades bajo la luna.
Del teatro cubano podríamos listar numerosos espectáculos que convierten la platea en ágora social y política. En unos días, por ejemplo, ya al finalizar el año, se estrenaría en el Trianón Harry Potter, se acabó la magia, de Agnieska Hernández, dirigido por Carlos Díaz con un potente elenco de jóvenes actrices y actores de Teatro El Público.
Tales escenarios de discusión me convencieron de que no habíamos errado al ubicar como eje del XVII Festival de Teatro de La Habana el de Teatro-Sociedad-Resistencia. Y de que tampoco estábamos equivocados al proponer su pertinencia y visibilidad cuando lanzamos la convocatoria a inicios de 2016.
Nos planteamos una muestra internacional de calidad, necesariamente pequeña, que acercara al público cubano a experiencias diversas, en varios órdenes, pero atravesadas por dicho eje. O lo que es lo mismo: un teatro que, sin negarse a transformaciones vitales, resiste como arte ante todo tipo de avatares de un cambio de época. Y que permanece también como práctica política de las demandas más profundas de la sociedad.
Pequeña, porque los recursos materiales y financieros del festival son pocos, además de intentar evitar la desorientación del público ante una muestra grande por simple sumatoria, pero no por su valía conceptual y estética, como nos ha pasado en ediciones anteriores del festival.
Lo mismo vale para la muestra cubana, solo que esta fue necesariamente más amplia, justo porque queremos recoger los muchísimos puntos a lo largo de todo el país que convierten sus preocupaciones en un responsable teatro político cuyos pozos se alimentan tanto de los ríos de realidad que los rodean, como de las corrientes subterráneas que son capaces de extraer del subsuelo.
El teatro, desde tiempos remotos, es espacio donde se encuentran actores y espectadores para examinar vidas y circunstancias de cualquier momento de la historia, y proyectar luces y sombras de lo humano sobre la platea. Por eso es incómodo, arenoso, crítico.
Eso espero que busque, enfoque y muestre este Festival de Teatro de La Habana, con su larga historia a cuestas de gran encuentro humano, ajeno a los dictados del mercantilismo, y donde podamos celebrar, de muchas maneras, la permanencia del teatro como un arte necesario al individuo, a la comunidad y al mundo.
Ya lo veremos: no es cierto que el teatro político ha desaparecido, solo quizás viejas formas de este así etiquetadas. En su renuevo, el eje Teatro-Sociedad-Resistencia no aparece bajo una única forma o estética. Pasa que quienes no asisten al teatro no se pueden enterar de que el teatro político está vivo y cambia.