Otra mirada, otra dimensión
Posiblemente no exista en el mundo otra región donde converjan tantas lenguas y culturas como en el Caribe. Tampoco es usual encontrar una producción artística tan prolífera en un espacio tan pequeño.
Fue Haití quien inspiró a Carpentier para escribir El Reino de este mundo; desde las costas colombianas ha narrado García Márquez la historia de los Buendía. Caribeños son el reggae, la cumbia, el son y el merengue. Cada uno de los sucesos artísticos que se han desarrollado en esta zona ha sido matizado por una historia y un contexto diferente y semejante a la vez. Cuando hablamos de Caribe hay que pensar en un espacio abierto hacia el mundo y de interrelación constante con él.
Un sino marcado desde la misma etapa de la colonización, se acentuó con el paso de cuanto filibustero existió por estos mares y aún hoy mantiene un diálogo intenso con Europa y Norteamérica, e incluso Asia. De modo que a la hora de conversar sobre el arte en el Caribe, hay también que tener en cuenta, en primer lugar, que éste es un ámbito de sincretismo, de eclecticismo perpetuo, que lógicamente ha hecho que el arte en la región sea muy diverso.
A pesar de ello, cuando se habla de arte caribeño casi siempre en lo que se piensa es en las fiestas populares, en los vestuarios tradicionales, en las producciones artesanales, en aquellas costumbres de raíz indígena o africana; y no se tiene en cuenta que en el Caribe también existen expresiones contemporáneas del arte que ha tenido un desarrollo de sus lenguajes específicos. Y eso hace que en esta región se confunda siempre el concepto arte con el de cultura popular tradicional, lo cual es negativo en tanto se puede ver al área como una entidad geográfica y cultural estancada.
En el espacio del Caribe se encuentran diferentes tipos de artistas. Tanto en el llamado antillano, como en el periantillano, existen infinidad de nombres y movimientos interesantes que han demostrado esa evolución del área en el arte moderno y en el usualmente nombrado contemporáneo.
Algunos mantienen una concepción que camina todavía por la lógica de creación del primer momento de la modernidad, es decir: cubistas, fauvistas, expresionistas, simbolistas, abstractos… o incluso hay artistas profesionales todavía más distantes de los signos de nuestra época, como algunos que asumen el pintoresquismo natural, realistas, paisajistas; todo eso existe, y de alguna manera permanece en la psicología de los caribeños. Pero también se encuentran artistas que aparte de ser pintores o practicar otros géneros visuales, se mueven a la vez en el mundo del performance, como son los casos de los cubanos Mendive y Tania Brugueras. El Caribe está presente en la plástica cubana con mucha fuerza y de manera muy diversa.
Puede estar en casos totalmente distantes como se da en Montoto. Hay en él no sólo una luz inherente a nuestra geografía, sino también determinada relación entre formas naturales y fondos envejececidos, muy propia de la suma de tiempos que hay en el Caribe, y que Carpentier mencionaba a propósito de su noción de lo real maravilloso latinoamericano.
Para remitirnos más concretamente a la presencia de lo caribeño en la plástica cubana, uno lo puede ver en pintores como Ever Fonseca, de origen auténticamente campesino, de quien se puede decir que en su obra trae el peso de la cultura popular tradicional. No es un representante del mundo Naif, pero viene de una visión naif del arte. Se encuentran en él todas las leyendas, el modo de pensar de la conciencia habitual del campesino cubano, incluso la presencia de alguna manera del espiritismo tradicional de la zona oriental de Cuba.
De esa misma región es Nelson Domínguez, un artista de la materia. Uno dice: los «carbones» de Nelson; y también tiene que ver con los dibujos de carboneros que hizo Carlos Enríquez, y con los que hizo Servando y sirvieron de base para la primera película del nuevo cine cubano: El Mégano.
Por tanto, cuando se penetra en lo caribeño de la plástica cubana es posible encontrar de todo. Hay signos que nos distinguen, evidentes o no: el carácter híbrido, la fantasía inusitada, la pervivencia de códigos viejos con enfoque actualizado, el sensualismo y el erotismo; y no es porque el erotismo no exista en zonas frías, sino porque es más abierto aquí. Es otra expresión que tiene mucha relación con las culturas que nos nutren y de alguna manera parte de las condiciones ecológicas del medio que nos marca.
Las artes plásticas han sido, posiblemente, la manifestación artística que más ha contribuido a recordar que el Caribe, ese espacio glamoroso de vacaciones, es también, o primero, un espacio de vida difícil y contradictorio. Junto al discontinuo pero valioso cine de la región, junto a algunas zonas de la literatura, las artes plásticas han mostrado al mundo la cara menos amable, también la más confiable, de países que viven afanados en la afirmación de su identidad.
Sin obviar playas o cocoteros, las artes plásticas han abordado el tema peliagudo de la emigración, el que hoy, ciertamente, atraviesa todas las problemáticas culturales y demográficas del mundo, pero en el Caribe más. De esta complejidad vienen dando fe las artes plásticas de la región. En primerísimo lugar las cubanas, que significan ahora mismo un flamante modelo de independencia creativa para el mundo, capaz de revertir los paradigmas.
O la puertorriqueña, de primer nivel, en el grabado, la pintura, etc. Y así en tantos otros emplazamientos de ese espacio plural y múltiple llamado Caribe, distinto y requerido de una mirada menos complaciente.
Rufo Caballero PERIODISTA y Crítico de arte.
