- El único palacio de Colón.
DICEN LOS HISTORIADORES QUE FUE LA ÚNICA CASA CONOCIDA DE LA FAMILIA COLÓN ANTES DE PERDERSE EN LA BRUMA DE LA HISTORIA. FUE TAMBIÉN EL PRIMER PALACETE FORTIFICADO DE AMÉRICA. HOY ES UN MUSEO IMPERDIBLE EN LA HISTORIA DE ESTA PARTE DEL PLANETA
Cuando el sol del mediodía calienta fuerte, y el bochorno se apodera de la parte vieja de la ciudad, entornando los ojos por la claridad uno imagina salir a grandes pasos de la inmensa mole de piedra al Adelantado don Diego Colón, virrey de las Américas, primogénito del Gran Almirante descubridor de América, y quien construyera entre 1511 y 1514 el Alcázar de Colón.
El Alcázar, que originalmente tenía 55 habitaciones y de las cuales se conservan hoy solo 22, fue el primer palacio fortificado construido en América, y desde entonces ha sido uno de los centros neurálgicos de Santo Domingo.
A pesar del tiempo y sus derroteros, el Alcázar ha sobrevivido por siglos a la caída de los virreyes, a los ataques de corsarios, a la desidia y el abandono, pero sobre todo al peligro de ser devorado por la expansión de una capital caribeña ecléctica, colorida, por ratos caótica debido al bullicio y el congestionado tráfico, y se ha erigido en una especie de centro de ese remanso de paz que es la Zona Colonial de Santo Domingo.
El palacete fue levantado por don Diego Colón gracias a un terreno que le donara el rey Fernando el Católico, para que edificara una morada para él y sus descendientes en la isla La Española, a la cual llegó en 1509 en calidad de gobernador.
Edificado en apenas tres años (1511-1514), tiempo bastante corto para la época si tenemos en cuenta sus dimensiones y las rudimentarias formas de construir, el Alcázar es un eclecticismo de estilos, desde el gótico mudéjar de sus habitaciones e interiores, el renacentista de sus arcadas o el isabelino de las borlas que lo adornan.
El edificio se construyó utilizando mampostería de rocas coralinas, extraídas de las cercanías, y desde entonces dominaba los accesos al río Ozama, fuente de agua alrededor de la cual se levantó el resto de la ciudad.
A pesar de la magnificencia de las 55 habitaciones originales del diseño, poco o nada queda ya de su interior.
Todo ello se debe en gran parte a su accidentada historia de altos y bajos, desde el encumbramiento de los Colón, hasta la caída en desgracia del propio Almirante, o el posterior paso por sus pasillos de otros grandes conquistadores como Hernán Cortés y Pedro de Alvarado.
Se dice que a pesar de la muerte de Diego Colón en España en 1526, su viuda María Álvarez de Toledo continuó habitando el Alcázar hasta su fallecimiento en 1549, y aun así otras dos generaciones permanecieron en su interior hasta posiblemente 1577, según los historiadores.
Fue el corsario inglés Francis Drake quien le daría su primera estocada de muerte al saquear el palacete y a toda la villa en 1586, y dejar el local casi en ruinas.
Luego vendrían casi dos siglos de constante decaer, al punto de convertirse en prácticamente ruina el antiguo y lujoso palacio que conociera en sus mejores tiempos el esplendor de los Colón.
Solo fue a mediados de la década de 1950, entre 1955 y 1957, que por encargo del gobierno dominicano se llevó a cabo una amplia remodelación por parte del arquitecto español Javier Barroso, quien reconstruyó gran parte de la edificación, y fueron traídos de otros lugares, incluso de museos europeos, la mayoría de las piezas que componen la actual colección del Museo Alcázar de Colón.
Recorrerlo es adentrarse en una historia de descubrimientos y conquistas, de intrigas y escaramuzas, de los albores de una América que, recién redescubierta por los españoles, comenzaba a nacer y lo hacía con todo el esplendor que le daban sus ríos de oro.
Hay muchas leyendas y misterios que rodean la añeja edificación, algunos de los cuales pueden descubrirse en la magnífica audiovisita que ofrece el museo, y otros solo se saben consultando a los guías.
Pero si el tiempo le alcanza, luego de recorrer las habitaciones, siéntese un rato a la sombra del Alcázar, en alguno de los cafés con terrazas que lo circundan, pida una copa de vino o un buen ron dominicano, y entrecierre los ojos mientras cae la tarde.
No se inquiete si su mente comienza a perderse en una ensoñación hedonista de tesoros y conquistas. Lo mismo les sucedió a los Colón