Trinidad es ciudad detenida en el tiempo.Sus calles bordadas en adoquines y chinaspelonas, las aceras de ladrillos y lozasbremesas, su trazado originario a cordel,unido a la irregularidad de la disposición urbanaacumulada en el tiempo, afirman la sensación de uncaos encantador que conquista al vuelo.Sobre una suerte de colina, rodeada de montañasy cercana al mar, exhibe la vastedad de un vallecomo el nombrado de Los Ingenios, donde sedesarrolló el mayor emplazamiento azucarero de laregión en la primera mitad del siglo XIX.

El boato yla acumulación de capitales propios de una sacarocraciaemergente, orgullosa de su ciudad,propiciaron la edificación no sólo de imponentesingenios azucareros y trapiches consus casonas señoriales, sino también la reconfiguraciónde un estilo urbanístico muypeculiar, que preserva casi intacto su patrimonioarquitectónico más representativo.Urbe divisada en 1494 por vez primera,durante el segundo viaje del Almirante CristóbalColón al Caribe, fue descrita en 1513a los reyes de España por el AdelantadoDiego Velázquez como un territoriode «grandes ríos, arroyosy minas de oro».Las tierras trinitarias de caraa la bahía de Jagua estuvieronpobladas por grupos indígenasluego esclavizados por los colonos españolesen su obsesiva búsqueda deloro, cuando en 1514 eligieron las márgenesdel río Arimao para el asentamientoprimigenio. Un año después,la Santísima Trinidad se asienta definitivamente en el sitio donde pasó la navidad de 1513 junto al caciqueManatiguahuraguana.Con la extensión a otras tierras latinoamericanas del denominadoproceso de conquista y colonización, Trinidad sufrió sucesivos despoblamientos,y de cada contingencia – incluida la intención de mudarlahacia otro emplazamiento – o fundirla con la cercana villa del EspírituSanto, salió ilesa la villa que como ninguna otra en Cuba, nos ofrece unviaja al pasado.Las bondades arquitectónicas de Trinidad, la obligada peatonalidadde sus más antiguas callejuelas, su profusa relación con la naturaleza,la pervivencia de sus tradiciones alfareras, tabacaleras, azucareras y demanufacturas tan preciosas como el bordado, los tejidos y deshilados, elarte del guano y el mimbre… la convierten hoy en lugar codiciado porlos forasteros de allende los mares.Considerada por el notable investigador Gerardo Castellanos comouna ciudad «eminentemente cubana», a pesar de los ciertos entrecruzamientosde sus pobladores a lo largo de casi quinientos años, Trinidadtambién se definió en su evolución por constituir una suerte de atalayapara la vigilia estratégica. Cual otero al horizonte marino se defendióasí del asedio de corsarios y piratas; y registró la llegada de barcos quesostenían el jugoso comercio de contrabando con otras islas del Caribe.Casi quinientos años después del inicio del proceso colonizador entierras trinitarias, crece la potencialidad turística de una ciudad de paisajescontrastados ante los cuales sucumben en franco embeleso losforasteros. Su arquitectura de notable influencia hispánica, criollizadacual ropaje a imagen y semejanza del cubano que fue afirmándose ensu identidad y sus tan bien preservadas tradiciones, se unen al espírituhospitalario y cordial de los pobladores. Sucesivas generaciones construyeronese legado que, al decir del Historiador de la Ciudad de La Habana,Eusebio Leal, «acumularon sobre sus tierras fértiles y primorosas ,donde quedó delineada en tradiciones y costumbres familiares, en artesy oficios, en expresiones culturales genuinas y en delicada espiritualidad,una parte del alma invisible de Cuba.»