El bramido teatral de Sergio Blanco
La creación del dramaturgo y director Sergio Blanco marca con notable destaque la escena de Uruguay —país donde nació en 1971—, de Latinoamérica y el mundo todo, más cuando el teatrista reside y trabaja en París desde hace más de una década. Títulos como Slaughter, Barbarie —primera mención Casa de las Américas 2009—, Kassandra, Tebas Land, Ostia, Cartografía de una desaparición y La ira de Narciso, la mayoría estrenadas en Montevideo y en muchas otras ciudades, y traducidas y publicadas por doquier, lo sitúan en un lugar protagónico si se va a hablar de dramaturgia latinoamericana contemporánea.
Por si fuera poco, y como sustento teórico y estructural de su escritura teatral —que combina con el ejercicio académico—, Sergio Blanco se ha apropiado de un concepto y un término de los estudios literarios, la autoficción, que lleva la autorreferencialidad tan común al teatro de estos tiempos a convertirse en un procedimiento en el que el autor ficcionaliza datos y acciones tomadas de su propia vida, para hiperbolizarlas y ponerlas a dialogar con los más diversos referentes de la historia y la cultura de todos los tiempos, en erudito «pacto de mentira».
El éxito más reciente de Blanco es su puesta de El bramido de Düsseldorf, también escrita por él y llevada a escena con un magnífico trío de actores: Gustavo Saffores, Soledad Frugone y Walter Rey. En un espacio blanco inmaculado, estructurada en una Captatio, cinco bramidos y la Recapitulatio, Blanco es él mismo y crea una historia que parte de la relación con su padre —vivo en Montevideo— para representar las circunstancias de su muerte en Düsseldorf, invitado por el hijo a acompañarlo, supuestamente para la inauguración de una exposición sobre asesinos múltiples para la que el dramaturgo ha escrito los textos. Pero el viaje real nos revelará otras motivaciones, como la negociación con una productora de filmes porno para la escritura de guiones, o el interés por circuncidarse y convertirse al judaísmo. La trama ficcional se abre en ramificación de historias, en las cuales la verdad se relativiza, y narración y representación se confunden con singular fluidez.
Las palabras rompen convenciones y hacen que distintos niveles de lo real —la realidad verdadera y la de la ficción que tenemos delante— coexistan en un juego, ostensible y abierto a infinitas lecturas, convenientemente inducidas por la música y los efectos visuales.
Entre humor e ironías, Blanco ostenta su erudición y a la vez se burla de sí mismo al revelar a Wikipedia como preciada fuente, cuya información transformará a su antojo. Muestra sus dotes con la misma sinceridad que sus debilidades, y confiesa: «No escribo de mí porque me quiera a mí mismo, sino porque quiero que los demás me quieran». Imaginativo y experimentalista hasta el delirio, pone el contexto en función de su mirada para arrastrarnos a la catarsis.