En cuanto al color «caribeño», éste no se diferencia tanto en el uso como en la simbología, porque se pueden encontrar expresiones intensamente cromáticas encualquier cultura; pero en el mundo Caribe generalmente está muy vinculado a una simbología que es de raíz tradicional o sincrética. También la hibridación es propia de la región; fenómeno de absorción de la figura por el espacio donde ambos se mezclan y la figura se vuelve invisible por la carga visual del medio, por los adornos. Martí hablaba de todas estas tierras como productoras de ornamento.
Y el del Caribe es un ornamento que tiene historia, porque no es sólo realización placentera sino también cargada de dramas y tensiones. Nos une igualmente la manera poco solemne y desacralizadora de asumir aquello que con mucha seriedad nos llega del mundo europeo y norteamericano. El caribeño a veces es irreverente, usa las cosas como parodia.
Eso lo vemos en Manuel López Oliva, con sus pinturas de teatralidad y máscaras, y sus performances combinatorios, donde el mismo rostro y hasta el cuerpo se transforman de acuerdo con los roles y gestos. El hombre caribeño ha sido marcado por dramas reales (explotación, sumisión, esclavitud, injerto te modelos ajenos…) y se rebela en ocasiones por medio de la sátira, todo lo cual está presente en las distintas modalidades culturales del Caribe.
De ahí que muchos dibujantes de esta zona han sido intérpretes activos de momentos de cambio. En los años 20 y 30 —cuando las posiciones artísticas nacionalistas y de temática social resultaron constantes de la región— hubo pintores que eran hasta caricaturistas, como es el caso de Abela, artista cubano que fue un excelente y sutil humorista gráfico de asunto político. También su nieto, Eduardo Abela, proyecta hoy ese humor y el sentido de lo popular–culto en sus caribeñísimas pinturas.
En estos momentos se puede hablar de un desarrollo de la plástica caribeña, prodúzcase o no en la región, creada por pintores que quizás no vivan en ella, pero llevan al Caribe dentro. Si a todos los hombres de arte que viven en tierras continentales e insulares del Caribe se le unieran los artistas profesionales de raíz caribeña que andan por el resto del mundo, se vería que es un movimiento universal bastante fuerte, que daría la posibilidad —incluso— de hacer un museo de la plástica contemporánea del Caribe, desde el principio del siglo 20 hasta la actualidad.
Encontraríamos cosas fabulosas, porque cuando se ha recorrido parte de la región uno se da cuenta de que hay puntos de coincidencias pero también personalidades muy diferentes. Una de las características del mundo caribeño es que a veces expresa conceptos contemporáneos muy desarrollados con materiales pobres, porque lo importante es que el lenguaje sea renovador.
Las artes plásticas del Caribe contemporáneo han ampliado el campo de sus posibilidades expresivas y sus vías de experimentación para incursionar e integrar formas y medios artísticos en un proceso mucho más coherente a escala regional.
La proliferación y mezcla de tendencias, así como la ampliación de los circuitos expositivos y el desarrollo de los medios de comunicación, han propiciado una extensión e intensificación de su diversidad visual. La libertad en el uso de los estilos internacionales y la dimensión crítica ante la realidad contextual, trajeron importantes consecuencias para la plástica de la región en cuanto a la imposibilidad de definir clasificaciones estilísticas precisas para la producción artística caribeña.
Lo importante a destacar es que el artista ha podido operar con gran autonomía electiva en sus enunciados artísticos ante múltiples referentes, entre los que vale destacar la apropiación de recursos procedentes del universo popular, de las tradiciones artesanales y el reciclaje.
El arte del Caribe se enriquece con la diversidad de sus modos discursivos, con la riqueza de los imaginarios culturales que lo nutren y con la complejidad socio–cultural de las circunstancias regionales.
Dra. Yolanda Wood Directora del Centro de Estudios del Caribe , Casa de las Américas
Es preciso desarrollar estudios serios sobre el Caribe de nuestro tiempo, ya que no se trata solamente de la idiosincrasia expresiva que recibimos de otros momentos históricos. El arte caribeño es cambio y cultura ordenada, y se proyecta hacia las transformaciones que ocurren a nivel internacional, generando incluso ciber–arte y arte–video, fundiendo expresiones, por lo que ya no se puede hablar de género o técnica sino de arte en general, debido a que su noción misma está cambiando.
En este momento reverdecen las bienales en el área. Además de las de Santo Domingo y La Habana, se ha organizado una en Costa Rica y se ha retomado la de Puerto Rico, que antes era de grabado y ahora abarca todas las manifestaciones. En ellas se puede encontrar de todo: arte vinculado con las ceremonias y a otros aspectos antropológicos, con los vectores de transformación que se dan en el uso que el artista hace de los medios tecnológicos; pero también arte de indagación que penetra en lo que queda de la cultura tradicional dentro del hombre de hoy.
El Caribe es un escenario complejo por su diversidad de expresiones en lo étnico, lingüístico, religioso, visual, danzario, musical. No hay nada homogéneo que lo identifique salvo la energía, vitalidad e hibridez que se observa en la obra de sus artistas plásticos. Hoy, los artistas del Caribe comienzan a mirar hacia lo profundo de sus vidas y su sociedad por primera vez en la historia.
De ahí la pluralidad actual de su escultura, fotografía, objetos, instalaciones y performances, complejas todas en su estructura y morfología al expresar innumerables aspectos de la vida cotidiana, de su devenir político–social y de las nuevas relaciones surgidas como resultado del proceso de globalización que vivimos.