- BONAIRE, NO HAY LUGAR PEQUEÑO PARA LA ALEGRÍA.
Son apenas 288 kilómetros cuadrados. Pequeña como semilla que aguarda el nacimiento. Pequeña como gota que anuncia la llovizna. Pequeña como una perla. Eso es Bonaire: la perla del Caribe.
Municipio especial de los Países Bajos, geográficamente forma parte de las llamadas Islas de Sotavento (Antillas Menores). Es una dicotomía que marca su fisonomía cultural, económica y social.
El árbol de su historia tiende ramas más allá, en los océanos. Isla habitada por los arawak, fue integrada a la corona de España y luego a la de los Países Bajos, e incluso por breve tiempo sucumbió al control de los piratas. Su posición cercana a las costas sudamericanas —tanto que casi puede tocarlas— resulta un privilegio.
Bonaire es territorio de ultramar de la Unión Europea, mas cada grano de arena anuncia el Caribe. Su luz intensa. Su gente. Sobre todo su mixtura. Durante la trigésimo séptima edición el Festival del Caribe en Santiago de Cuba fue invitada de honor, protagonista de esa olimpiada cultural que cada julio acoge la ciudad oriental cubana.
Edison Rijna, gobernador de Bonaire, agradece la oportunidad y la honra. El Caribe nos une. Los investigadores recuerdan los brazos de la gente de Bonaire, el sudor y las lágrimas sobre los cañaverales cubanos que explotaban compañías extranjeras. Son las raíces comunes: las del sacrificio, el sol y la esperanza.
¿Ha escuchado alguna vez el sonoro papiamento? Un joven bonairano me habla en esa lengua en las calles de Santiago de Cuba. Es una conversación al paso, la curiosidad empuja. No me lo creo cuando alcanzo a entender varias palabras. Es músico y vive en Kralendjik, la capital de Bonaire. Y allá se va, envuelto en sus tambores.
El papiamento es un idioma nativo, emergido de las refundiciones y las refundaciones: simbiosis del español con vocablos portugueses, aportes de los indígenas arahuacos y de los africanos. Tiene categoría de idioma oficial, junto al holandés. La tradición lo impuso, el diálogo familiar lo sostuvo. Algo me recorre cuando escucho los cantos en papiamento.
El grupo Watapana rezuma la riqueza del folclor. Vuelve con su música, Intense Brass Band. Las galas y el pasacalle gigante —desfile de la serpiente— tiene a los bonairanos al lado de artistas de una veintena de naciones. El amarillo y el verde se mueven frenéticamente en brazaletes, batas, cintas. Se reproducen elementos de sus festividades, algunas de las cuales llegan desde Rincón, la ciudad antigua, la de los esclavos.
No resulta extraño el ritmo, la añoranza, la fuerza, la alusión a la naturaleza.Todo es tan cercano…
Bonaire sintetiza el principal legado del Caribe como tierra de convivencia de las diversidades, de diálogo activo y permanente, de paz. El Festival del Caribe fue vitrina para Bonaire, pequeña como semilla que aguarda el nacimiento, como gota que anuncia la llovizna, como una perla. Y demostró que no hay lugar pequeño para la memoria, para la alegría.