En esta ocasión mi viaje sería a Jamaica, un país caribeño del cual la imagen que tenemos es muy limitada y difusa. Evoca tiempos pasados donde barcos de piratas merodeaban por aquellos mares asaltando galeones llenos de oro. Y si pensamos en los tiempos actuales, la primera imagen que vemos es la de Bob Marley, con su cabeza llena de trenzas.
Nada más lejos de la realidad. Jamaica es el país del color y del contraste, y realmente sorprendente. No digo que no se fume algo más que tabaco por sus calles, pero no es de lo que van ofreciéndole a los turistas.
A decir verdad, la exuberancia de la naturaleza y el colorido, impresionan; y mucho más las situaciones extremas, como si se tratara de dos o quizás tres países dentro de uno. Sus principales ciudades son Montego Bay y Kingston, al norte y sur de la Isla, respectivamente.
De esta manera hay que decir que está la Jamaica del lujo con impresionantes resorts que en su interior albergan hasta galerías comerciales con joyerías y boutiques, campos de golf propios o caletas hermosas para nadar con delfines, muelles y encantadores rincones donde está garantizada la discreción para cuando por allí aparezcan algunos ricos y famosos. Y la otra Jamaica, la que vive fuera de los lugares turísticos.
La primera Jamaica la conocí a través del Half Moon Resort, un cinco estrellas impresionante, con una extensión de 400 ha, elegantes suites, villas, variedad de piscinas y lugarcitos románticos, spa y muchos; sin dudas un lugar ideal para perderse sin saber nada del mundo, unos cuantos días. Podríamos decir que es lo más parecido al paraíso cuando estamos en pleno mes de diciembre tumbados en una hamaca medio hundidos en las tibias aguas turquesas del Caribe sobre un blanco y fino fondo de arena y escuchando tan solo el sonido de las olas, con una piña colada o un frío cóctel de frutas tropicales en la mano. Es la Jamaica lujosa y paradisíaca a la que miles de turistas llegan cada año en busca de su merecido descanso de una semana con todo incluido, literalmente todo, aunque no la realidad de esa isla, ni de su pueblo.
No discuto, ni me opongo a que cada cual decida cómo pasar sus vacaciones, pero soy de la opinión de que en Jamaica debemos ir a ver gente, cultura urbana, observar cómo las mayores dificultades conviven en sus calles con la alegría y el «no problem», una de las frases más frecuentes de su pueblo.
Esta es la segunda Jamaica que he conocido, donde las personas se las agencian para sacarle algún provecho al día, donde cualquier sitio es bueno para plantar un contenedor (de los que se usan para transportar mercancías) al que le abren la chapa a modo de puertas y ventanas, y se hacen una casa que adornan y proveen de las comodidades básicas.
En esta Jamaica de gente simple hay música, ron y alegría en medio de la pobreza; y los talleres de coches se improvisan por las calles o cunetas de las carreteras, las tiendas son puestos móviles en un maletero de un coche, una carretilla o una mesa hecha con largueros de madera mal clavados pero que aguantan lo mismo que su dueño, el duro día cobijados a la sombra de una palmera o un árbol.
En una ocasión cenamos en un restaurante de los «auténticos», donde sus únicos comensales son personas autóctonas y los turistas jamás pasarían dentro. Las mesas estaban cubiertas por hules clavados en tableros hinchados por la humedad, y era realmente un lugar pintoresco. Lo mejor, su comida a base de pescados y langostas al curry con precios verdaderamente fáciles. Allí supe, y me sorprendió gratamente, que todos los niños van a la escuela.
Después pasamos por muchas aldeas y poblaciones en nuestro recorrido por la Isla y efectivamente pudimos comprobar y ver, cómo decenas y decenas de menores, trasiegan de un lado a otro, camino a sus casas, al salir por la tarde de sus colegios.
La tercera Jamaica de mi historia es un mundo aparte, formado por una religión y un modo de vida alternativa, que podría situarse entre los hippies de los años sesenta y una especie de religión animista de lejano origen. Son los rastafaris, todo un movimiento sociocultural, una especie de credo.
Siempre pensé que era gente que solamente se tumbaba a fumar y vagabundeaban por las calles en busca de algunas monedas para comprar «maría», pero después de pasar en una comuna de Montego Bay unas horas con ellos, descubrimos que están perfectamente organizados, cada uno con funciones y tareas en beneficio de los demás. Ejercitan cuerpo y mente, predican la paz y el amor entre las personas y viven de lo que la tierra les da: leche de coco, bananas, aguacates, zumos de diversos frutos.
Me llamó la atención que suelen andar descalzos y que para orar, cantan con gran sentimiento. Sus ídolos son el león, el emperador de Etiopía, Zelasi, y Bob Marley.
Estas son las tres Jamaica de las que he creído oportuno hablar con nuestros lectores, esa que está lista para recibir al más exigente de los turistas convencionales; y esas otras dos que son un mundo por descubrir y por las que particularmente yo sentí mucho más curiosidad