Ron de Cuba el placer de la tradición
Cristóbal Colón sostenía que podía alcanzarse el lejano oriente desde Europa, viajando hacia el oeste, y que por mar era posible realizar una travesía exitosa. Así descubrió las Américas y la Mayor de las Antillas. Pero no fue hasta su segundo viaje que este aventurero abrió un nuevo capítulo en la historia de la Isla.
Desde las Islas Canarias trajo las raíces de una gramínea conocida como caña de azúcar, las cuales revelaron el camino al placer y la tradición de una bebida única, conocida y degustada por millones de personas en el mundo: el ron de Cuba.
Las socas prendieron en la virgen y fértil tierra cubana, donde encontraron un microclima ideal para crecer. De las manos de nativos y esclavos africanos comenzaron a extenderse los plantíos, alrededor de los cacicazgos indios. Se dice que el padre Jean Baptiste Labat observó cómo los salvajes, los negros y los pequeños pobladores de la Isla fabricaban una bebida fuerte y brutal, a partir del guarapo de caña, que los alegraba y reponía de sus fatigas.
Fue justamente de esa bebida, conocida primero como aguardiente, que se obtuvo el ron. El líquido se concebía a partir de la fermentación alcohólica y la destilación del jugo de la caña, de las melazas y los subproductos de la fabricación del azúcar.
La historia de este «elixir» es tan antigua como la colonización misma. El zumo de la caña fue extraído en sus inicios por la cunyaya (aparato indígena), luego por los trapiches, los ingenios y por último, los centrales.
El proceso de elaboración del ron pasó desde la obtención de las melazas, hasta la destilación para la fabricación de aguardiente, la bebida que le impregna un aroma y sabor exclusivos al ron; y que luego pasa por el añejamiento en barriles de roble blanco americano.
Apetecido por su transparencia y agradable olor, el ron se fue creando destilación tras destilación, pero no fue hasta el siglo XIX que se convirtió en una bebida de calidad y competente.
Génesis de un «milagro»
Cualquiera que sea la versión final, hasta ahora los historiadores coinciden en que el nacimiento de la palabra ron se produjo bajo el signo de las mezclas de culturas que caracterizaron la vida en el Caribe de los siglos XVI y XVII.
Una teoría poco difundida, aunque interesante, atribuye el origen del vocablo ron a la síntesis de los términos rheu (tallos, en patois sevillano) y bouillón (que significa caldo en francés).
Esta combinación dio lugar a la palabra rumbillón –una de las tantas denominaciones de la bebida en sus inicios–, que con el uso fue desgranándose hasta quedar con solo tres letras, y adaptarse a los idiomas español, inglés y francés, los de las metrópolis dominantes en las islas antillanas y territorios de tierra firme de la cuenca del Caribe.
Algunos documentos antiguos de marinería, fechados hacia 1660 en Barbados y Santa Lucía, entre otras plazas coloniales del Nuevo Mundo, contienen profusas alusiones al ron, del que llegaron a producirse interesantes cantidades.
Una selección con maestría
Cada ron cubano está marcado por la rigurosa selección del aguardiente, por su añejamiento, por la realización de mezclas de rones seleccionados, por el control en naves de añejamiento de variedades, y por el arte, la magia y el talento de mezclas que realicen los maestros roneros al combinarlos.
Esta habilidad lleva más de un siglo de historia, tradición y herencia, y garantiza que el ron cubano se caracterice por su aroma limpio y complejo, su sabor suave y afrutado, sin artificios, astringencias, ni amargos.
Las distintas bases o rones frescos añejados a diferentes graduaciones, según períodos de tiempo originan, luego de respectivos añejamientos, otras nuevas bases que vuelven a ser utilizadas en mezclas posteriores.
Con esta tradición se incrementa la complejidad del aroma y el sabor del producto. Además se varía la coloración: los de menor número de etapas serán los rones blancos, mientras que los de mayor se convertirán en añejos y extra añejos, con una tonalidad acaramelada.
La Corporación Cuba Ron S.A. rescató esta historia y tradición cubana y organizó todo lo que en cultura ronera prevalece en la industria nacional. Además, fortaleció sus fábricas y comenzó a desarrollar productos que hoy abarcan los más disímiles gustos y mercados.
Guiados por esta concepción se creó una estructura que abarca tres empresas mixtas, cinco roneras, y dos museos del Ron, con el afán no solo de producir el mejor ron del mundo, sino de trasladarle a los clientes de todo el orbe la mística que encierra el espirituoso por excelencia de la Mayor de la Antillas