Abel Barroso con un dispositivo de la serie Sala de navegación. / One Million Dollars, Wilfredo Prieto.
El deseo de morir por otros, Reynier Leyva Novo. / Híbrido de Chrysler, Esterio Segura.
Serie de cinco fotografías de René Peña. / Ciudad quemada, Roberto Diago.
José Ángel Toirac en el montaje de Ave María. / Mabel Poblet. Escala de valores, de la serie Patria.
Rewuing, Aimée García. / Carlos Martiel en el performance Mediterráneo.
José Manuel Fors. De la serie Cruces. / José Manuel Fors en el montaje de su obra.
José Eduardo Yaque en la instalación de Tumba abierta. / Iván Capote junto a su obra Dislexia.

Cualquier aproximación curatorial al arte cubano contemporáneo presupone un agradable dolor de cabeza dada la polifonía lingüística y la amplitud temática observables dentro de esa producción.
El diseño del Pabellón de Cuba en la 57 Bienal de Venecia toma en cuenta las apreciaciones de la curaduría general del evento, pero tiene también un punto de salida en el pensamiento cultural cubano. En los años sesenta, Alejo Carpentier hablaba sobre el comportamiento de lo temporal en América Latina y el Caribe, donde, en su criterio, coexisten tres realidades de ese orden considerando al presente como el «tiempo de la visión o de la intuición», metáfora de cierta vigencia en un proceso inconcluso y en construcción, cuyas contingencias obligan a aguzar constantemente los sentidos.
Con inspiración en estas ideas, la lógica del Pabellón remite al presente del entorno cubano, como al del arte insular. Consecuencia de una sólida tradición, la diversidad de actores y promociones trabajando al unísono dentro o fuera de Cuba recuerda el confluir inédito de diferentes generaciones de artistas durante los años sesenta. Si bien sus tipologías mantienen viva una proyección de vanguardia desde la renovación de los ochenta, o la vindicación posterior del «paradigma estético» y del «oficio del arte» en los noventa, la escena opera hoy bajo los rizomas del everything goes posmoderno, albergando una multiplicidad de intereses.
Tiempo de la intuición es apenas un botón de muestra de esa vitalidad ahora menos compacta, pero existente. Pone en diálogo a artistas de diferentes promociones, artífices o continuadores de algunas de las operatorias de avanzada en las más recientes décadas. En las líneas discursivas de los invitados, el contexto y el compromiso con este son clave a la hora de repensar la realidad. Los artistas no pierden el anclaje con el espacio originario, aunque en no pocos casos lo desborden. Desde la visión peculiar del arte traducen temas y problemáticas correspondientes al mundo interior, las poéticas de género, la racialidad, la fe y la espiritualidad, las oscilaciones entre el pasado y el futuro —«el tiempo de la espera», según Carpentier— en la desconstrucción de la historia y las reflexiones sobre la cotidianidad.
A su vez, sus obras y proyectos son expresión de lo que el arte y el rol del artista significan en el abocetamiento de un concepto otro de humanidad, fundado en una identidad múltiple que se oponga a la vieja noción de atavismo, de identidad única —Jean Bernabé, Patrick Chamoiseau, Raphaël Confiant— que contemple las intersecciones y sonidos de todas las culturas.