Luis Alberto, nuestro librero de Palinuro.

Decía Virginia Woolf que los libros de segunda mano son libros salvajes, sin hogar, que poseen el encanto del que carecen los volúmenes domesticados de la biblioteca. Me pregunto si quiso decir con ello que los visitantes de las librerías de viejo poseen, en algún sentido, el estridente espíritu del no domesticado, del salvaje, del morboso que busca la palabra subrayada del lector que le antecede, o de aquel que juega a encontrarse un libro que fue suyo alguna vez, como quien tienta al destino y su terrible misión devastadora.
Cerca de la Cuarta Brigada —división del Ejército Nacional de Colombia— en la ciudad de Medellín, resuena el mito de Eneas, para escoltarse detrás de la colección de libros leídos que hace quince años dieron forma a un salvamento, el cual aún pretende rescatarnos del tedio, salvarnos del naufragio.
Si posee o no un espíritu salvaje, tal vez sea detrás de las palabras con Luis Alberto, nuestro librero de Palinuro. El pasado, aún presente, tiene la capacidad de saciar la curiosidad del lector tímido, del lector altivo, del lector voraz, del lector virgen, del indomable.
No es palinuro de México ni el seudónimo de Cyril Connolly, ni el buque escuela de la Marina Militar Italiana: es Palinuro libros leídos en la ciudad de Medellín, y el embrujo que inicia al ascender sus escalones, las fotografías que ensalzan el recorrido al segundo piso, su palimuro —máxime expositor del arte—, las colecciones de libros, sus historias reunidas en los estantes de madera, acogedoras y fieles a su voluntad de roble, la vanidoteca —digna representante del mejor puerto al que ha arribado su librero—, el quijote tallado en madera con su sancho, las fotografías de escritores y los encuentros con algunos de ellos, las plantas residentes del balcón, el jazz de fondo, el café, la luz del sol al mediodía, y las palabras de Luis, con su capacidad voraz de hacerte sentir bienvenido, aun cuando este sea un encuentro casual, como aquel que escribe Borges cuando nos dice: «todo encuentro casual es una cita».
Si el libro leído y el librero comparten su naturaleza de espíritu indomable, la soledad del libro huérfano, y si todo eso confluye para que se actualice el mito y se renueve con el tiempo —aunque este siempre haga de las suyas—, tal vez eso quiere decir que en el sentido colectivo en el que todos somos uno tiene usted una cita en la ciudad de Medellín, con un hombre que aposentado en su generoso oficio pilotea —con la inagotable necesidad del mito— la nave que hará que reposemos por momentos de nuestra propia guerra de Troya, la que sigue aconteciendo mientras se escribe esto, mientras se lee esto, y aun cuando ni el libro baste, aunque a veces lo sea todo.
Comparte Palinuro con su vecina, la librería Grammata Textos, el escenario edificador de encuentros para indomables que se congregan de modo silencioso, resistente. Allí tuvo lugar la presentación del libro de Sebastián Heredia Lo que hay que ver, apuntes de cine para Antonia, el primer día del mes de febrero, haciendo alusión al inicio de los acontecimientos que tienen la capacidad de nutrir, con imágenes, conversaciones y hasta despedidas, la pasión por el cine y la literatura, que todo tienen de ángel, que todo tienen de demonio.
Así pues, como lo escribió José Emilio Pacheco en el libro de visitantes ilustres de Palinuro: «Todos los tiempos se reúnen en esta librería», para que pueda cumplirse aquella profecía fundada por cuatro espíritus salvajes en la ciudad de Medellín, con la tripulación que aún rescata, de ser posible, a un ejemplar con alma de bisonte, que se resiste al olvido, que lucha por su árida supervivencia.