El inspirador misterio de los Habanos
LA HABANA MANIFIESTA SU RELACIÓN CON LOS HABANOS A TRAVÉS DE DIVERSAS PERSONALIDADES DE LA CAPITAL CUBANA, UNA SIMBIOSIS QUE HABLA DE CULTURAS, SECRETOS Y CONFLUENCIAS
Ilustres habaneros y, más aún, virtuosas habaneras descollantes en las artes y la literatura, pasean por el mundo su talento, acompañados de sus obras y un inseparable Habano como botón de identidad. La Habana dio su nombre de nobleza indígena a los exquisitos manojos de hojas de tabaco de Vueltabajo, transformados en objetos de culto en factorías semejantes a templos.
Ungidos con los secretos poderes de su color mestizo y la suavidad de su piel, cultivados tabaqueros modelan con sus manos artesanas esos Habanos, como joyas de seductora elegancia.
Dicen que Alejo Carpentier, el habanero que mejor describiera su ciudad — encajada en el telúrico reino de lo real maravilloso develado en sus relatos—, alborotaba a sus colegas en París, cuando extraía como obsequio uno de sus Habanos de una caja de cedro oculta en su portafolio.
Desde los tiempos de la Colonia, los viajeros foráneos se admiraban al ver a los capitalinos pasearse orgullosos con su Habano sobresaliendo de un bolsillo de la guayabera o el saco.
Nicolás Guillén, el camagüeyano que llegó para quedarse en “la capital de todos los cubanos”, donde se consagró Poeta Nacional, fue uno de aquellos ilustrados caballeros siempre con un “lancero” a mano, listo para animar una charla o tertulia.
“La intensidad, originalidad y cubanía de sus versos le acompañaron siempre —diría el escritor Armando Cristóbal—, al igual que su imagen impecable de mulato bien vestido con guayabera planchada y Habanos viajeros en sus bolsillos”.
El propio Cristóbal recordaría que una de las primeras mujeres célebres en Cuba por su afición pública al tabaco fue María de las Mercedes Santa-Cruz y Montalvo, Condesa de Merlín, nacida en La Habana, en 1789.
Escritora de elegante prosa, viajera incansable, amiga de personajes como Goya, Balzac, Lizt y George Sand, la Condesa de Merlín acompañó su largo e ilustre apellido con el humo de Habano.
Según escribió recientemente en El Nacional de Caracas la venezolana Laura Silva Nones, “el aire de La Habana huele a plantación, a factoría, a tabaco (…) es un olor dulce y penetrante, cálido y sensual”.
Casi de inmediato, añade, pensamos en Lezama Lima y en aquel compañero de tantos desvelos frente a la noche interminable: el puro solitario que colgaba entre sus labios en el apagado eterno del asmático crónico, la ansiedad del fumador y la punta encendida en todo su esplendor.
No es casual ver la imagen del rostro del autor del inmenso Paradiso, imponente como su obra, amable, sonriente y enigmático, velada por las volutas de su inseparable Habano.
La revolución victoriosa comandada por Fidel Castro, quien descendió de la Sierra Maestra en 1959 empuñando un Habano, situó al tradicional puro cubano en una nueva dimensión de ribetes heroicos y libertarios, secundada por la imagen del legendario Ernesto Che Guevara sonriendo con un Habano entre los labios, junto al carismático Camilo Cienfuegos, quien iluminaba la afable reciedumbre de su rostro con un puro de gran calibre.
El escritor habanero residente en la popular barriada de Mantilla, Leonardo Padura, se consagró como uno de los imprescindibles de la novela policiaca cubana, con su famoso personaje Mario Conde, para quien deleitarse con un Habano “recrea la vista, despierta el olfato, redondea el tacto”.
El pianista Chucho Valdés, distinguido en Europa y Estados Unidos por la genialidad de su ejecución, suele realizar las presentaciones de su multipremiada obra en compañía de un puro, que va de los labios a sus elegantes manos, tal como hiciera su genial predecesor Ernesto Lecuona.
Polémico y controversial desde su irrupción en los escenarios, el cantante y compositor Amaury Pérez Vidal, integrante de la generación de la Nueva Trova, hizo público desde muy joven su deleite por los Habanos, cuando todavía era visto como algo propio de veteranos.
A punto de cumplir sus primeros 500 años, La Habana ve desfilar por sus plazas y parques, o su extenso paseo marítimo del Malecón, a una nueva generación de hombres y mujeres, nativos o foráneos, que cantan, meditan, aman y disfrutan del placer centenario de acariciar un Habano.