Ricardo no se desvela, sueña de noche y sueña despierto, aunque pareciera que nunca duerme. Se pasa horas tallando y viviendo muchas vidas, la suya y la de los indios jama-coaque que entre los años 500 a.c. y 1531 d.c. habitaron lo que es hoy esa zona ecuatoriana. A los 12 años halló una cerámica y descubrió el propósito de su vida. Hoy escucha las historias que le cuentan. Dice ser la reencarnación de algún artista jama-coaque, y que por eso entiende. Él no es solo un hombre: es jaguar, murciélago y águila, «un investigador y un soñador».
Ricardo vive en Jama, un cantón de Manabí que nunca contó con un museo que pueda siquiera aproximarse a todo el trabajo conseguido por él. Así que hace seis años comenzó el proyecto de hacer de su casa una galería que anualmente recibe miles de personas, dada su ubicación favorable, justo al lado de la carretera principal, la fascinante ruta del Spondylus, que abarca de norte a sur la costa ecuatoriana. Allí cuenta con variopintas obras hechas por él: ocarinas, cajas, sellos, altares, figuras antropomórficas, zoomórficas, decorados y otros, casi todas réplicas en madera de objetos de barro y cerámica que fue desenterrando en la zona desde que era un niño.
Incansable, ha ido hilvanando la historia de los jama-coaque en todos sus aspectos, a base de imaginación, creatividad, observación y experimentación, reconstruyendo la historia de este pueblo precolombino, historia que ha sido escuchada por turistas, grupos escolares y hasta el mismísimo presidente Correa, a quien además le dedicó una de sus obras sobre la arena, en la playa Punta Prieta. Sin embargo, su arduo trabajo ha sido en solitario y sin el apoyo institucional que merece. Usa para sus obras raíces y trozos de madera que el mar deja en las costas o el interior de una nuez de palmera, la tagua, conocida como el marfil vegetal, porque es lo más económico que puede encontrar para culminar sus proyectos y porque la carencia nunca lo ha detenido.
Su motivación es sencilla: enseñar a valorar la naturaleza. Nos cuenta que tiene un jaguar gigante en proyecto. Su sueño mayor: un taller para la gente.
Ricardo es un viajero del tiempo cuyas naves son la historia, la naturaleza y el arte. Es un mago, un Indiana Jones sudamericano, menos excéntrico y acrobático, pero más consciente y solidario. No solo ha regalado a los habitantes de Jama una historia precolombina colmada de valores y de aventuras: también nos ha construido, a todos los que andamos de paso, un punto de parada obligatorio para dar rienda suelta a la imaginación.
En el año 2016 hubo un devastador terremoto en Ecuador que afectó duramente a Jama. Pero él no ha parado de crear y aún sigue desenterrando la historia de un pueblo que de no ser por él ya hubiera sido olvidado hace mucho tiempo.
Recuerdo su iguana gigante, la monumental maqueta de su casa-galería-taller y un mono aullador de ocho metros de altura que resistía nuestro peso al sujetarnos en su mano, construido con hojas de guadúa y paja toquilla. Así es su obra: sencilla, pero resistente. A veces pareciera efímera, pero la clave está en el trabajo constante, caminar mientras se hace el camino.